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Ojos verdes.

Los ojos de Damián.

Sus mismos ojos fríos y sin expresión alguna estaban frente mío, observándome, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro —respondió mi padre—. ¿Estás de acuerdo, hija mía?

El joven de nombre Ethan volvió a mirarme, esperando una respuesta, al igual que todos. Aslan me lanzó una mirada, recordándome la conversación de ayer. El ambiente se sintió tenso.

Asentí y él me extendió su brazo.

Los dos caminamos hasta la pista de baile, dejando atrás a mi familia.

Ethan era más alto que yo, por lo que me sentía pequeña. Colocó su brazo en mi cintura y sonreí nerviosa. No negaría que era atractivo, su cabello se movía por el aire y sus ojos me recordaban a mi amigo, así, tímidamente puse mi brazo en su hombro y di la cara.

A los minutos empezó a sonar una canción y todas las parejas comenzaron a bailar, pero nosotros no nos movimos. Continuamos mirándonos, como si estudiáramos cada facción del otro, hasta que las miradas de las personas se clavaron en nosotros y Ethan empezó a moverse.

Bailamos según la música, él me hacía girar sobre mi propio eje y luego me dejaba sola para que llegara hasta él. Su cabello castaño era idéntico al de Damián.

Sentí tristeza.

Él bailaba como todo un profesional y de vez en cuando cruzábamos miradas donde me sonreía de forma dulce.

—¿Le gustan mis ojos, majestad? —preguntó, dándome una vuelta que me llevó hasta su pecho—. ¿O le recuerdo a alguien?

Ignoré su pregunta.

Ethan se alejó para que nuestras manos chocaran por tercera vez. Evitaba su mirada, no quería preguntas de ese tipo, me ponía nerviosa y no me gustaba, al parecer lo notó porque no volvió a preguntar.

La canción terminó y todos aplaudieron. Él me agarró del brazo y los dos nos retiramos, pero antes de llegar al altar, él hizo que paremos, haciendo que lo mire extrañada.

—Tenga cuidado —me dijo—. El peligro la asecha y el enemigo podría estar en medio de esta bella sala —me guiñó un ojo, al ver mi sorpresa—. Fue un placer conocerla.

Antes que diga algo, hizo una reverencia y deshizo nuestro agarre de brazos para irse con la mujer que llegó, dejándome en una total confusión. Repasé sus palabras, ¿acaso...? Imposible, ¿Quién era él?

Tratando de responder las preguntas que empezaron a formularse en mi cabeza me dirigí hasta el altar, donde mi padre me esperaba, sonriente y mi madre seguía con la mirada perdida. Caspian y su familia ya no estaban, pero sus asientos anteriores lo ocupaban una pareja que de inmediato reconocí.

No había rastro de Emma y pensé lo peor al ver que había desaparecido.

—Hija mía —dijo mi padre al verme llegar—. Ya conoces al rey Arturo Gilius y su esposa Alba Gilius

Asentí.

Siempre los recordaría. Antonio era el mejor amigo de toda la vida de mi padre y siempre lo vi en cualquier evento que organizaban, ni hablar de Alba.

—Bienvenidos a Winlet, majestades —los saludé cordialmente.

—Lynette querida, que hermosa que estás —alagó Alba, dándome un beso en la mejilla—. Eres perfecta, tenían razón, esto es lo mejor que se les ha ocurrido.

Oh, no, no, no, no.

Esperaba que no sea cierto lo que estaba pensando.

Arturo asintió y sonriendo besó mi mano.

Rareza en el trono de la belleza [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora