XXXIII

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Emma Payne.

—¿Está todo listo? —pregunté.

Ellos asintieron.

Una vez más leí la hoja de papel para luego guardarla en mi bolsillo con cuidado de no perderla, era muy importante para dar el último paso.

—¿Y Balam?

—Se fue por armas, pero ya viene.

Suspiré con frustración.

—Mas le vale que no lo estropee.

Miré las maletas que descansaban al frente mío, pronto todo acabaría. Después de esto, me casaría y haría lo que me pida. Todo se había complicado, así que teníamos que salir de Winlet lo más reservadamente posible.

—¿Creen que ya se hayan enterado? —preguntó mi hermano, concentrado en el cubo de rubí que tenía en sus manos.

—Aslan no debe tardar en enviar a sus guardias —dije, mirando impaciente el reloj de mano—. Carajo, ¿Por qué tarda tanto?

—Todo va salir bien —indicó Manu, como si el estar escapando del rey más importante de Europa fuera lo más fácil del mundo—. Debes recordar que él lo tiene todo bajo control.

—Sí, pero si no llegamos vivos, ¿Qué sentido tiene? —contesté, tratando de no alterarme—, esto de que me haya dejado a cargo no me gusta, osea sí, me encanta mandar a un par de adelados como ustedes, pero la responsabilidad cae en mí si algo pasa.

—No va pasar nada, Emma —insistió él, frotándome el hombro. Miré por tercera vez el reloj—. Balam, Balam... ¿por qué demoras tanto?

Un sonido nos hizo estremecernos por lo que rápidamente Manu fue a mirar, esperaba, aunque sabía que sería imposible que fuera él y que había venido por nosotros, pero no. Balam apareció montando un refinado carruaje y llevaba un traje de cochero.

—¿Por qué tardaste tanto?

Frunció el ceño.

—Deberías decir un "gracias Balam, nos has salvado. Que idea tan magnífica el de usar disfraces"

—Veo que te funcionó el cerebro y te felicito —pronuncié—, pero ayúdanos a subir las cosas que se nos hace tarde.

—El sarcasmo es tu vida, querida —respondió, bajando del carruaje y antes de meter la primera maleta se giró hacía mí—. Pero para tu cochino conocimiento, soy muy inteligente.

Asentí, rodando los ojos.

Me subí en el carruaje y acomodé las cosas desde dentro, pensando en que pasaría después de irnos de Winlet. Me pregunté como lo estaba pasando Lynette, ¿estaría bien? Por supuesto que no, pero tampoco podía decirle la verdad. Todo se descubriría pronto y quería estar para ella cuando se entere.

—Listo —se frotó las manos Balam y miró a Norman que volvió a concentrarse en seguir armando el cubo—. Oye, pelirrojo, no es por nada, pero ¿no crees que ya estás lo suficientemente grande para seguir jugando con eso?

Norman lo miró.

—Digo, ¿no? porque eso de contar los colores para luego usar tus matemáticas raras y lograr armarlo es aburrido

—¡Así no funcionan las matemáticas, burro! —exclamó él, harto de sus preguntas estúpidas. Respiró profundo y volvió a concentrarse en el cubo—. Balam, no me saques de quicio, es lo único que me mantiene tranquilo en momentos como este.

—Tranquilo, cerebrito, lo entiendo, pero hay maneras diferentes de—

—¡Balam!

—Sí, ya entendí, me callo, pero tampoco te permito que me faltes el respeto gritándome de esa forma. Ya sabes que me pongo sensible.

Rareza en el trono de la belleza [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora