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Edward salió de su casa tan rápido como sus piernas de 50 años se lo permitieron. Tomó las llaves de su bolsillo, y una vez dentro salió disparado en su coche hacia la carretera, sin tiempo de cerrar el portón de la casa o de ponerse el cinturón de seguridad.

La noticia que escuchó en la tele aún resonaba en su cabeza como una intermitente alarma contra incendios.

"Esta mañana, se nos ha informado acerca de un incidente en la carretera 92 debido a una explosión proveniente del centro familiar "MegaPizza Plex". El lugar ha quedado casi por completo devorado por las llamas que aún surgen de él. Hasta el momento no han aparecido heridos, la brigada de seguridad y el cuerpo de bomberos están buscando apagar las llamas... Esperen, nos están informando acerca de un infante que fue visto entrando al lugar y del que aún no se tienen señales. Los rescatistas están buscándole. Los mantendremos informados".

No podía creerlo. Pensó lo peor de inmediato. Su pequeña Mary, su adoración, había salido temprano esa mañana, incluso antes del desayuno. Era común para ella moverse libremente por la ciudad, sabia perfectamente como cuidarse, cruzar la calle, a qué lugares no ir y que no debía hablar con desconocidos, y si alguien trataba de hacerle algo, sabía que debía gritar "¡fuego, fuego!" y correr a casa. Irónicamente, en estos momentos estaría atrapada en las flamas.

Edward le había permitido esas libertades de movimiento ya que él era padre soltero(tanto que había peleado la custodia), casi no tenía tiempo para jugar y su hija era una niña realmente inquieta. Además, su hermana mayor, Catherine, estaba estudiando arduamente y preparándose para seguir los pasos de su padre, por lo que no podía exigir que cuidara a Mary.

Y si algo malo le pasaba a su pequeña, no se lo podría perdonar jamás.

No se fijaba mucho en el camino, solo en el destino, conduciendo a una velocidad que sobre pasaba los límites en las leyes de tránsito, hasta que, inevitablemente tuvo que parar en un semáforo a unas cuadras del Centro Comercial MegaPlex.

Frustrado golpeó su frente contra el volante. Sus dos hijas habían sido su motor y eran su razón para esforzarse cada mañana ¿Cómo podía ser capaz de perder a una de ellas y seguir viviendo?

—¡Papá!¡Papá!¡Hola!

Llamó una pequeña voz desde el otro lado de la calle, haciendo que el corazón del hombre diera un enorme salto en su pecho y sus ojos se llenaran de lágrimas.

Poco le importó los autos que avanzaban y el montón de conductores que asustados por el hombre que cruzaba ciegamente la calle pitaban la bocina.

—¡Mary!¡Mary, mi niña! —exclamó mientras la abraza con fuerza, para un segundo después revisarla rápidamente con la vista—.¿Te duele algo?¿Estás herida?

—Na-ah —negó la pequeña con una sonrisita en los labios. Acarició y limpió las lágrimas de las mejillas de su padre.

—Estaba tan preocupado...¿¡Dónde estabas!?¿Qué hacías?¿No sabes que hubo un incendio?

Exclamó fuera de sus cables el doctor(curiosa expresión si sabes en qué está doctorado). La niña respondió de forma tranquila.

—Fui a buscar más robots, me encontré una cabeza pero estaba aplastada como lata, y luego un brazo; ¡Y después al señor Sun y el señor Moon! El señor Moon llegó después con el señor Monty y...

—Espera, espera, espera —pidió el hombre tratando de comprender de lo que hablaba—.¿SunDrop?¿Los robots del Pizzaplex?

—¡Sí!¡Moon me salvó del incendio! Aunque claro... Yo hubiera podido salvarme sola.

Debido a toda su preocupación, el hombre de cabellos castaños no se había dado cuenta que sus creaciones le observaban ocultos en una capucha improvisada cada uno, expectantes.
Del hombro de Sun se asomaba un animatrónico más: Montgomery Gator, recordó que se llamaba.

Eclipse Reptiliano =Glittergolf History=Donde viven las historias. Descúbrelo ahora