Las hojas del limonero se mecían lentamente a medida que el viento iba devorando el humo del cigarrillo. Annie descansaba sobre una tumbona jugando con el cigarrillo entre sus dedos y admirando las figuras que se formaban con cada bocanada de humo. La brisa de abril era suave y un poco fría, se notaba que el otoño se estaba acercando. A sus espaldas descansaba la casa donde vivía desde hacía unos cuantos años. Era una casa antigua, pequeña, pero muy hogareña que contaba con el espacio necesario para satisfacer sus necesidades. Se la había comprado a una señora que se iba hacia el este con la idea de finalizar sus días en alguna playa cálida. Cuando vio la casa por primera vez quedó prendada de aquel pequeño patio cercado por la sombra del limonero. Cada vez que el clima y su apretado trabajo se lo permitían se quedaba tumbada viendo como las ramas de aquel árbol danzaba al compás que le marcaba el viento. Era realmente mágico. Más de una vez ella y Fabián habían pasado horas echados en esa misma tumbona, cobijados con una simple manta y bajo la copa de aquel árbol haciendo inmensos castillos construidos con hermosas promesas futuras. Pero eso ya era agua bajo el puente.
Hacía cinco meses desde que Fabián se había ido a Buenos Aires. La oferta de un mejor trabajo y la posibilidad de poder empezar a escribir su libro fueron las excusas perfectas para finalizar de un solo golpe su relación con Annie. Ella trataba de no pensar mucho en el asunto porque la verdad aun le dolía. Procuraba que su mente flotara y se perdiera en la oscuridad de la noche así como lo hacía el humo de aquel cigarrillo. Cada día sentía como una verdad tan absoluta le fulminaba su existencia: dentro de ella no había más espacio para el dolor.
Apagó el cigarrillo en un cenicero que tenía a la mano y se levantó de un tirón. Hacía muchos días que no salía temprano de su trabajo y quería aprovecharlo para darse un buen baño. Entró a la casa y cerró la puerta corrediza que daba al jardín. La Nena salió corriendo a recibirla y Annie le devolvió el saludo acariciándola detrás de las orejas. Al menos aún la tenía a ella. La tenía desde hace dos años al encontrarla cuando regresaba de Bariloche. El pobre animal estaba deshidratado y a punto de morir de frío. Era irónico como unos años atrás ella le salvó la vida rescatándola de aquella helada montaña y hoy era su compañía la que le permitía superar esta helada soledad.
Subió las escaleras hacia su recamara. En el camino se tropezó con unas cuantas fotos de su viaje a Perú con Fabián. Se había olvidado de echarlas a la basura y en el fondo tampoco quería hacerlo. La verdad es que no todo fueron malos momentos pero le dolía ver aquellas fotografías con tanta felicidad en sus rostros. Era demasiado para ella. Subió las escaleras de un tirón para no pensar mucho en el asunto, aunque últimamente era en lo único que solía pensar. Entró al baño, un espacio acogedor con una pequeña ducha, un lavado, un retrete y su pieza favorita del mobiliario: una bañera antigua. Le había costado mucho mantenerla en pie y creía firmemente que si por alguna razón había que derrumbar por completo la casa, ella terminaría encadenada a la bañera. Fabián siempre le decía que podía jurar que amaba más a la bañera que a él. Sin darse cuenta de nuevo estaba pensando en él mientras tenía esa sonrisa de tonta en la cara.
“Basta ya.” se dijo a sí misma.
Hacía mucho que no usaba la bañera y sabría Dios cuando la volvería a usar pero optó por la ducha. Más rápida, más efectiva y menos melancólica. El agua le caía por su espalda como pequeños besos tibios que le rozaban la piel. La temperatura estaba perfecta. Se dejó golpear por el chorro de la regadera como quien se deja azotar para cubrir sus pecados, obligándose a sentir los latigazos de la ducha en lugar de sumergirse en la nostálgica bañera, como si con eso suplantara cualquier acto de expiación necesario para pagar por sus culpas. Sabía que en el fondo la decisión de Fabián había sido la mejor. Ella estaba entregada a su trabajo y él estaba entregado a ella. Él soñaba con cosas que a ella nunca se le hubieran pasado por la mente. Era una relación guiada por el mismo amor pero por diferentes intereses. Resultaba una relación extraña y perfecta a la vez. En su interior entendía que no podía castigarse por siempre, pero sabía que aún era muy pronto para levantarse el castigo.
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El Mensaje
RomanceUna dedicada acaba de terminar una larga relación, y en medio de el esfuerzo por superarlo todo se encuentra con un maletin que formó parte de su pasado y parece haber vuelto para recolver el presente. Un accidente de tren, un paciente en coma y alg...