Capítulo 4 ;; Dones.

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América suele decir que soy afortunada. Que se me ha sido otorgado el don de la belleza y de la inteligencia y que debería aprovechar todo mi potencial.

Sin embargo, yo me siento de todo menos afortunada. A veces preferiría no tener dichos dones.

Toda mi vida he sido segunda en todo. Segunda en belleza, en capacidad, en audacia. Mi hermana Asia siempre se queda con los premios gordos. Mamá dice que Asia y yo somos iguales, pero no creo que sea cierto.

De todos modos, lo que América no entiende es que sí aprovecho mi potencial. Al fin y al cabo, ha sido mi físico el que me ha ayudado a atraer tantos chicos, ¿no? A ninguno de ellos le interesa lo que hay dentro de mi cerebro.

Aunque, pensándolo bien, ser inteligente y ser bonita son dos virtudes útiles para distintos ámbitos de mi vida. La primera me llevó a tener el mejor promedio de mi clase y, en el futuro, me guiará a una de las grandes universidades para seguir la carrera de medicina.

—Tengo que irme.

El rubio a mi lado en la cama, cuyo nombre no recuerdo, se pone de pie y se calza los pantalones. Recorro con mis ojos la línea de su pelvis, alzo la vista a los suyos y me muerdo el labio inferior de manera provocativa. Una sonrisa seductora aparece en su rostro y se inclina para besarme. Enredo los dedos en su cabello, lo insto a quedarse, pero termina por apartarse y arrojarme su teléfono en el regazo.

—Anota tu número y más tarde te escribiré.

No sé si lo hará o no, tampoco me importa.

—Yap.

Cuando sale de la habitación, me tomo un momento antes de levantarme, estirándome y soltando un bostezo. Es increíble todo lo que puedes conseguir de algunos hombres tan solo con sonreírles y mostrarte pasiva. En estos años, he aprendido que la forma de llegarles es mediante el ego; si lo aumentas, si ellos creen que estás a sus pies, te darán todo lo que deseas y más.

Sin embargo, al final del día, nada de lo que te dan es suficiente. Te sientes vacía, y vuelves a preguntarte cuál es el sentido de todo eso.

El motel es costoso; no es difícil adivinarlo. Basta con observar el jacuzzi en la esquina de la habitación, en donde lo hicimos unas tres veces, el gran ventanal, el servicio de masajes y bocadillos...

Mi teléfono vibra y la pantalla se ilumina con un mensaje de Maisy.

"Purdes vwnir???? pr favor"

De inmediato, comienzo a vestirme mientras la llamo. Atiende al segundo timbre.

—Mase, ¿en dónde estás?

Pero no es Maisy la que responde.

—¿Qué quieres?

Aprieto la tela de mi blusa al oír la voz de Freire.

—¿Dónde está Maisy?

—Aquí, conmigo.

—Pásame con ella.

—Está durmiendo.

Los balbuceos de mi amiga que suenan en el fondo rebaten sus palabras.

—Freire.

—No jodas, África.

Y el muy hijo de puta cuelga.

Llena de frustración y preocupación, me coloco el abrigo y camino hacia su apartamento, intentando comunicarme con ellos otra vez, pero no responden. Y he aprendido a desconfiar de los hombres lo suficiente como para saber que, por muy bonitos que sean, pueden ser unos tremendos imbéciles.

Sobre la pasión y otros peligros (‹‹Serie Lennox 2››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora