capitulo 65

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Seguidamente lanzó una orden de búsqueda de ese coche. No sabía si Leah iría armada; hasta el momento no había empleado ninguna arma de fuego, pero eso no significaba que no tuviera una, y bien podía llevar encima una navaja. Era una mujer de lo más inestable, como la nitroglicerina; había que acercarse a ella con precaución.
¿Adonde habría ido? ¿A su casa? Sólo un loco de atar iría... pero es que Leah Street era una auténtica loca de atar. Mandó a varios agentes en ruta hacia su casa.
Mientras ponía todo en marcha, trató de no pensar en T. J. ¿La habrían encontrado ya? ¿Habrían llegado demasiado tarde?
¿Cuánto tiempo había transcurrido? Consultó su reloj; diez minutos desde que habló con Strawn, de manera que treinta minutos desde que Leah salió de Hammerstead. Podía haber tomado el sistema de autopistas interestatales y en media hora plantarse en cualquier punto de la zona de Detroit, o haber cruzado la frontera en dirección a Windsor, Canadá. Esto sería genial; ya tenían cuatro o cinco jurisdicciones implicadas en el caso, de modo que ¿por qué no meter también en el ajo a otro país?
Pensó en llamar a Fionna, pero decidió esperar. No sabía nada definitivo acerca de T. J. y no podía hacerla pasar por el sufrimiento de esperar noticias, teniendo tan reciente lo de Luna.
Gracias a Dios, Fionna había indicado que Cake era la «persona a contactar en caso de emergencia».
Como Roger y él habían dividido los archivos de personal por orden alfabético, él la primera mitad del montón de hojas impresas y Roger la segunda mitad, este último tenía el expediente de Leah Street y Marshall tenía el de Fionna. Había más apellidos con B que con ninguna otra letra del alfabeto, y se apresuró a recorrer la pila de papeles. Cuando encontró el expediente de Fionna, sacó rápidamente todas las páginas y se puso a escrutarlas.
Cake aparecía en ellas.
Se le cayó el resto de los papeles. No se molestó en coger un teléfono fijo;
marcó el número de Cake en su móvil y cuando salió por la puerta ya iba corriendo.

~

Los periodistas habían investigado un poco y dieron con Cake en su afán de buscar a Fionna. El constante sonar del timbre del teléfono les estaba destrozando los nervios de tal forma que por fin Cake lo desconectó, y salieron al patio de atrás para sentarse junto a la piscina. Marshall había insistido tanto en que Fionna llevase todo el tiempo encima el teléfono móvil que lo sacó y lo depositó a un costado, sobre el cojín de la tumbona de jardín.
Había una enorme sombrilla para tapar el sol. Fionna dio una cabezada mientras Cake leía. En la casa reinaba el silencio; como sabía que Fionna tenía los nervios de punta, Cake había enviado a Nicholas a jugar a casa de un amigo, y Stefanie se había ido al centro comercial con sus amigas. Al fondo se oían piezas de música clásica de piano que reproducía un CD, y Fionna notó que su dolor de cabeza por fin empezaba a remitir, igual que una ola que se retira de la orilla.
No podía pensar más en Clara y en Luna, ya no. Estaba agotada mental y emocionalmente. En su estado ligeramente adormilado, pensó en Marshall y en lo fuerte que era. ¿Habían pasado sólo tres semanas desde que ella lo considerara la oveja negra del barrio? Habían ocurrido tantas cosas que había perdido la perspectiva del tiempo; parecía que lo conociera hacía meses.
Llevaban casi una semana siendo amantes, y dentro de poco iban a casarse. Le costaba creer que estuviera dando un paso tan importante de manera tan precipitada, pero tenía la sensación de estar haciendo lo correcto. Sentía que Marshall era el hombre apropiado, como si ambos fueran piezas de un rompecabezas que encajaran entre sí. Con sus otros tres prometidos no se había precipitado en absoluto, y ya sabemos cómo habían terminado aquellos compromisos. Esta vez iba a hacerlo sin más. Al diablo con las precauciones; iba a casarse con Marshall Abadeer.
Había mucho que hacer, muchos detalles de que ocuparse. Gracias a Dios que contaba con Cake, porque ésta se estaba encargando de los problemas tácticos, como el lugar y la comida, la música, las flores, las invitaciones, los grandes toldos para dar sombra y acoger a los invitados. Jamás tímida, Cake ya había hablado con la madre de Marshall y con su hermana mayor, Doro, y las había hecho participar en los preparativos. Fionna sentía una cierta desazón por no haber conocido a ningún miembro de la familia de Marshall, pero con la muerte y el funeral de Clara, ahora lo de Luna, no había tenido la oportunidad de hacerlo. Se alegraba de que a Marshall se le hubiera ocurrido decírselo a los suyos antes de que los llamase Cake, o de lo contrario la impresión habría sido todavía más fuerte.
Al fondo sonó débilmente el timbre de la puerta, lo cual la sacó de sus vagos pensamientos. Suspiró y miró a Cake, que no se había movido.
- ¿No vas a ver quién llama a la puerta?
-Ni hablar. Seguro que es algún reportero.
-Podría ser Marshall.
-Marshall habría llamado... Ah, claro, he desconectado los teléfonos. Maldita sea-se quejó Cake dejando el libro boca abajo en la mesa que había entre las dos tumbonas-. Estoy entrando en una parte muy interesante. Por una sola vez, me gustaría leer un libro sin interrupciones. Si no son los niños, es el teléfono. Si no es el teléfono, es el timbre de la puerta. Ya verás cuando Marshall y tú tengan hijos -la advirtió al tiempo que abría la puerta de cristal del patio y pasaba al interior de la casa.


Marshall alteraba entre juramentos y plegarias mientras sorteaba coches con la luz policial encendida. En casa de Cake no contestaba nadie. Había dejado un mensaje en el contestador, pero ¿dónde podían estar? Fionna no se habría ido a ninguna parte sin decírselo a él, dadas las circunstancias. No había estado tan aterrorizado en toda su vida. Había enviado coches patrulla a casa de Cake, pero, Dios santo, ¿y si ya fuera demasiado tarde?
Entonces se acordó del teléfono móvil de Fionna. Conduciendo con una sola mano, el pedal del acelerador pisado a fondo, miró su teléfono y pulsó el número programado de Fionna. Acto seguido esperó a que se estableciera la conexión y rezó un poco más.


Oyó tabletear la valla del patio. La cerca que protegía la zona de la piscina tenía dos metros y medio de altura y estaba construida con tablillas de madera sobre un sólido enrejado, pero la cancela era de barras de hierro forjado. Fionna, sobresaltada, se incorporó y miró hacia allí.
- ¡Fionna!
Era Leah Street, nada menos. Parecía estar frenética, y sacudía la puerta con una mano como si pudiera abrirla a empellones.
- ¡Leah! ¿Qué ocurre? ¿Es T. J.? -Fiomma se levantó de la tumbona de un salto y corrió hacia la puerta. El corazón casi se le salía del pecho, tan intenso era el pánico que la invadía.

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora