Capítulo 1

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🌙 Aullidos de Amor 🌙

🌙 Aullidos de Amor 🌙

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Capítulo 1

Hinata hizo una mueca cuando detuvo el auto frente a la vieja cabaña de dos pisos. No la recordaba tan deteriorada, pero también hacia un poco más de veinte años que no había vuelto a ese terreno.

El último verano que habían pasado en la casa de sus abuelos, fue cuando ella había tenido nueve años, justo cuando su padre había fallecido en el viaje de negocios.

Ella abrió la puerta de la camioneta alquilada y bajó, pero maldijo de manera poco femenina cuando los tacones de sus botas se hundieron hasta casi sus tobillos. La noche anterior había llovido casi torrencialmente, al menos eso le habían dicho en el aeropuerto y en el alquiler de autos. De todos modos, ella sabía que no estaba vestida de la mejor forma para pasar un tiempo en la vieja cabaña. Pero tampoco tenía dinero para comprar un nuevo guardarropa por el tiempo que estaría allí.

Hinata quiso sacar los pies del barro fangoso, pero sus botas hicieron un ruido extraño, como si en vez de salir se hubieran hundido más. Se tambaleó y terminó apoyada en la puerta de la camioneta mientras pegaba un leve chillido.

—Maldita sea—, murmuró mientras se agarraba de la puerta e intentaba una segunda vez.

Hinata se detuvo y frunció el ceño mirando sus botas marrones cada vez más profundas en el barro. ¿Dónde se había metido? ¿En arenas movedizas?

Se agarró más fuerte de la puerta e intentó mover una de sus piernas, con fuerza levantó una rodilla y, junto al impulso de su cuerpo y teniendo un pie profundamente en el barro, no pudo evitar el resultado. Chilló mientras se iba de espaldas, por la fuerza del impulso, soltó la puerta y una de sus pies, terminó fuera del barro, pero su trasero golpeó el suelo, ensuciando su chandal ajustado, oscuro y liviano. El barro salpicó hacia todos lados, llegando hacia su blusa color marfil y sus lentes oscuros se cayeron de sus orejas en algún lugar del suelo mojado.

Hinata parpadeó cuando sintió que gruesas y pegajosas gotas de barro bajaban por sus mejillas. Ella miró hacia sus pies, dándose cuenta que efectivamente, una de sus botas habían salido de esa trampa mortal, pero la otra se había hundido hasta esconder su pie. Hinata se mordió el labio, pero lo soltó rápidamente y escupió cuando sintió el gusto del barro.

Se miró su blusa favorita arruinada y suspiró profundamente.

—Te odio, Hanabi—, murmuró mientras llevaba sus manos a su pantorrilla atrapada y le daba tirones intentando sacarla del barro.

Su hermana menor se había negado rotundamente a acompañarla, dándole de escusa el trabajo. Pero Hinata sabía la verdad, Hanabi odiaba el bosque y todo lo que representaba. Su hermana era una mujer de ciudad, ella también lo era. Cuando había sido niña le había gustado mucho el bosque, hasta esa noche...

—¡Si!— gritó Hinata cuando logró sacar su pie del barro.

Ella se quedó sentada allí, en medio del suelo fangoso mientras miraba a la cabaña una vez más. Desde donde estaba podía ver la mayoría de los troncos podridos, algunos vidrios estaban rotos y gran parte del pórtico estaba devorada por termitas. Hinata volvió a suspirar, ese sería un gran trabajo.

Hacia más de dos años que su abuelo había muerto y su madre no se había preocupado mucho por la propiedad. Ella no podía creer que en tan poco tiempo se hubiera arruinado tanto. Hizo una mueca al ver que los vidrios de la parte de arriba parecían haber sido rotos. Seguramente la cabaña había sufrido de vandalismo al dejarla sin un cuidador.

Había decidido ir primero a la propiedad, para dejar sus cosas, ver qué podía salvar y que tendría que tirar. Pero cambio de opinión, ella no podría pasar una noche allí, por lo menos los primeros días. Tendría que ir al pequeño pueblo que no estaba muy lejos, buscar a la empresa de reparaciones que había averiguado en el alquiler de autos y también buscar un hotel de paso. Por lo menos, hasta que los hombres que contratara acabarán con la cocina y la sala. Por lo menos hasta que tuviera una buena puerta con cerradura, decidió al ver la puerta principal entreabierta.

Hinata desvío la mirada de la cabaña hacia la camioneta. No estaba ni siquiera lejos de ella, pero al estar sentada en el suelo, temía volver a apoyar los pies con su peso en el barro.

—Al diablo—, murmuró mientras arrastraba su trasero por el suelo.

Se rió sin poder evitarlo mientras se ayudaba con las manos llenas de barro para subir al asiento de piloto.  Una vez sentada, sabía que estaba ensuciando todo, pero poco le importaba. Necesitaba desesperadamente un baño y una taza de café. Sacó su celular para poner el GPS, pero se quejó cuando se dió cuenta que no tenía señal.

—Justo en medio de la nada tenías que  hacer tu cabaña, buelo—, se quejó en voz alta, usando el apodo cariñoso que le había puesto a su abuelo, mientras dejaba caer el aparato inservible en el asiento de al lado.

Hinata prendió la camioneta, agradecida que por lo menos parecía lo suficientemente buena para no quedarse en la trampa mortal que parecía el fango y dió marcha hacia atrás. Ella se miró en el espejo retrovisor e hizo una mueca, hasta su cabello tenía barro.

Suspiró cuando llegó a la calle con piedras y manejó hasta que llegó a la ruta. Se detuvo a un costado y volvió a agarrar su celular, poniendo el nombre de la empresa de construcción que le habían dado. Uzumaki's Wolf. Era un nombre extraño, se dijo mientras el GPS estaba haciendo una ruta. ¿Qué tenía que ver los lobos con la construcción?, se preguntó. Pero tampoco iba a discutir con ellos. Hinata sabía que los lobos eran animales comunes por esos territorios, aunque los lobos de allí no eran tan grandes y temibles como en otros lados. Pero también sabía que los hombres tenían una clase de obsesión con esas cosas. Los "alfas" y todo eso, se dijo mientras rodaba los ojos.

— Sigue derecho hasta la próxima entrada—, dijo la voz femenina de su celular.

— A la orden— dijo mientras la dejaba cerca del volante.

Hinata volvió a manejar, pensando que tal vez tendría que ir a cambiarse por lo menos primero, pero quería sacarse esa tarea lo más rápido posible. Y mientras antes empezaran a trabajar mejor.

— Además, no vengo a ligar— se dijo encogiéndose de hombros después de darse otra mirada en el retrovisor.

Continuará...

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