4 de Junio de 1983. Henry jamás podría olvidar aquella fecha.
Aquel verano en la rivera del sur de Francia el sol colgaba de un manojo de nubes color vainilla tan cerca de la arena que casi se podían tocar con la mano. Henry comía un cono de helado de pistacho y menta que se fundía en el calor de aquel día haciendo que un río de colores pasteles descendiera por el cucurucho de galleta cruzando cada uno de sus dedos hasta hacer un hermoso reguero en la manga de su nueva camisa. Tenía solo seis años para aquel entonces pero recordaba muy bien el primer día del resto de su vida.
Aquella mañana la Hermana Soilé le despertó como siempre con un tierno beso en la frente. Le hablaba con aquel tierno acento del norte que a él le parecía tan tierno y calmo a la vez. Solo recordaba ver la silueta de aquella joven mujer empacar en una pequeña maleta de cuero las pocas cosas que él tenía: algunas prendas de vestir, un par de botas negras y un antiguo libro de historietas llamado El pitufo número 100. Luego de lavarse bajó a desayunar con los demás niños del orfanato en las largas mesas de madera que había en el gran comedor. Cuando quiso salir a jugar con los demás niños en la pileta que habían puesto en el patio la Hermana Soilé le dijo que aquel día no podía salir a jugar, debía estar limpio y arreglado ya que tendría una visita esa mañana. Estuvo en su habitación viendo por la ventana hasta que apareció un Peugeot 205 de un color azul claro de dónde bajó un hombre adulto con el cabello negro como la noche que llevaba una bufanda azul a cuadros y un hermoso paquete de regalo con un radiante moño amarillo. Cuando bajo las escaleras de su habitación vio como aquel hombre lo esperaba junto a la Madre Superiora y la Hermana Soilé. Las palabras que escucharía a continuación nunca jamás podría olvidarlas.
– Hola Henry – dijo aquel extraño visitante muy cordialmente que se había agachado para poder verlo a los ojos.– Me llamo Soik Latouff y espero, si todo sale bien, a partir de hoy poder ser tu papá.
Aquellas palabras abrieron en Henry un torrente de ilusiones que ni él mismo podía creer.
– ¿Mi papá?– preguntó entre incrédulo y emocionado.
– Si pequeñín. ¿Te gustaría?
Henry no sabía que decir ante aquello así que solo afirmo muy enérgicamente y aquel hombre, aquel visitante, aquel papá tomó con mucha firmeza aquella respuesta ya que de la nada emergieron unas lágrimas por sus mejillas. El pequeñuelo que tenía frente a él estiró la mano y le secó el rostro.
– No llores. Yo me portaré bien.
Las risas llenaron el salón así como la alegría llenaría el corazón de Henry. Esperó un rato fuera, en el jardín, mientras jugaba y se despedía de sus ahora antiguos compañeros. Soik salió al rato con una carpeta de papeles en la mano y el paquete que aún llevaba con él.
– ¡Toma pequeñín! ¡Esto es tuyo!
Extendió sus pequeños brazos y rompió el papel brillante. Dentro de la caja descansaba envuelta en papel de seda una hermosa camisa a cuadros azules y blancos que hacía juego con la bufanda que llevaba su recién estrenado padre. Este lo ayudó a cambiarse, montaron sus cosas en el auto y tomaron la carretera que llevaba desde el orfanato hacia las afueras de la cuidad en dirección a la playa de La Grande Motte cerca de Montpellier. Almorzaron pescado y papas fritas en un pequeño chiringuito con una hermosa vista al mar mediterráneo. Henry estaba extasiado con aquellas delicias y Soik lo miraba deleitado, maravillado ante el hecho de que aquel chiquillo de cabellos castaños y unos sorprendentes ojos azules que sería de ahora en adelante su hijo. Miraba en aquel tierno rostro bañado de cátsup el futuro que, literalmente, tenía frente a él y sabía que haría lo que fuera por ser el mejor padre del mundo. Y así lo hizo.
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El Mensaje
RomanceUna dedicada acaba de terminar una larga relación, y en medio de el esfuerzo por superarlo todo se encuentra con un maletin que formó parte de su pasado y parece haber vuelto para recolver el presente. Un accidente de tren, un paciente en coma y alg...