Hermosa mentirosa.

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Mientras lavaba los platos no dejaba de pensar en el chico nuevo. Se le había antojado apenas lo vio. Llevaban varios meses trabajando juntos, y todavía no lo había podido sonsacar. Era tan serio y tan sexy; cuando éste sonreía, opacaba todo lo demás. Muchas veces se quedó colgada mirándolo mientras los clientes esperaban; ya le habían llamado la atención un par de veces por eso.

Por andar de embelesada, Zoé no se dio cuenta de que una de las cacerolas aún estaba un poco caliente. Sentir el calor le fue oportuno, combinaba con los pensamientos que estaba teniendo.

De pronto, una idea se iluminó en su mente. Debía aprovechar que ambos estaban libres esa mañana. Tomó su celular, buscó en la lista de contactos y pulsa send.

—Aló —escuchó contestar al otro lado de la línea.

—Aló, que lindo como lo decís vosotros, suena de lo mejor. Disculpa que te moleste ahora cariño, es que he tenido un pequeño accidente, he llamado a otros pero, emm —se dio suavemente en la cabeza al darse cuenta de que así no era que lo tenía que decir, arregló—. Ey, que por otros, me refiero a mi madre eh, en fin. ¿Podrías venir un momento a mi casa? Por favor.

Soltó la pregunta un poco nerviosa.

—Por supuesto, ¿pero estás bien? ¿Necesitas que te lleve algo?

—Eh... No. Sólo necesito que me ayudes con algo.

—Ok, en cinco minutos estaré allí, no te preocupes.

—Gracias —colgó y celebró su osadía—. ¿Cinco minutos? Madre mía, pero este hombre no se lo pensó dos veces para venir a socorrer a esta pobre y desvalida mujer.

Colocó una mano doblada en la frente dramatizando un gesto de desamparo. Rápidamente buscó los vendajes y los enrolló alrededor de sus manos, pero antes de eso pasó al tocador a peinarse un poco y pellizcarse las mejillas para darles color. Justo antes de terminar de colocarse con dificultad la última venda, sonó el timbre. Tardó a propósito en abrir para darle un poco más de drama al asunto.

—Zoé.

Saludó el muchacho a la blanquísima rubia, que lo recibió mirándolo con espabilados y picarones ojos avellana.

—John.

Contestó ruborizándose apenas de verlo.

—¿Qué fue lo que te pasó?

Preguntó observando los vendajes en sus manos al entrar al apartamento de la chica.

—Pues, que he estado tonta esta mañana y me quemé las manos al levantar una caldera de la estufa, me he pringado y la tomé sin darme cuenta de que estaba hirviendo. No sabes qué dolor, no he podido hacer nada en casa.

—Entiendo. Sí, eso debe doler. ¿Y cómo puedo ayudarte?

—¿Puedes darme de comer? —preguntó inocente.

John ladeó un poco la cabeza y le sonrió.

—Claro, si eso necesitas, te alimentaré con gusto Zoé.

La expresión de John era de alguien que sabe que la otra persona está tramando algo. Le divirtió seguirle el juego.

—Eres tan dulce como un bombón, sabía que podía contar contigo —usaba su artillería de seducción que incluía unos jeans bien ajustados.

Caminaron al comedor, donde ya estaba perfectamente servida y cortada en triángulos como pizza, una tortilla de papas y huevos.

Mientras John le acercaba cada bocado, ella lo tomaba de manera provocativa y humedeciendo los labios.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora