Capítulo 2- La fiesta

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El taxi nos dejó al lado del local y tal y como Marta me había dicho, estaba literalmente en la orilla de la playa. Me imaginaba el local mucho más grande, tal vez eso era cosa mía o tal vez era del término <<Mega fiesta>> que había empleado Marta a la hora de convencerme para que la acompañase a este sitio.

La música resonaba desde lejos y sin necesidad de entrar se podían ver a borrachos tirados por el suelo y a gente bailando en la arena. Me estaba empezando a arrepentir de haber venido.

Marta y yo entramos a la fiesta cogidas de la mano, el local estaba repleto de gente, casi que no podías moverte y la única manera de hacerlo era empujando a la gente (cosa que no me agradaba mucho hacer), la música estaba muy alta y era casi imposible escuchar lo que mi amiga me estaba intentando decir, pero no me hizo falta escucharlo para darme cuenta de lo que pretendía hacer y en cuanto vi a un hombre acercársenos comprendí que era aquel tipo con el cual ella había estado hablando y por el que gracias a él estaba ahora mismo metida en aquel asqueroso lugar. De repente ella me hizo un gesto de despedida con la mano y se fue, tampoco era algo que me sorprendiese pero me defraudé al haber pensado que quizás podría tener un poco de compasión hacia mí y no simplemente usarme como Banco de España, porque estoy 100% segura de que por lo único que me invitó fue porque quería que pagase el taxi y a pesar de sólo haberle pedido una cosa, el que no me dejase sola, no había tardado ni 10 minutos en incumplirla.

Mientras veía a Marta alejarse pasaban por mi cabeza mil insultos hacia ella, hacia su estúpido amigo al cual se le había ocurrido la idea de invitarla a este lugar, hacia mi vida y hacia mi sueño de pasar un verano en Barcelona completamente sola.

-¡Me cago en mi puta vida!- grité lo más fuerte que pude, pensando que nadie me iba a escuchar, pero el grupo de personas que tenía alrededor se me quedaron mirando.

-Vámonos de aquí que esta tía está majara- escuché decir a una chica que tenía en frente.

-Vaya mongola- dijo el chico que ella tenia al lado.

Lo que faltaba, que la gente empezase a meter mierda también.

Estaba atrapada, cada vez había más gente y costaba moverse más, a eso sumándole el alcohol que me había bebido para ahogar mis penas casi que no podía caminar, la cabeza me daba vueltas. Tras diez largos minutos empujando a la gente y dando vueltas para buscar la salida, logré ver una puerta al fondo del local, salí y por fin, aire fresco. Puse un pie en la arena y tropecé con un escalón que no había visto, me caí y empecé a vomitar como nunca lo había hecho. Tenía claro que jamás volvería a una fiesta como esta.

Después de 15 minutos en el suelo tratando de recuperarme, cogí mi móvil y llamé a un taxi. No era muy fan de coger taxis en la madrugada, incluso me daba miedo, pero era la única opción que tenía para llegar a casa pronto que era exactamente lo que necesitaba en ese momento.

Mi amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora