Prólogo

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Me encuentro parado a varios metros frente a Fontana di Trevi tratando de encontrar un poco de inspiración para mi próximo proyecto.

Ya casi cae la noche.

He sacado buenas fotografías de la gente que va y viene de todas direcciones. Muchas lanzan una, dos, y hasta tres monedas con la esperanza de que quizá, su deseo se vuelva realidad.

Nunca he sido supersticioso, aunque conozco la leyenda.

Se dice que, si lanzas con tu mano derecha una moneda a la fuente, volverás a Roma. Si lanzas dos monedas, conocerás el amor en una persona de origen italiano. Si lanzas tres monedas, espera, que te casarás con esa persona.

Menuda chorrada. ¿Si lanzo cinco dejaré de ser un idiota?, probablemente no.

Una chica de cabellos rubios largos y ondulados se para frente a mí a varios pies de distancia. Es blanca, alta, delgada, aunque con exquisitas proporciones en los lugares correctos.

Ella usa un vestido beige bastante corto y ajustado al cuerpo, combinado con una chaqueta de mezclilla. Lleva puestas unas zapatillas deportivas blancas y de su hombro cuelga un bolso negro de correa larga.

De sus labios rojos tira una leve sonrisa que me invita a acercarme.

Tentador...

Camina hacia mí.

Me quedo en sitio luciendo interesado, pero no tanto como para hacerla sentir importante. Me acompaña ese aire de confianza absoluta que nunca me falla durante una conquista.

¿Inglés, o italiano? Probaré con lo primero.

Ha dado el primer paso, la premiaré devolviéndole esa sonrisa que no había correspondido.

Esta noche no dormiré.

—Hola, ¿cómo estás?

Umn... percibo nerviosismo.

Dudo a propósito durante tres segundos exactos antes de estrechar la mano ofrecida.

—Hola, muy bien, ¿y tú?

Ella me regala una sonrisa que me dice «usualmente no hago esto, pero...»

—Soy Annalise —responde, con cierto acento que acaricia cada letra de su nombre.

—Escandinava... —Juzgo por su nombre y lo que acabo de mencionar: su acento. Tal vez, finlandesa. No parece sueca, tampoco noruega—, ¿pero de dónde exactamente? ¿Finlandia?

—Joo —afirma en su lengua materna: finés, con una risita de complacencia.

Supongo que optó por no responder en sueco, que es la segunda lengua hablada en su país por una minoría, para dejarme claro de qué lado pende su orgullo.

—Mucho gusto —le digo, inclinándome algunos grados para darle un beso en la mejilla que rápidamente corresponde—. Soy Law.

Al igual que yo, ella ha inhalado de mi perfume. Pude escuchar y sentir el cosquilleo de su respiración pese a que intentó disimularlo.

En realidad, digan lo que digan el perfume siempre marca la diferencia en una buena primera impresión. El suyo ha hecho su parte, y sé que el mío la ha dejado con ganas de más.

No he tenido que esforzarme. Está en mi cama, con los brazos y las piernas separadas. La he atado con cintas de seda roja. Los tobillos están sujetos a las patas de la cama y las muñecas al cabecero. La tengo tumbada debajo de mí.

—Law, por favor... —gime.

No respondo. Estoy ocupado trazando suaves líneas con un pincel medio mojado en una mezcla de aceites aromáticos. Un afrodisiaco garantizado. He empezado por los rincones más sensibles del cuello, y voy descendiendo hacia los pechos, donde me tomo mi tiempo delineando alrededor de los pezones.

Ella se remueve sensual... expectante...

No tardo en pasar el pincel por las caderas y el ombligo. Su vientre tiembla ante el contacto ahora que llego a él.

Todo se ha mezclado con el olor de su piel.

Delineo su sexo con suaves pinceladas haciéndola enloquecer. Ella eleva la cadera en busca de más, pero no cedo.

Las cuerdas rojas se tensan tanto en los tobillos como en las muñecas.

Lo siento, pero ninguno de los nudos que yo haya hecho va a soltarse tan fácilmente, oh, dulce, dulce presa de mis más bajos instintos.

Le doy lo que busca; la oigo jadear, luego arquea el cuerpo y se viene con un grito sensual. Tiene los dedos de los pies contraídos.

Cojo la botella de ron que se encuentra en la mesa auxiliar y tomo un sorbo. Después me subo a horcajadas dejando su delicado cuerpo entre mis rodillas. Presiono mis labios contra los suyos y me tumbo sobre ella haciéndole sentir el calor del licor y de mi piel.

Leí por allí que una mujer deseada es como una hoja en blanco: infunde tanto temor como el placer que promete. Hay que descubrirla y también ganarla. Es preciso escucharla aunque no pedirle permiso.

El enunciado se resume en lanzarse a la conquista renunciando incluso a toda expectativa porque, si no, ella percibe el miedo asimismo la falta de libertad, el apego mezquino, y huye.

Pero no, ninguna huirá de mí.

Me pongo el preservativo sin dejar de besarla. Me acomodo en medio de sus piernas. Le acaricio el clítoris con el glande, deteniéndome por un momento. Quiero negarle lo que sus labios entreabiertos me suplican con un silencio agonizante. Noto que en sus ojos hay lágrimas de desespero y frustración.

—Cierra los ojos.

Obedece. Me quedo inmóvil sobre ella notando que intenta volver a abrirlos.

—Law, por favor...

—¡Ciérralos! —rujo con firmeza, dejándole saber que soy quien tiene el control absoluto.

Se muerde el labio inferior. Traga, expectante. Su expresión me dice que está dispuesta a someterse; que acepta que está totalmente a mi merced.

Entro en ella sin piedad alguna. Se estremece por la ferocidad de la estocada que hace que se le escape un gemido. Luego otro, y otro, y otro más, a medida que acelero el ritmo y aumenta su goce. Gime y se queja hasta que se corre de nuevo, gritando, maldiciendo en finés.

Escuchar las melodiosas notas del éxtasis de una mujer nunca pierde su encanto, mucho más si es en otro idioma.

—Oh, Dios mío... —jadea, intentando controlar las piernas temblorosas.

Me inclino a su oído. Sonrío de medio lado.

—Continuemos —le susurro, seductor.

Dos horas después me encuentro en el mismo sitio en el que estaba antes de ir a Fontana di Trevi, aquí, desnudo, fumando un cigarrillo, parado frente al ventanal de cristal de mi suite.

Echo un vistazo a la rubia que duerme desnuda en mi cama, envuelta por las sábanas de seda de color perla que hemos impregnado con nuestros fluidos.

Es seguro que no va a despertar sino hasta mañana.

Las luces se ven como siempre desde este punto; distantes, nostálgicas, pero con cierto ápice de sosiego.

No sé si está relacionado con el momento, pero por mi mente surca un pensamiento vacío que me dice que lo tengo todo, que no me hace falta nada de nada.

En realidad, eso... es aburrido.

EL AMANTE ━━  [En curso] 《34》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora