II

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Miedo.

Caminaba mirando a todos lados, la imagen de los ojos mirándome me atormentaba. No tenía buena memoria, pero si recordaba los rostros de mis servidores y nunca había tenido un sirviente con ojos tan diabólicos como aquellos. Trataba de no pensar en la cosa que había visto y me dije que fue mi imaginación la que me jugó una mala pasada, pero fue tan real, ¿acaso estaba demente?

Servidores iban y venían haciendo sus cosas, solo sonreían y se alejaban. Necesitaba salir e ir al lugar de siempre, pero tenía la cena con mi familia y no podía faltar ya que mi padre realmente se preocupaba y no quería eso.

Tan pronto terminé de probarme el vestido que usaría la noche en la que pedirían mi mano fui al comedor real.

Al entrar me invadió el olor a comida recién preparada y mi estómago hizo un sonido extraño porque no había comido nada antes. Saludé al pianista que tocaba una de mis canciones favoritas y luego observé a mi familia.

Mi abuelo leía atentamente el periódico mientras el humo salía de su pipa, mi abuela tenía la mirada perdida en el pianista, Leonor estaba revisando su cuaderno habitual y mi abuela conversaba con un sirviente. Mis padres aun no estaban, eso era bueno.

—Cariño, ¿estás mejor? —preguntó Elina, mi abuela materna —. Leonor nos contó que te sentías un poco indispuesta hoy por eso no comiste con nosotros.

—Sí, no era nada.

Ella asintió y empezó a conversar con mi abuela.

Sentí una palmada por la espalda y del susto grité eufórica. Mis abuelos dirigieron su mirada hasta mí y sonreí fingiendo que no pasaba nada. Emma frunció el ceño y se sentó a mi lado, a los pocos minutos entraron mis padres.

Como ya era de esperarse él me observó preocupado.

—Hija mía, ¿Ya te encuentras mejor? — me pregunto sin despegar su mirada azul de mi rostro.

Asentí, pero él no cambió de expresión.

—Aslan, Lynette ya está mejor. No hay porque alarmarse, hombre —indicó mi abuelo, dejando su periódico para verlo.

—Lo sé, padre, pero no quiero que le pasa nada, no lo soportaría.

—Estoy bien, padre mío —dije tratando de sonar segura—. Como dice mi abuelo no hay de qué preocuparse.

Aslan asintió.

Pronto entraron los cocineros trayendo los mejores potajes. Todos comenzamos a comer, mi padre hablaba alegremente con mi abuelo mientras yo intentaba saborear la comida. El recuerdo de los ojos de colores mirándome hizo que perdiera mi calma, destetaba eso. No podía seguir pensando en lo que había visto hace un rato. Miré a Emma, necesitaba decirle que era lo que pasaba.

—Emma —la llamé en tono bajo—. Creo que estoy demente, hoy vi a un hombre con ojos de diferentes colores.

Ella dejó su cubierto y sus ojos viajaron hasta los míos.

—Me estaba observando —continué—. Me sentí incomoda y le di la espalda para pensar en cómo recriminarlo, no parecía humano y cuando volví la mirada a la puerta y decirle, ese hombre ya no estaba, ¿acaso estoy loca?

Emma sonrió.

Miró con disimulo a las personas que estaban con nosotros, ninguno estaba prestándonos atención.

—Tal vez es un alma en pena que pasaba por ahí y se enamoró de usted, majestad.

Yo negué indignada.

Rareza en el trono de la belleza [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora