Capítulo 24

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Había decidido con la madre de Gonzalo que haríamos turnos para mantenernos pendientes de su cuidado por lo que, durante mi “hora de sueño", tuve que fingir que descansaba con los ojos entreabiertos.

Era curioso cómo había pasado de no dormir con nadie a hacerme la dormida voluntariamente delante de dos personas…

Carmen acariciaba la mano de su hijo y susurraba casi en silencio palabras tranquilizadoras que sólo conseguían el efecto contrario en mi falso reposo.

¿Y si no se ponía bien? ¿y si él…? No podía ni terminar el pensamiento, no podía ni plantearme esa opción. Si no sobrevivía, yo no podría seguir adelante. Sería imposible.

Hice por primera vez algo que jamás había probado en mi vida: recé.

No sabía muy bien a quién debía dirigir mi plegaria.. ¿Zeus? ¿Hades? ¿Mi padre? ¿Tendrían alguno potestad sobre lo que ocurriese con mi amigo?

Escuché un leve quejido y abrí los ojos en el momento en que él pestañeaba y reconocía la habitación de urgencias y a la persona que tenía a su lado.

— ¿Mamá…?

— Gonzalito, mi niño… – la madre rompió en llanto de nuevo y se le echó encima.

La sensación de alivio no era comparable a nada que hubiese experimentado jamás y no se me ocurría ningún contexto en el que la palabra felicidad tuviese más sentido.

— Gon… – mi voz sonó rota, como un eco o una sombra, sin rastro de la potencia que había tenido siempre.

Estaba llorando y no sabía ni por qué.

— Lucía... – se sorprendió.

Amaba su voz, amaba que dijera mi nombre, amaba que estuviera bien, que estuviera aquí, mirándome.

La madre leyó la situación con la suficiente inteligencia emocional como para concretar una retirada a tiempo.

—Me acabo de acordar que tengo a tu prima muy nerviosa y sola en casa, no querría que me echara en falta. Si necesitáis algo me avisáis, ¿vale, lindos?

Ambos asentimos en silencio, sin despegar la vista el uno del otro. No nos atrevíamos a romper el encantamiento.

No supe cuanto tiempo pasó hasta que, finalmente, habló él. Con su maravillosa sonrisa por delante y un gesto que traducía que aún le dolía demasiado el cuerpo, se colocó el  brazo por detrás de la cabeza y me invitó a su lado.

—Anda, ven aquí. – susurró con la voz más sexi que había escuchado en mi vida.

¿Estaba siendo poco objetiva?

Nada importaba…

Le hice caso.

Me acerqué al cabecero de la cama y le acaricié la cara con el dorso de los dedos, él inclinó la cabeza, buscando prolongar el roce.

Dudé cuando me hizo hueco en los estrechos 90 cm de colchón, dejando un margen muy escueto entre su cuerpo y la pared.

— No sé si debo… - temía dañarle de alguna manera.

— Por favor.

Me tumbé a su lado y dejé que me envolviese con su brazo sano, apoyándome sobre su torso.

Su fragancia me arropó.

Olía a casa y a buenas decisiones.

Dejé caer mi mano sobre su pecho y sentí su corazón latir demasiado deprisa… Los pensamientos obsesivos volvieron a acosarme ¿Y si estaba enfermo?¿Y si seguía siendo por el veneno?¿y si…?

Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora