Capítulo 31 ;; La habitación donde rompí su corazón.

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El auto de Derek aparece 5 minutos después de lo acordado en mi puerta.

Tiene el codo apoyado en la ventanilla abierta y sus ojos me escrutan mientras recorro el caminito hacia él. Me dedica una sonrisa que con mucho esfuerzo le devuelvo.

—Hey —susurra cuando ya estoy en el asiento de copiloto.

—Hey.

Enciende el vehículo, pero antes de comenzar a conducir se inclina y me besa. Atrapo sus mejillas entre mis manos y permito que la suavidad de sus labios contra los míos me distraiga por un segundo, que termina pronto, cuando un collar de púas me envuelve la garganta.

Me coloco el cinturón sin decir ni una palabra, intentando evadir las ganas de llorar y la impotencia. Detesto sentirme impotente, y en los últimos días es la única forma en la que me he podido sentir.

—¿Qué sucede? —pregunta con suavidad, dejando caricias sobre mi rodilla.

Bajo la vista a su mano. Sus dedos trazan corazones invisibles sobre mi piel.

—Alquilé una habitación en un motel. —suelto, y trato de que mi tono sea divertido, a pesar de que no tengo ni la más mínima gana de bromear. —Creí que merecíamos distraernos esta noche. Pasar un momento a solas, ya que siempre estamos con los chicos...

Sus labios se curvan en una sonrisa divertida.

—No me habías dicho nada.

—Era una sorpresa. —Me encojo de hombros y me río por el brillo en su mirada. No sé si está fingiendo que no nota que algo me sucede, o si realmente no lo hace, pero es mejor así.

—No sabía que eras una chica de moteles.

—He estado en varios. En todos los de la ciudad, quizás —bromeo, aunque probablemente es cierto. —¿Alguna vez fuiste a uno?

—Jamás.

—¿De verdad?

—A ver. Digamos que tampoco he tenido muchas novias.

—¿Y líos?

—No me van esas cosas.

—Cuando te conocí, creí que eras exactamente de esas cosas.

—¿Por qué?

—Bueno, no lo sé. Eres un guitarrista de como 1,90, tienes cara de amargado y eres guapo. A algunas les gustan los chicos malos.

Derek arruga la nariz.

—No soy un chico malo.

—Lo pareces. Pero cuando te conocí, me di cuenta de que era todo una fachada y que en realidad eres una dulzura.

Pone los ojos en blanco, fingiendo que aquello lo ofendió, pero creo ver bajo la luz de las farolas que está sonrojado.

—No es cierto.

—Claro que lo es, querido Derek. Y por eso estás rojo como un tomate.

Bajamos frente a un motel de paredes beige y rojas un par de minutos más tarde. En recepción, una señorita nos entrega unas llaves con el número 23 y nos guía hacia la habitación que nos fue asignada.

La habitación donde romperé su corazón.

Derek observa todo con curiosidad disimulada. Sus dedos, cálidos y tranquilos, contrastan con la frialdad y la tensión de mi postura. Quizás lo nota, porque se lleva mis nudillos a los labios y los besa.

—Este es su cuarto —dice la mujer con tono francés, abriendo la puerta y revelando una habitación amplia. —Si necesitan algo, solo deben presionar el botón junto a la cama.

Sobre la pasión y otros peligros (‹‹Serie Lennox 2››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora