Capítulo 4

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Me preparé para la barbarie que se me venía encima, respirando y apretando con fuerza los puños, y dejé que la consciencia, poco a poco, retornase a mi cuerpo.

Curiosamente, estaba vestida, entera, y, para ser exactos, sentada en un coche cuya tapicería me resultaba sospechosamente familiar.

— Buenas noches, Lucía.

Marco no dejaba de mirar al frente. Vestido con un uniforme negro , con estampado militar, y un par de estrellitas reposando sobre el pecho izquierdo. Medalla al Honor y Medalla a la Valentía.

¿Me había parecido militar la última vez, vedad?

Apretaba el volante con fuerza, marcando las venas superficiales del antebrazo y resaltando los músculos por la presión.

— ¿Me espiabas? - pregunté con incredulidad.

— Más o menos. - ¡¿Cómo que más o menos?! - De nada, por cierto.

— ¿Gracias? - no estaba muy segura de querer tener un acosador... - ¿Qué ha pasado?

— Que has perdido el conocimiento, otra vez. - gracias por la información.

— Y tú has aprovechado para secuestrarme...

— Era o eso o dejarte con ese grupo de salvajes, y para subirte en mi coche ya habías dado tu consentimiento una vez.

Entorné los ojos.

— ¿Cómo has sabido que era yo?

— Ha dado la casualidad de que pasaba por aquí en el momento exacto.

Mentiroso.

— Oh, qué suerte. Mi héroe. - le reté sarcásticamente, pero se encogió de hombros.

— ¿Te dejo en la calle de la victoria 23, o en la 21 hoy?

De ninguna manera se iba a acabar nuestra conversación aquí.

— ¿Qué tal en tu casa? - sugerí, y conseguí arrancar una sonrisa de ese rostro impenetrable.

— Estoy de servicio.

— Ah, ¿no es un disfraz para rescatar princesas en apuros?

— Menos guasa, señorita... - me regañó en tono seductor.

Desvié la mirada al techo del coche. Este chico era imposible...

— Mañana... podría. - comentó. Por algún motivo, parecía no estar del todo cómodo con la oferta.

— Mañana no puedo yo, tengo guardia...

— ¿El viernes, entonces? - pareció más seguro de sí esta vez.

— Supongo...

— Te recojo en tu portal, a las 9.

— 4c.

Se inclinó hacia el asiento del copiloto y colocó de nuevo su mano en mi muslo, planchando las arrugas de mi pantalón en dirección ascendente. Lo viví como una electricidad que me iba erizando la piel debajo de los vaqueros, desde la zona de contacto hasta la cremallera del pantalón.

— Marco... - susurré, un poco confundida.

Me miró los labios y observé como deslizaba lentamente la lengua por los suyos. En estos momentos parecían tan... agradables.

Como si me estuviese leyendo la mente, se curvaron en una sonrisa con aires de superioridad. Me jodió lo suficiente como para retirarle la mirada y morder con fuerza el interior de mi labio inferior.

Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora