Tercera parte: Es supervivencia.

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Cuarenta días duró el navío en llegar a tierra. Casi perdía las esperanzas de encontrar el nuevo mundo y que todo fuera solo mentiras de los primeros exploradores. Pero ahí estaba la tierra prometida, tan hermosa como ninguna y llena de oro, mucho oro y riquezas que no valían la pena para un corazón roto.

"Amada mía, mi corazón ansía que tus ojos vean la belleza de este paraíso. Los meses que llevo sin ti han sido de agonía, pero ya he comprobado que este es un lugar seguro para ti. Por eso regreso a buscarte. No hay fortuna que quiera conquistar si no estas a mi lado..."

Encontró la carta sin enviar 15 años después de haberla escrito. Nunca pudo volver a zarpar. Los barcos solo llegaban con más y más hombres hambrientos de riquezas que ya él había comprendido lo vanas que eran sin amor. Los años fueron amargando su existencia, hasta que la locura lo hizo creer que el mar lo llevaría de regreso. Se sumergió en las azules aguas del océano, nadando kilómetros sin cesar hasta que su cuerpo se rindió quedándose sin fuerzas siquiera para pensar. Flotaba boca arriba mirando al cielo, cuando se dejó hundir lentamente, hasta que sus pulmones quedaron repletos de agua. Antes de soltar el último aliento, vió el rostro de su amada flotando junto a él; sonriendo como un ángel suavemente le tocó las manos bajo el agua, le dijo: —te encontraré otra vez...

John despertó con la sensación de estar ahogándose. Tosía y le faltaba el aliento; su corazón estaba muy acelerado, tanto que parecía tambores redoblando. Se sentó en la cama tocándose el pecho y se fue calmando poco a poco. A veces tenía sueños que sentía tan reales como si fueran recuerdos de un pasado no vivido.

Prefirió no pensar mucho en el que acababa de tener, que más bien había sido una pesadilla.

Contempló su habitación con nostalgia. Extrañaría tanto su hogar, un viejo apartamento en el tercer piso de un edificio de cuatro. El suelo era de cuadros negros y blancos, como una tabla de ajedrez. Las paredes verde agua y puertas de madera entamborada, las ventanas con vidrios corrugados y persianas de plástico. Con tantos recuerdos de su infancia, cuando eran una familia felíz. Se preparó para decirle a su madre las noticias de lo que había decidido. Era un asunto que les cambiaría la vida a todos, especialmente a Alejandro, su hermano menor.

—Buenos días, madre. Bendición. ¿Ale ya se fue al colegio? Tengo algo que decirles.

—Dios te bendiga, hijo. Ya debe estar por venir a desayunar. —contestó mientras le servía café.

Al poco tiempo se les unió Alejandro, ya vestido con su uniforme colegial. El hermanito menor de John acababa de cumplir sus 17 años y estaba en el último año del bachillerato.

—Buenos días, familia. ¿Todo bien? —Le dio un beso a su madre—. ¿Qué es eso que tienes que decirnos?

Preguntó a su hermano, tras saludarle chocando los puños.

—Bueno, quiero que sepan que he decidido emigrar a España.

Soltó sin preámbulos toda la información; era mejor eso que adornar una noticia que sabía no sería grata.

—¿Cómo? —preguntó su madre alzando la voz, dejó caer el plato en la mesa con cara de incrédula.

—Me iré en menos de dos meses. Pasaré las Navidades con ustedes y a finales de enero emprenderé el viaje. Ya tengo casi todo organizado.

Alejandro no dijo nada, su cara era inescrutable, solo se levantó y tomó su mochila; salió sin desayunar. Necesitaba asimilar primero la noticia antes de hablar con su hermano. No quería decir nada que después tuviera que arrepentirse. Miriam, en cambio, dejó salir sus emociones hiriendo a su hijo, acusándolo de abandonarlos.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora