Capítulo 18- Llegada al aeropuerto

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Tras comer en un silencio incómodo, Gavi se levantó de su sitio y se me plantó delante.

-¿Qué pasa ahora?- le miré con cara de amargada, esperando que soltara una de las miles de estupideces que dice al día por su boca.

-Ten Laia- Pablo me tendió un papel- es el vuelo que tienes que coger, Arturo te llevará al aeropuerto y ya nos veremos en Francia.

-¿Qué?- flipé- ¿y tú con quién vas?- me levanté de la mesa para plantarle cara.

-No puedes venir conmigo, lo siento, ya sé que estás tan obsesionada conmigo que te hubiera gustado seguir acosándome en el avión, pero no has tenido tanta suerte esta vez. Nada más aterrizar el avión habrá alguien esperándote en el aeropuerto, esa persona te llevará al hotel donde nos alojaremos durante los cuatro días que estemos en Francia, o como yo le digo, el territorio enemigo. Probablemente cuando llegues ya esté yo allí, de todos modos, si no estamos no te preocupes, tienes todo incluido en el hotel de cinco estrellas, dudo que te aburras.

-¡Cinco estrellas! Dios, pues sí que te sobra el dinero.

-Te podría comprar cuatro veces y aún así me sobraría dinero como para comprarte una quinta- dijo orgulloso.

-No tengo mayor intención de venderme, y menos a ti- rodé los ojos mientras suspiraba.

Justo cuando Pablo fue a decir algo escuchamos un pitido procedente de fuera de la casa. Arturo ya había llegado y estaba haciendo sonar el claxón del coche para que nos percatáramos de su llegada. Pablo me hizo una seña para que cogiese las maletas y entrara en el coche que me una a llevar al aeropuerto. Mientras tanto él salió corriendo escaleras arriba.

-Buen viaje, Laia- me dijo Pedri haciéndome una seña de despedida, mientras fregaba los platos.

-Adiós, Pedri.

Salí de la casa sola, llegando hasta el coche. Era un todoterreno negro, con las ventanas tintadas, por lo que no se veía nada del interior, digno de película. Arturo me saludó y me dedicó una sonrisa muy grande, era muy majo y educado. Me ayudó a colocar mi maleta en el maletero y justo cuando estaba abriendo la puerta del coche para entrar en él, se abrió la puerta de la casa y salió Pablo corriendo, llevaba algo en la mano.

-Laia- jadeó. Se había dado una panzada de subir escaleras y bajarlas corriendo- ¿te ibas a ir sin despedirte de mi?- se rio mientras yo me acercaba a él- Sé que me echarás de menos todo este tiempo que estarás sin mí, Rizos.

-Qué exagerado eres, celoso de mierda- sabía que no me gustaba que me llamara así, así que yo lo llamé por el apodo que tanto le jodía a él, a la vez que ponía una falsa mueca de fastidio con la cara para que supiera que seguía sin gustarme su maravilloso apodo, "Rizos".

-Ten, me lo agradecerás más tarde- me dio lo que llevaba en la mano- es una camiseta del barça, nada especial, guárdatela en tu mochila y ya la usarás.

-Gracias... supongo- arrugué mis cejas sorprendida- pero siento decepcionarte, no es que sea muy fan del fútbol, es más, nunca he visto un partido de fútbol.

-Te aseguro que ese es el último de mis problemas ahora mismo. Aparte, puede que no seas fan del fútbol, pero sí mía, así que la usarás, hazme caso. Y lo de que nunca has visto un partido de fútbol ya lo solucionaremos...

-No te lo crees ni tú, egocéntrico. En todo caso el fan eres tú de mi, que fuiste el que me acorraló contra la pared sin conocerme, listo.

Se le borró la sonrisa de la cara al sacar ese tema, sin embargo la mía creció viendo como se ponía rojo. Me encantaba joder a ese imbécil egocéntrico.

-Lo que pasó ese día se queda en ese día. De nada por el regalo, ¿eh?

Entré al coche sin responderle, ni siquiera me había despedido, pero me daba igual. La rabia me recorría el cuerpo al recordar como me había usado la noche anterior, aprovechándose de que estaba ebria y me había puesto la excusa de que lo había hecho para ver si cumplía el trato. Puto niño de los cojones, me había mostrado simpática esa mañana, pero era la última vez.
Se la iba a devolver, se la iba a devolver pero bien.
Todo pasaría en Francia, o como él le decía, en el territorio enemigo...

Guardé la camiseta en mi mochila sin ni siquiera mirarla, al tiempo que Arturo ponía en marcha el coche, empezando así mi trayecto hacia el aeropuerto.

-¿Has estado alguna vez en París?- me preguntó el chófer.

-Jamás he estado, llevo queriendo ir allí desde que era muy pequeña, pero jamás se me había presentado una oportunidad para viajar a esa ciudad.

-¿Eres novia de Pablo o...?

-No, no, no, no, no- me apresuré a decir- somos amigos más bien.

-¿Amigos? Él no me dijo lo mismo. Aparte, conociéndole sé que no invitaría a alguien cualquiera a tal viaje.

-Bueno- recordé de nuevo el contrato- llevamos siendo amigos un tiempo, se podría decir que somos novios, pero no me gusta llamarlo así.

-Comprendo, tiene que estar coladito por ti como para invitarte a París, ya sabes, la ciudad del amor, ¿eh?- se rio.

Realmente no me había invitado allí porque fuéramos novios, ni mucho menos, me había invitado porque no quería que pasara cuatro días sola en aquella casa en la que llevaba viviendo 3 días contados. Probablemente no pudiera ni hacerme la comida, la casa era tan grande que probablemente ni encontrase el lugar donde guardaban los alimentos.

-¿Te gusta la música?- me preguntó.

-Sí, ¿puedo poner algo?

-Claro, eso ni se pregunta.

Conecté mi móvil al coche y puse una lista de reproducción de canciones de Taylor Swift. Descubrí que Arturo, la persona que menos me esperaba que le pudiera gustar la música de Taylor Swift, era un gran fan de ella y se sabía prácticamente todas sus canciones, por no hablar de su perfecta pronunciación del inglés, me quedé fascinada.

-Bueno Laia, ya hemos llegado al aeropuerto, yo desgraciadamente me tengo que ir ya, ha sido un placer hablar contigo y conocerte. Espero que nos veamos pronto. ¡Buen viaje!

-Muchísimas gracias por traerme Arturo- le tendí un billete de diez euros- Yo también espero tener un buen viaje, cuando volvamos ya te contaré todos los detalles.

-¡Quédate con ese billete mujer! A mí Pedri ya me paga una buena cantidad por esto, no hace falta que me pagues tú también- se rio muy fuerte.

-Ah, perdón- me reí a la vez que me puse colorada de la vergüenza- No estoy acostumbrada a tener un chófer personal, disculpa. Gracias por traerme.

-¡Ni darlas!

Salí del coche y cerré la puerta, Arturo también salió y me ayudó a coger mi maleta.

-¡Adiós!- nos despedimos a la vez que me dirigía hacia la entrada del aeropuerto de El Prat.

Casi nunca había viajado en avión y el tener que hacerlo sola todavía me daba respeto, cuando viajé desde Jaén hasta Barcelona dormí durante todo el vuelo, evitando así el pasarlo mal.

Para colmo, no tenía mi móvil, estaba rotísimo y no lo podía usar, además de que el no usar el móvil era uno de los acuerdos del contrato.

Estuve sobre dos horas esperando sentada a que saliera mi vuelo. Ya había hecho el check-in y todo lo que tenía que hacer en el aeropuerto para que todo estuviese correcto, sólo me quedaba esperar. Estaba leyendo uno de mis libros favoritos cuando de repente anunciaron que mi vuelo saldría en quince minutos, me dirigí hacia la puerta de embarque nerviosa, pensando en qué estarían haciendo Gavi y Pedri en aquel momento.

Por fin embarqué y me senté en mi asiento del avión, esperando a que despegase.

Mi amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora