El cuentacuentos

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Caminaba descalza por las calles de una extraña ciudad. Las casas eran de piedra con techos de caña. Los hombres llevaban trajes con sombreros y las mujeres, largos vestidos, sombrillas y guantes de finos encajes. Parecía que nadie podía verla y agradeció el hecho porque no encajaba en el lugar. Vio su reflejo en la vitrina de un local: llevaba sus pantalones a cuadros y la franela negra con un hombro al aire y el cabello le bailaba con la brisa. Los pies desnudos le dolían al andar, entonces se sentó a la orilla de una fuente y mientras lavaba sus pies heridos, un niño de unos 4 o 5 años se acercó a ella.

—¿Puedes verme? —preguntó al pequeño.

—Aquí estás otra vez, tú me miras y yo viéndote... —Contestó el pequeño, poniendo un papel doblado en sus manos y luego desapareció como si se lo llevara el viento—. Te miro ahora y te veré después...

Abrió el papel y era el retrato de aquel hombre de barba y pelo largo que ya había visto en sus sueños una vez... Era él, lo sabía, era él.

Era el segundo día del festival de bandas. La noche anterior había sido pesada para el grupo de amigos. Roberta se emborrachó tanto que vomitó toda la carpa, entonces Víctor y Lara tuvieron que llevársela a la posada de la tía para dormir con ellos. Lorena acompañó a John toda la noche. Esa mañana, desayunaron todos con la tía Lola, quien estaba feliz de atenderlos y consentirlos.

—Mi querido Johny, esperaba que vinieras ayer a saludarme. Te guardé tus galletas de limón. Lorenita, ¿por qué no trajiste a mi muchacho anoche?

Así recibió la tía a los últimos que se unieron al desayuno. John se adelantó a contestar con cariño.

—Tía Lola, discúlpame. Terminé muy tarde de recoger y no quise molestar.

Doña Lola hacía que todos la llamaran tía, incluso Roberta que acababa de conocer, a quien dio un trato especial esa mañana con una sopita sanadora de males.

—Jum, ¿cómo que molestar? ¡Muchacho!

Le dio en el hombro con el paño de cocina que siempre llevaba guindando en su delantal.

—¿En qué te podemos ayudar tía?

Preguntó Lorena refiriéndose a hacer el desayuno.

—Tranquila, mi amor, que ya Larita y yo tenemos las arepas casi listas. Vayan a darse un baño que ya se parecen a esos hippies de allá afuera —batió las manos apuntando al campamento—. Vayan, pero uno por uno, ok picarones.

—Jajaja, tranquila tía. Si antes lo hicimos fue para ahorrar el agua. Además, ya no estamos juntos, ahora somos buenos amigos.

Contestó Lorena con un poco de vergüenza.

Lara intentaba no cruzar la mirada con ninguno de los dos, no le gustaba enterarse de los detalles del antiguo noviazgo.

—Me gusta ahorrar agua. Soy un conservacionista, tía. No me culpes por eso.

Dijo el muy caballero asumiendo la responsabilidad, dándole un cariñoso abrazo a la regordeta tía, luego saludó a los demás.

—Buenos días. Se ven destruidos y apenas fue el primer día. Roberta, afuera dejé la carpa por si quieres echarle un vistazo.

—Eres cruel y no me simpatizas —bufó.

—Ya, no te enfades que es broma. Mientras Lore se da un baño, podemos ir lavando la carpa tú y yo, Víctor. ¿Qué te parece?

—Claro, vamos. Tiene que estar lista antes de que llegue el cocuy.

Todos rieron, mientras Roberta hacía pucheros nada más recordar la borrachera que se había dado con el nombrado licor.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora