Melodías de libertad.

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Unos días después en el viejo apartamento de los Álvarez, John y Zoé estaban desayunando.

—Zoé, hoy saldremos a pasear un rato con las chicas.

—¿Tus amigas otra vez? —preguntó frunciendo un poco el ceño.

—Pensé que te caían bien.

—Eso es lo peor, que sí me caen bien.

—¿Por qué dices eso? —quiso saber. Esa no era una actitud muy propia de la simpática Zoé.

—Nada, cosas mías cariño, no te hagas lio. —Suspiró resignada.

Luego de la comida, se fueron a bordo de Valentín, para encontrarse con el trío de amigas en el lugar escogido por Lorena, pero antes, pasaron buscando a Alejandro.

—¿El zoológico, en serio? ¿Cuántos años tenemos? ¿10? —Se quejó Roberta al llegar.

—Tú a veces los aparentas —le contestó John.

—Ti i vicis lis ipirintis —se mofó de él volteando los ojos. Todos se rieron a carcajadas.

—Conozcan a mi hermanito.

Presentó a Alejandro, que se quejó por lo de "hermanito".

—Hola Ale, estás hecho ya todo un hombre, la última vez que te vi, vestías uniforme del colegio.

Lorena, era la única de las tres que ya lo conocía. Lo abrazó con cariño.

—Lore, tú estás más bella con los años. Qué bueno verte de nuevo.

Extendió su mano a las otras chicas, que también saludaron con un beso en la mejilla. Alejandro era tan alto como su hermano, pero más delgado y tenía los ojos de un verde más claro que los de John; llevaba el cabello a rape y un pequeño aro plateado en su oreja derecha.

—Señoritas, es un placer conocerlas —miró con especial atención a Roberta.

—Hola de nuevo, nenas. ¿Qué tal están? —saludó Zoé con doble beso al trío de mujeres. Reconoció la pulsera que colgaba en la muñeca de Lara, porque la había visto por error en el equipaje de John y tontamente había creído que sería para ella; se sintió muy triste y estúpida. Continuó hablando para cortar con el sentimiento que la invadía en ese momento—. Este zoológico literalmente es un bosque, es precioso.

—Es que también es un parque botánico, le llaman el pulmón de la ciudad.

Dijo Lara invitándolos a continuar, después de vacilar cual mejilla besar cuando saludaba a John, que casi chocan sus labios. Lorena y Roberta se miraron en complicidad y como si se pudieran leer la mente, cada una agarró a Zoé por una mano y la adelantaron en el recorrido. Alejandro se quedó sin entender bien el movimiento.

Se fueron andando por las caminerías de adoquines siguiendo el mapa que les brindaron en la entrada. En lo alto de las copas de los árboles se escuchaban aullando los monos araguatos. Por los jardines corrían libres las iguanas y los pavos reales alzaban sus plumas, ofreciendo una espectacular danza a sus pavas y a todo aquel que quisiera mirar. El espacio alojaba desde grandes primates, osos, felinos y fauna africana, hasta una pareja de mamíferos acuáticos que cuidaban como si fueran niños, cepillando sus pieles y alimentándolos en la boca; así, los guardaparques del lugar consentían a la hermosa pareja de manatíes.

—¿Puedo tocarlo? —preguntó Zoé.

—Claro, dile al muchacho y te dejará pasar.

Ánimo Lara con simpatía. Entonces la pequeña Zoé entró al ambiente de los manatíes Chicho y Fernanda, se acuclilló para acariciarlos y darles frescas lechugas de su mano. John estuvo atento a ella cuidándola, y cuando Zoé hizo ademán para levantarse se le resbaló el pie y él la sostuvo, rescatándola de una posible caída en el estanque de los grandes mamíferos. Rodeó el delgado cuerpo de Zoé con sus brazos, mientras ella lo miraba con amor y en agradecimiento lo beso en los labios.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora