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❝𝑳𝒆𝒗𝒊 𝑨𝒄𝒌𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏❞
¿Por qué esperan una historia de amor cuando puede ser de terror o ficción?
¿Qué esperar de dos niños de catorce años?
Mi historia no comienza a esa edad, mi historia comienza desde que nuestras vidas se cruzaron, desde que ella llegó por primera vez a casa y eso sucedió hace casi 18 años. Desde entonces, siempre ha sido ella, esa necesidad de protección se alojo en mi desde que tengo uso de la razón.
Sin embargo, el punto clave, inicia a esa edad.
Siempre convivimos, desde muy jóvenes lo hacíamos, en la escuela, en casa, en el parque... no había lugar en el que no coincidieramos, era un cliché tal vez, pero estaba escrito en nuestro destino encontrarnos una y otra vez, y todas las veces que fueran necesarias.
Incluso en la actualidad.
Bese sus nudillos y libere todo el aire contenido en mis pulmones reuniendo el valor y el coraje que me hacia falta para hablar de aquello que mantuve oculto por tanto tiempo desde que la volví a ver. Sus pómulos blancos se tiñeron de un débil color rosa y ese brillo especial decoro sus azules dándoles ese toque perfecto y tierno que los caracterizaba.
—Antes de que inicies— trago saliva y desvío la mirada avergonzada— ¿Esta aquí?
Sonreí sin que ella lo notará, físicamente, estaba aquí, mentalmente, estaba perdida. No sabía si se trababa de amnesia o algún cuadro de superación o trauma o yo que se, lo único seguro es que a mi, no me recordaba, ni mucho menos el incidente. De ahí en fuera, sabía todo.
—Siempre ha estado aquí— suspire, ella volvió a mirarme aplicando más fuerza a su agarre.
—Entonces— carraspeo un poco y se alejó, sin embargo, me rehusaba a soltar su mano—, no debería...
—Aprende a escuchar, mocosa— gruñí— si, ella está aquí pero aquí— eleve su mano hasta mi pecho para que sintiera los latidos de mi corazón— siempre esta conmigo.
—¿Y qué pasó?— susurró mirando su mano.
Esta es nuestra historia...
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Recordar dolía, pero más dolía tenerla tan cerca, en la punta de mis dedos y no poder tocarla, no poder desenredar su melena azabache suave y brillante con mis manos y no poder ver mi reflejo en sus lunas.
Dolía, mucho.
—¿Cuándo se lo dirás?— subió y bajo las cejas un Farlan de catorce años jugando con sus piernas en el aire.
—¿Decirle qué?— alce una ceja— eso es mentira, es mi hermana.
—Is mi hirmana— formó un puchero y el viento generado por el movimiento del columpio removió sus cabellos— mentiras, tu la quieres. Se te van los ojitos con ella.
