Parte 2 - Capítulo XIV

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Sus pies estaban sembrados en la fría arena de aquella playa. El cielo pintado por unos pincelazos rosa estaba invadido por pájaros silentes que deambulaban de un lado a otro como complemento del paisaje. No estaba en la orilla de ningún mar, solo caminaba en torno a un enorme lago, enorme y de aguas tranquilas tan infinitas que anegaban su vista. Ya hacía un buen rato que estaba caminando por aquella orilla. Se detuvo un momento a admirar aquel perfecto paisaje. Aunque era la misma playa de siempre no podía negar que era una playa hermosa.


Siempre era aquella playa y siempre era el mismo cielo, pero sobre todo siempre era ella. En el fondo sabía que era ella la razón de que estuviese allí en aquel oasis personal. No sabía cómo ni porque pero si sabía que era ella.


Caminó adentrándose en el lago. A diferencia de la arena el agua estaba un poco más cálida, más agradable, como una extensión de él que se fundía con el horizonte. No era un lago muy profundo. Sin importar cuanto se adentrara el agua siempre le llagaba a las caderas. Poco a poco, paso a paso, empezó su procesión hasta su tan acostumbrado punto de encuentro. Le resultaba imposible recordar cómo había sido la primera vez que lo hizo o cuantas veces había hecho lo mismo, solo recordaba lo que debía hacer. Era como una especie de instinto, un potente impulso que lo llevaba a adentrase en aquellas aguas, detenerse en medio del lago y esperar.


Siempre debía esperar.


No era una larga ni tediosa espera, era más como una espera ausente, como quien espera sin esperar, como un deseo de estar allí detenido añorando algo que nunca ha tenido pero que sabe que le llegará.


Más que una espera era un deseo.


Las aguas empezaron a agitarse a escasos metros de él formando una serie de círculos concéntricos. Se percibía como algo que deseaba salir, alguna criatura que nacía en medio de la nada para convertirse en un todo. De aquel torbellino acuoso empezó a emerger una hermosa figura, una figura femenina. Aquella diosa húmeda estaba completamente desnuda y destilaba una especie de líquido ambarino que corría por su silueta como un de manto que se fundía en su piel. Aquella mujer salió del agua y empezó a flotar a unos escasos centímetros. Para cuando ella estaba afuera sus largos cabellos dorados aun rozaban la superficie. Él podía pensar que no era humana, que quizás aquello era un ser de otro planeta que había decidido aparecer frente a él, pero él sabía que no era así. Dentro de sí una fuerza más potente que él mismo lo hacía sentirse confiado porque sabía que ella sería su salvadora.


Solo no sabía de qué tenía que salvarlo.


Ella empezó a rodearlo como lo hacía usualmente y él se dejó porque no sabía que otra cosa hacer. Ella giraba en torno a él como lo hace la luna en el cielo, siempre mostrando su cara. Una cara siempre rígida y siempre radiante ocultando tras de sí algo más que sus espaldas, ocultando secretos así como la luna oculta su lado oscuro. Mientras ella giraba dejaba tras de sí el rastro de su larga cabellera sobre el agua que le arrancaba destellos rosados al firmamento en cada movimiento. El la seguía atraído así como los girasoles se dejan llevar por la luz del sol. Estaba completamente absorto admirando aquel rostro que había admirado innumerable veces pero que aun así no podía dejar de ver. Anhelaba estar allí, anhelaba verla rodearlo como quien baila en torno a una fogata. Sabía que estaba allí por ella y que ella debía estar allí por él.

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