capitulo 42 MARATÓN 1/3

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- ¿Qué quieres decir con eso de «problema»? -Fionna se incorporó devolviéndole la misma mirada-. ¡Yo no soy ningún problema! ¡Soy una persona muy agradable excepto cuando tengo que tratar con tipejos!
-Eres un problema de los peores -le espetó él-. Eres un problema de los que lo empujan a uno a casarse.
Teniendo en cuenta que ya eran tres los hombres que habían encontrado cosas mejores que hacer que casarse con ella, aquél no era precisamente el comentario más sensible que pudo hacer. Resultaba especialmente doloroso por provenir de un hombre que acababa de proporcionarle tres explosivos orgasmos. Agarró la almohada, le atizó en la cabeza con ella y se bajó de la cama de un salto.
-Yo puedo solucionarte ese problema -le dijo, echando humo mientras escrutaba la habitación a oscuras en busca de su ropa interior. Maldita sea, ¿dónde estaba el interruptor de la luz?-. ¡Ya que soy un problema tan grande, me quedaré en mi lado del camino de entrada y tú puedes quedarte en la mierda del tuyo! -Para cuando terminó ya estaba gritando.
Sí... aquella mancha blanca debía de ser su sujetador. Lo recogió del suelo de un manotazo, pero se trataba de un calcetín. Un calcetín maloliente. Se lo arrojó a Marshall, el cual lo apartó a un lado y saltó de la cama en dirección a Fionna.
- ¿Qué demonios has hecho con mi maldita ropa? -le rugió ella, esquivando su mano y recorriendo enfurecida la habitación, a oscuras-. ¿Y dónde está el maldito interruptor de la luz?
- ¡Has el favor de calmarte! -exclamó Marshall, en un tono sospechoso de estar reprimiendo una carcajada.
Así que se estaba riendo de ella. Sintió el escozor de las lágrimas en los ojos.
- ¡Y una mierda, no pienso calmarme! -chilló, y acto seguido giró en dirección a la puerta-. Puedes quedarte con esa maldita ropa. Prefiero irme a mi casa desnuda antes que quedarme aquí contigo un minuto más, maldito monstruo insensible...
Un brazo de duros músculos se cerró alrededor de su cintura y la alzó en volandas. Soltó una exclamación, agitando los brazos, y entonces rebotó contra la cama al tiempo que el aire abandonaba sus pulmones con un resuello.
Tuvo el tiempo justo de inhalar un poco de aire antes de que Marshall aterrizase encima de ella aplastándola con su gran peso y obligándola a exhalar de nuevo. Rió mientras la subyugaba con una facilidad ridícula; en cinco segundos ya no podía forcejear en absoluto.
Para su asombro y su rabia, descubrió que Marshall tenía otra erección, que vibraba contra sus muslos cerrados. Si se creía que iba a abrir las piernas para él después de...
Marshall cambió de postura, hizo presión con la rodilla en un experto movimiento, y las piernas se abrieron de todos modos. Otro cambio de postura y se deslizó suavemente al interior de ella. Fionna sintió deseos de chillar por estar disfrutando tanto de aquello, por amarlo y porque era un monstruo. Su mala suerte con los hombres seguía cumpliéndose.
Entonces rompió a llorar.
-Vamos, nena, no llores -le dijo él en tono tranquilizador mientras se movía lentamente dentro de ella.
-Lloraré si quiero -sollozó Fionna al tiempo que se aferraba a él.
-Te quiero, Fionna Bright. ¿Quieres casarte conmigo?
- ¡Por nada del mundo!
-Tienes que casarte conmigo. Me debes todo tu próximo sueldo entero por todas las groserías que has proferido esta noche. Pero si nos casamos no tendrás que pagarme.
-No existe ninguna regla que diga eso.
-Acabo de inventarla. -Le enmarcó la cara con sus grandes manos y le acarició las mejillas con los pulgares para limpiar las lágrimas.
-Tú has dicho «mierda».
- ¿Qué otra cosa puede decir un hombre cuando ve que sus gloriosos días de soltería se acercan a su rápido e ignominioso fin?
-Ya has estado casado.
-Sí, pero eso no cuenta. Era demasiado joven para saber lo que hacía. Creía que follar era lo mismo que amar.
Fionna pensó que ojalá se quedase quieto. ¿Cómo podía tener una conversación mientras hacía lo que le estaba haciendo? No..., ojalá, cerrase la boca y siguiera haciendo exactamente lo que estaba haciendo, excepto tal vez un poquito más deprisa. Y con un poquito más de ímpetu.
Marshall la besó en la sien, en el mentón, en la leve hendidura de la barbilla.
-Siempre he oído decir que el sexo es distinto con una mujer a la que uno ama, pero no me lo creía. El sexo era sexo. Pero entonces entré dentro de ti y fue como meter el pene en un enchufe.
-Oh. ¿A eso se debían todas esas sacudidas y todos esos gemidos? -se burló Fionna, pero prestando atención.
-Qué sabihondilla. Sí, a eso se debían, aunque me parece que no soy yo el único que se ha movido y gemido. Ha sido diferente. Más apasionado. Más fuerte. Y cuando terminó me entraron ganas de repetirlo todo.
-Y lo has repetido.
-Ahí tienes la prueba, entonces. Por el amor de Dios, ya me he corrido dos veces y otra vez estoy empalmado. O se trata de un milagro sexual, o es amor. -Besó a Fionna en la boca, despacio y en profundidad, con lengua-. El hecho de ver cómo te lanzas a una rabieta siempre me excita.
-Yo no tengo rabietas. ¿Por qué cada vez que un hombre se enfada es que está furioso, pero cuando se enfada una mujer no es más que una rabieta? -Calló un instante, sorprendida por lo que había dicho él-. ¿Siempre?
-Siempre. Como cuando tiraste al suelo mi cubo de la basura, luego me chillaste y me apuntaste con el dedo en el pecho.
- ¿Estabas excitado? -le preguntó ella, atónita.
-Como una piedra.
Fionna dijo, mirándolo perpleja:
-Pero qué hijo de p...
-Así que contesta a mi pregunta.
Ella abrió la boca para decir «sí», pero la cautela la empujó a recordarle:
-No se me dan bien los compromisos. Eso le proporciona al novio demasiado tiempo para pensar.
-Yo pienso saltarme la parte del compromiso. No vamos a comprometernos; nos casaremos directamente.
-En ese caso, sí, me casaré contigo. -Hundió el rostro en la garganta de Marshall y aspiró el calor y el aroma de su cuerpo, pensando que si los perfumeros del mundo pudieran embotellar aquello que poseía Marshall, la población femenina estaría constantemente en celo.
Él dejó escapar un gruñido de frustración.
- ¿Por qué me quieres? -insinuó.
Fionna sonrió moviendo los labios contra la piel de él.
-Porque estoy loca, salvaje, perdida y absolutamente enamorada de ti -afirmó.
-Nos casaremos la semana que viene.
- ¡No puedo hacer eso! -exclamó Fionna horrorizada al tiempo que se echaba hacia atrás para contemplarlo echarse sobre ella, moviéndose lentamente adelante y atrás, adelante y atrás, como un alga flotando en la marea.
- ¿Y por qué no?
-Porque mis padres no regresarán de las vacaciones hasta... He perdido la cuenta de los días. Dentro de unas tres semanas, creo.
- ¿No pueden regresar antes? ¿Dónde están, por cierto?
-De viaje por Europa. Son las vacaciones soñadas de mi madre, porque mi padre tiene Parkinson y, aunque la medicación lo está ayudando de verdad, últimamente ha empeorado un poco y ella tenía miedo de que ésta fuera su última oportunidad. Antes de jubilarse, siempre estaba demasiado ocupado para marcharse durante una temporada tan larga, por eso es un viaje especial para los dos, ¿sabes?
-Está bien, está bien. Nos casaremos el día siguiente de que vuelvan a casa.
- ¡Mi madre ni siquiera habrá tenido tiempo de deshacer las maletas!
-Vaya. Como no vamos a comprometernos, no podemos hacer todo eso de la boda en la iglesia...
-Gracias a Dios -repuso Fionna sinceramente. Había pasado por aquella experiencia con el número dos, el muy cabrón, con todos los gastos, los preparativos y las molestias, sólo para que él se retractara en el último minuto.
Marshall exhaló un suspiro de alivio, pues temía que a ella le gustara una boda por todo lo alto.
-Tendremos todo preparado. Lo único que tendrán que hacer tus padres es asistir.
Fionna había estado realizando un enorme esfuerzo para concentrarse en la conversación mientras Marshall hacía... mientras Marshall la llenaba una u otra vez, y estaba muy impresionada de que él fuera capaz de mantener su parte de dicha conversación en medio de aquellas circunstancias, pero el cuerpo de ella súbitamente alcanzó el punto de no retorno. Lanzó una exclamación ahogada y alzó convulsivamente las caderas contra él.
- ¡Ya hablaremos después! -dijo con voz ronca, lo agarró del trasero y lo atrajo hacia sí con fuerza.
Pero pasaron un buen rato sin hablar absolutamente de nada.

El hombre perfecto (fiolee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora