capitulo 20

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- ¿Todavía estoy a tiempo de batear?
-Sí, pero van dos abajo y un recuento de tres a cero.
-Aún puedo hacer una carrera completa.
-No tienes muchas posibilidades.
Fionna gruñó ante aquel gesto de desprecio por su resistencia.
-Eso ya lo veremos.
-Diablos. Estás convirtiendo esto en una competición, ¿no es así?
-Eres tú el que ha empezado. Final del noveno y ganando por diez a cero, qué capullo.
-Eso es otro cuarto de dólar.
-Capullo no es un insulto.
-Es un... -Se interrumpió a sí mismo y dejó escapar un fuerte suspiro-. No importa. Me has desviado del tema. ¿Quieres ir a comer algo, sí o no?
-Prefiero comida china antes que una hamburguesa.
Otro suspiro.
-Conforme. Iremos a un chino.
-Me gusta el sitio ese de Twelve Mile Road.
-De acuerdo -gruñó Marshall.
Fionna le obsequió una sonrisa radiante.
-Voy a cambiarme.
-Yo también. Cinco minutos.
Fionna se apresuró a entrar en la casa, muy consciente de que él también se estaba dando prisa. No la creía capaz de cambiarse de ropa en cinco minutos, ¿eh? Pues ahora vería.
Se desnudó completamente de camino al dormitorio. Bubú le siguió los pasos maullando en tono lastimero. Hacía largo rato que había pasado su hora de cenar. Se puso unas bragas secas, se ajustó un sujetador seco, se puso por la cabeza un top de punto rojo y de manga corta, se enfundó unos vaqueros blancos y se calzó unas sandalias. Luego corrió de vuelta a la cocina y abrió una lata de comida para Bubú, la volcó en su plato, agarró el bolso y salió por la puerta justo en el momento en que James saltaba del porche de su cocina y se encaminaba hacia el garaje.
-Llegas tarde -dijo él.
-No es verdad. Además, tú sólo has tenido que cambiarte de ropa. Yo me he cambiado de ropa y he dado de comer al gato.
Marshall tenía un garaje con puerta moderna. Apretó el botón del mando a distancia que llevaba en la mano y la hoja se deslizó hacia arriba como una seda. Fionna suspiró, asaltada por un caso grave de envidia de puerta de garaje. A continuación, a la luz que se encendió automáticamente al abrirse la puerta, vio el monstruo rojo y reluciente. Tubos de escape gemelos y cromados. Barra antivuelco cromada. Unos neumáticos tan grandes que habría tenido que introducirse de un brinco en el asiento si Marshall no hubiera colocado también unas barras cromadas para ayudar a los que no habían sido agraciados con la misma longitud de pierna que él.
-Oh -jadeó Fionna al tiempo que entrelazaba las manos-. Esto es justamente lo que yo quería, hasta que vi el Viper.
-Asientos deslizantes -dijo Marshall alzando una ceja-. Si eres buena, cuando estés tomando la píldora y tengas esos óvulos controlados, te permitiré que me seduzcas dentro del coche.
Fionna logró no reaccionar. Gracias a Dios él no se dio cuenta de lo tenue que era su autocontrol, si bien fue la idea de seducirlo a él más que el lugar lo que la revolucionó de nuevo.
- ¿No tienes nada que decir? -quiso saber Marshall. Fionna negó con la cabeza-. Maldición -dijo él al tiempo que le rodeaba la cintura con ambas manos y la izaba sin esfuerzo al interior de la cabina-. Ahora sí estoy preocupado.


El plan de Clara no había funcionado. T. J. se enfrentó a lo inevitable después de que llamara el tercer reportero. Dios, ¿hasta cuándo duraría todo aquello? ¿Qué tenía de fascinante aquella lista absurda? Aunque Galán no opinaba que tuviera nada de fascinante, pensó deprimida. Por lo visto, ya nada le parecía fascinante, a no ser que fuera algo ocurrido en el trabajo. Era un hombre muy divertido cuando eran novios, siempre riendo y gastando bromas. ¿Dónde estaba ahora aquel chico tan alegre?
Ni siquiera se veían mucho, últimamente. Ella trabajaba de ocho a cinco, él de tres a once. Cuando él llegaba a casa, ella estaba dormida. Él no se levantaba hasta después de que ella se hubiera ido a trabajar. Lo más revelador, en opinión de T. J., era que Galán no tenía necesidad de trabajar en aquel turno de tres a once; lo había escogido él. Si su intención era no acercarse a ella, desde luego había logrado su objetivo.
Tal vez su matrimonio ya estuviera acabado y simplemente no se había enfrentado a la idea. Tal vez Galán no quisiera tener hijos porque sabía que el matrimonio estaba a punto de naufragar.
Aquella idea le provocó un hondo dolor en el pecho. Amaba a Galán. Mejor dicho, amaba a la persona que sabía que era, detrás de aquel exterior desabrido que era lo único que había visto en los últimos años. Si se encontraba adormilada o pensando en otra cosa y él le venía a la mente, el rostro que veía era el del Galán joven y risueño, el hombre del que se enamoró desesperadamente en el instituto. Amaba al Galán desmañado, torpe, vehemente y cariñoso que le había hecho el amor, la primera vez para ambos, en el asiento trasero del Oldsmobile de su padre. Amaba al hombre que le había llevado una rosa roja el día de su primer aniversario porque no podía permitirse comprarle una docena.
No amaba al hombre que llevaba tanto tiempo sin decirle «te quiero» que ya no se acordaba de cuándo había sido la última vez.
T. J. se sentía profundamente desvalida en comparación con sus amigas. Si alguien intentaba engatusar a Clara, ésta lo mandaba a paseo de un bufido y se buscaba otro que lo sustituyera... en su cama. Luna sufría a causa de Shamal, pero no lo esperaba en casa sentada, sino que continuaba adelante con su vida. Y en cuanto a Fionna... Fionna era una persona completa en un sentido en el que T. J. sabía que no lo sería nunca. Fuera lo que fuese lo que le deparara el destino, Fionna lo recibía con valentía y humor. Ninguna de las tres sabía el dolor que llevaba ella sufriendo por Galán en silencio durante más de dos años.
Odiaba su propia debilidad. ¿Qué sucedería si Galán y ella se separaran? Tendrían que vender la casa, y a ella la encantaba su casa, pero daba igual. Podía vivir en un apartamento. Fionna había vivido varios años en uno. T. J. podría vivir sola, si bien nunca lo había hecho. Aprendería a hacerlo todo sola. Tendría un gato... no, un perro, para tener protección. Y volvería a salir con hombres. ¿Cómo se sentiría al estar con un hombre que no la insultase a una cada vez que abriera la boca?
Cuando sonó el teléfono, supo que era Galán. Mantuvo la mano firme al levantar el auricular.
- ¿Te has vuelto loca? -fueron sus primeras palabras. Tenía la respiración agitada, lo cual le indicó a T. J. que estaba enfurecido.
-No, creo que no -respondió ella con calma.
-Me has convertido en el hazmerreír de la fábrica...
-Si alguien se ha reído, es porque tú se lo has permitido -lo interrumpió T. J.-. No pienso hablar de esto contigo por teléfono. Si quieres hablar conmigo en tono civilizado cuando vengas a casa, te esperaré levantada. Pero si tienes la intención de ponerte a gritar como un basilisco, tengo cosas mejores que hacer antes que escucharte a ti.
Galán le colgó.
Ahora la mano le tembló ligeramente al depositar el auricular. Se le inundaron los ojos de lágrimas. Si él creía que iba a suplicarle que la perdonara, estaba tristemente equivocado. Llevaba dos años viviendo según las condiciones de Galán, y había sido muy desgraciada. Quizá fuera el momento de vivir su vida según las condiciones de ella. Si perdía a Galán, por lo menos podría aferrarse al respeto por sí misma.
Media hora más tarde sonó el teléfono de nuevo.
T. J. fue a cogerlo con el ceño fruncido. No creía que Galán fuera a llamarla otra vez, pero a lo mejor, después de haber reflexionado sobre lo que ella le había dicho, sabía que esta vez no iba a irse ignorando sus gritos.
-Diga.
- ¿Cuál de las cuatro eres tú?
Frunció el ceño al oír aquel susurro fantasmal.
- ¿Qué? ¿Quién llama?
- ¿Eres la A? ¿La B? ¿Cuál eres tú?
-Váyase al cuerno -exclamó la nueva T. J., y colgó el teléfono de golpe.

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora