Lecciones de vida

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Los días pasaron, y cada uno fue organizando su vida, como podían.

Lara volvió a la universidad, concentrándose en las clases y llevando de a poco la relación con Víctor, quien se empeñaba en seguirle a todos lados con la excusa de vigilar que estuviera bien.

En la primera consulta con el gineco-obstetra, todo parecía ir muy bien, a excepción de los niveles de hemoglobina de Lara, que no pasaban de diez; por tanto, asomaba una anemia aparentemente sin razón de alarma. Cuando escucharon por primera vez los latidos del corazón del nuevo ser, los ojos de ambos se llenaron de lágrimas de emoción.

—Es increíble que ahí se esté formando una partecita de los dos —comentó Victor con nostalgia—. Prometo protegerte siempre hijo mio, porque te amo y espero con ilusión que alegres mi vida.

Lara miraba y escuchaba con ternura. Admitía que él sería un buen padre y a pesar de que la relación no funcionara como pareja, que su hijo lo tuviera era lo más importante.

A partir de entonces, Lara empezó a hablarle a su granito de arroz en el vientre. Le contó de sus padres y que eran maravillosos, y así mismo sería ella con él, que sabía que aunque estuvieran enojados, ellos también lo amarían.

Cargaba la foto de la ecografía a todos lados y se la mostró con ilusión a Roberta, que no le quedó de otra que empezar a quererlo y presentarse como la tía alcahueta, que le daría helado a las diez de la noche y sus travesuras serían su secreto.

También llevó la imagen a sus viejos queridos.

—Pero que no veo ná. ¡Qué sé yo! Para mí es como si fuera un hígado, un riñón o un bebé, igual no entiendo, no lo veo.

Se quejaba Alonso rascándose la cabeza.

—Presta para acá, viejo bruto. ¿No ves que esta es la cabeza, las manos y los pies?

Lo regañaba Norbida con aires de alguien que sabe mucho.

—Jajajaja no, ninguno sabe. Apenas se está formando, por ahora es solo un granito en desarrollo.

—Es un caraotito.

Dijo Alonso poniéndole el primer sobrenombre.

—Ok, lo llamaremos así mientras tanto —cambio la expresión antes de darles otra noticia—. Bueno, emm, yo tengo que decirles algo... —sostenía la mirada en la ecografía, preocupada por los cambios que había de pasar—. Tendré porque no podré pagarles la renta. Conseguí un trabajo de medio tiempo, pero no es suficiente, así que me iré el próximo mes.

Finalizó la confesión cabizbaja.

—¡Pues sí que te mudarás! pero no irás muy lejos; te vienes a casa — por su expresión, Lara no entendió lo que Norbida quiso decir, entonces la dulce viejita barrigona continuó—. Que sí, que te vienes a vivir aquí con nosotros.

Alonso sonreía cómplice mientras su amada esposa hablaba.

—No pero, ¿por qué? Ustedes no tienen que hacer eso, yo no puedo abusar...

—Cállese, y escuche —ordenó Alonso—. Tú nos necesitas y nosotros a ti. Ya estamos viejos; nos vendría bien la compañía. No tendrías que pagar renta, pero a cambio estarías pendiente de las medicinas de Norbida y de acompañarnos a hacer algunas diligencias. Ya no me gusta manejar, anda mucho loco en la calle. El otro día venía por... —Norbida lo interrumpió con un carraspeo de garganta—. Ag, esta mujer no me deja hablar.

—¿Qué dices?, también tendrás una mesada para tus gastos. Nos ayudarías mucho si te quedas —agregó la anciana.

Los ojos de Lara se humedecieron un poco por la emoción, no podía crecer tanta bondad ni la suerte que tenía de conocerlos. —Ustedes tienen el cielo ganado. No tengo palabras para agradecer esto que hacen por mi.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora