Cuarta parte: Nuevos comienzos

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  Después de la tormenta llega la calma, dicen. Pero cuando mi tormenta pasaba, se derrumbaron las paredes de mi hogar... A veces debemos chocar con la realidad para darnos cuenta de lo difícil que es la vida. En un momento crees que te comerás el mundo, sin advertir que el mundo te puede comer a ti. Te ciega la ansiedad y te crees infalible, pero lo cierto es que nada es seguro en esta vida. Nos sacude dando tumbos para obligarte a reflexionar. ¿Por qué? me pregunto, ¿Por qué después de empezar a amarte? de creer que las cosas irían bien después de todo, te vas sin más, haciéndome entender de manera dolorosa, lo frágil que soy, que somos. Perderte no fue mi culpa, ¿o sí? Quizá sentiste mi rechazo cuando me enteré de ti, tal vez Dios se lo pensó mejor y te salvó de mí, de mi inmadurez, no sé. Antes de ti, solía tener una princesa en mi cabeza, que me engañaba con las perspectivas del mundo; se fue cuando llegaste. Para ti, mi amor por siempre y gracias por hacerme crecer.

Tu mamá.

Lara dobló la carta luego de limpiar sus lágrimas al leer sus propias palabras, la colocó en un recipiente de metal, después la quemó. Se quedó viendo el papel desvanecerse entre la pequeña llama, sus palabras llenas de pena trascendieron en el humo y ella guardaba la esperanza de que llegaran a algún lugar.

—¿Qué haces?

Preguntó Alonso detrás de ella, que estaba sentada en un escalón del patio trasero.

—Despidiéndome, para poder continuar —contestó con tristeza.

—Los designios de Dios son inescrutables... —mencionó sentándose con dificultad en lo bajito con ella.

—Y la sabiduría del hombre es demasiado limitada para comprenderlos —completó la frase la acongojada muchacha—. ¿Sabes quien dijo eso? —preguntó al anciano.

—¿Tú sabes? —cuestionó de vuelta él conteniendo una sonrisa.

—No.

—Ah, pues yo tampoco, jajaja —mintió rascándose la calva porque no podía recordar el versículo de romanos 11:33

Rieron juntos, luego él continuó—. Solo te digo una cosa mi niña, que todo lo que pasa es bueno. Aunque nos lastime, todo pasa por un motivo, y en algún momento de tu vida, así sea cuando estés viejita como yo, lo comprenderás.

—¿Qué viejito? Yo no veo alguno, tú estás como un rolo.

—Sí, como un rolo podrido.

—Jajaja, te quiero mucho, gracias por tanto Alonso, Norbida y tú han sido muy buenos conmigo.

—Calla mujer, que ahora eres de nuestra familia, tú también eres muy buena. No hay nada que agradecer.

John se encontró con un clima de 7 grados en Madrid, demasiado bajo para su cuerpo acostumbrado al calor. Alonso le había mandado a reservar una residencia cercana al empleo que también le había conseguido. La primera semana la pasó con resfriado, para su buena o mala suerte, Jaime, el sobrino de Alonso, lo esperaba con un puesto en su bar, comenzó a trabajar al siguiente día de haber llegado a la capital de la madre patria. Se encargaba de servir los tragos detrás de la barra; como el local estaba abierto todo el día, a veces doblaba turnos. Descansaba poco y trabajaba mucho, a eso era que había ido, a trabajar, no era un turista. Se concentraba en la faena para así no pensar en lo que dejó atrás. Imaginar a Lara con el vientre abultado era demasiado para él. Cambió su correo electrónico para no tener contacto ni con Víctor ni con ella.

—Oye, ya todos están aquí. ¿Por qué no has llegado? —Le preguntó Lorena al teléfono.

Víctor contestó del otro lado. —No iré.

Mil Veces Contigo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora