Capítulo 8

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Reconozco la pared beige, el suelo de baldosas desteñido, la tenue luz que alumbra el cuarto.

Reconozco las literas y los escasos 6 metros cuadrados que definen la habitación de descanso de las guardias.

¿Cómo es posible?

Acaricio la pared con mis dedos y siento el tacto de la pintura como si fuese real. La rugosidad del gotelé hace que mi índice se deslice saltando hacia el interruptor de la luz mientras avanzo.

La apago.

La enciendo.

Es tan verídico todo, pareciera que estuviese en esa habitación ahora mismo.

Con la luz encendida, reparo en la figura que descansa, observándome como si disfrutase de mi desconcierto, desde la cama principal.

Will, es decir, el Dr Hemswortz, reposa tranquilamente tumbado en la litera inferior, con la osadía de no llevar más que el pantalón de pijama del hospital como atuendo.

¿Dónde está su camiseta?

Me fijo en su pecho, con vello varonil demasiado atractivo, en sus pectorales, en la manera en la que mantiene los brazos detrás de la cabeza, con aire casual, como si estuviera tomando el sol en la playa.

Se ve injustamente seductor desde mi privilegiada posición.

Sonríe y encoge la rodilla más lejana a mí, mientras dirige la mirada a su cuerpo.

-¿Va a venir, o qué?

Me giro para ver a quién le está hablando, rogando que haya alguien a mi espalda a quien no esté pudiendo ver.

Nada. Nadie.

Es a mí.

¿Cómo va a ser a mí?

Es imposible. No estoy interviniendo.

No estoy haciendo nada.

Levanta las cejas con aire de suficiencia y vuelve a hablar.

-Doctora Leguero...- insinúa con tono tentador.

Me ve.

Sin ninguna duda.

Me ve.

Me quedo congelada en el lugar cuando se levanta de un salto y se acerca a la entrada de la puerta.

Al andar se marca cada músculo del abdomen, desconozco si por casualidad o a propósito, pero consigue robarme el último aliento y, con cada paso, dificulta más y más la emisión de palabras de mi boca.

Llegado a mi posición, hace uso de esos brazos tan majestuosos que tiene y los coloca a los laterales de mi cara, de manera que me siento sin escapatoria y sin ganas de escapar...

Se inclina hacia mi cara y, a escasos centímetros de mi boca, susurra:

-La creía más valiente, doctora...

Aparece la puerta ante mí, durante lo que me parece una milésima de segundo, y estoy tan nerviosa que la llave se me escurre entre los dedos y resbala por el suelo. Al incorporarme tras recogerla, el portal ha desaparecido.

Siento como me voy despertando antes incluso de reponerme del shock.

No puede ser.

No he cerrado el sueño.

Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora