XIV

9 4 0
                                    


 X

Idiota.

Fue lo que pensé cuando mi aliado me contó lo que Farid intentó hacer.

¿Cómo se atrevió a desobedecerme? ¿Quién se creyó que era él? ¿Qué quería con la princesa? Era un demente y un enfermo.

Mis oídos por todo el reino me contaron que lo asesinaron y que su cadáver fue encontrado hecho trizas. Era una paria menos, además no me servía en nada que estuviera vivo. Aquella persona que lo asesinó lo salvó de un castigo peor que la muerte.

Ahora tenía que concentrarme en lo mío, un asunto que había planeado todos estos años de dolor y sufrimiento, que esperaba que todo terminara bien. Miré una vez más al hombre que sostenía una daga entre sus dedos, por ahora todo iba bien.

—¿Cuál será nuestro siguiente movimiento, señor? —preguntó él.

—Por ahora nada.

Él asintió y siguió jugando con la daga.

A los pocos segundos entró otro aliado y le pedí su informe.

—Por ahora todo está tranquilo, señor —informó el hombre—. Estaba probando el arma que mandó a construir y funciona bien, pero le falta mejorar alguna que otra cosa. Si lo desea yo podría hacerlo.

—Prefiero hacerlo yo mismo, pero gracias —respondí—. ¿La familia real?

—Ah, sí —se aclaró la garganta—. El rey Aslan fue a un viaje con su viejo amigo, el rey Arturo Gilius y el prometido de la princesa, Adiram Gilius. En el palacio solo se encuentra la reina Adeena y la princesa Lynette.

—¿Tienes lo que te pedí para ese asunto?

—Sí, señor. Todo está listo.

—Bien, puedes volver a lo que estabas haciendo.

Él se retiró y me quedé a solas con el otro hombre.

Era una noche hermosa y la luna brillaba en su máximo esplendor, se podía escuchar los sonidos de los animales alrededor nuestro. Su sonrisa llegó a mi mente y me hizo darme cuenta que la extrañaba, no la había visto desde ese día y la necesitaba.

—¿Piensa en ella, señor? —interrumpió él, mirando la luna.

—Siempre.

—Está cumpliendo su misión, señor —me dijo, acostándose en la hierba verde y volviendo a mirar al cielo—. Me comentó que quiere que esté orgullosa de ella, ella lo admira. Todos lo hacemos, señor, pero creo que ella se lleva el premio.

Sonreí.

—Ustedes me salvaron, de hecho, fue ella quien lo hizo —indiqué, recordando aquel momento—. Y ahora me siguen y cumplen mi deseo. Cuando el plan esté completo brindaremos por nosotros.

—Claro, señor.

Mi plan estaba funcionando, pronto todas esas personas que me hicieron daño pagarían por lo que hicieron. Pronto lograría mi meta. Una tristeza que todo tendría que acabar así, pero fue la culpa de ellos. Solo era un niño, un niño que conoció el dolor a una corta edad y sufrió todo tipo de abusos por parte de aquel hombre.

Era mi momento de cumplir lo que tanto anhelaba.

Recordé esas veces en la que gritaba y lloraba de dolor, implorando que un dios se apiade de mí. Esperanza por ser rescatado de aquel lugar donde me generó tantos traumas y tanto odio. El deseo de ser amado por alguien, el olvido de las personas que se suponía que daban la vida por mí y ese hombre con su sonrisa putrefacta creando torturas inimaginables.

—¿Está seguro de esto?

Asentí.

—Ellos pagarán por lo que nos hicieron.

Él sonrió y me entregó una botella de cerveza.

Los dos tomamos la bebida en silencio, observando el paisaje que teníamos frente. Saboreé el líquido y me preguntaba qué es lo que haría después de cumplir el plan, no lo sabía.

Una venganza.

Mi venganza.

Ellos no sabían que ya había comenzado.

Yo haría que paguen cada lágrima que salieron de mis ojos, cada grito y súplica.

Sacaría la verdadera naturaleza de todo Winlet.

Y juro que correría mucha, pero mucha sangre inocente. 

Rareza en el trono de la belleza [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora