El final de la velada fue un tremendo caos.
La ambulancia llegó para llevarse el cuerpo sin vida de Will. Su rostro pálido pero no por ello menos perfecto, inspiraba el tipo de calma que sólo te puede ofrecer una muerte en paz. Ése tendría que ser mi consuelo, ya que una parte de mí sentía que podría haber hecho algo diferente para impedir el desastre: saltar yo delante de Blanca, convencer al doctor de que no era una mala persona… ahora lo creía de verdad.
Blanca necesitó una benzodiacepina para calmar los nervios que le impedían hacer algo concreto durante más de un minuto. Parecía completamente abstracta en sus pensamientos, con la mirada perdida y el cuerpo poco reactivo.
— Cariño…
— Ha muerto por mí. Ha sido mi culpa.
— Cariño, no… ha sido su elección, él sabía lo que iba a pasar, lo ha hecho por sí mismo. No puedes culparte…
— Ojalá le hubiese podido decir cómo me sentía.
Recordé el sueño en que ella moría, cuando yo le confesé lo mucho que le admiraba.
— Lo sabía.
— ¿Crees que por eso se ha sacrificado?
— No lo sé. – reconocí, posiblemente hubiese sido una mezcla de todo. - Pero sabía lo que hacía, Blan… No puedes culparte.
Era irónico que le aconsejase así cuando la culpa me quemaba por dentro.
Nos abrazamos durante 8 segundos y sentí el vínculo de hermandad que siempre habíamos tenido, más fuerte que nunca. Mi amiga había luchado contra demonios y estaba viva para contarlo… no podía creer lo orgullosa que estaba de ella.
No pude dedicarle mucho más tiempo porque mi cabeza estaba en mi otro amor. Gonzalo. ¿Cómo estaría? Los servicios de urgencias se lo habían llevado al hospital más cercano aún en estado próximo al coma. Podía respirar por si mismo pero la fiebre no había cedido del todo y me sentía en continua agonía. Necesitaba saber que estaba bien. No podía marcharme sin estar segura.
La policía se acercó a pedirnos declaración pero, con un par de llamadas, Marco consiguió que el extraño caso de la desaparición de la orquesta Vivaldi y la muerte del doctor más prestigioso de todo Madrid, fuese agenciado a asuntos internos. Parecía ser que los contactos lo eran todo en ese mundillo.
Nos quedamos los dos a solas y me guio a su coche.
Cuando nos sentamos, el peso de la velada me abrumó. Agaché la cabeza con el pelo tapándome la cara y me miré las manos.
Estaban manchadas de sangre, figurada y literalmente.
Fui yo la que rompí el silencio.
— Necesito explicaciones.
— ¿Así? ¿Sin pistola en la cabeza y sin pincharme la rueda del coche?
— Así… Por favor.
Suspiró manteniendo la mirada fija en el cristal delantero del coche, que seguía estacionado en la entrada de la ópera.
— Se suponía que no tenías que saber nada. Era parte del pacto de Atenas.
— Pacto de Atenas... – repetí, aún con la cabeza gacha. No había escuchado nada igual en mi vida.
— Lucía… ¿escuchaste lo que dijo el doctor de una revolución o algo así, verdad?
Asentí.
— El plan de Azazel…
— No es un plan. Es una realidad. Está ocurriendo… lleva ocurriendo 6 años…
Le miré. Él me estaba mirando.
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Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy?
RomanceQue se puedan cumplir tus sueños sólo con pasar a través de una puerta, ¿es un don o un castigo? ¿Y si dependiera de ti que las fantasías de otros se volviesen realidad? ¿Las cumplirías? Siempre me había gustado pensar que era una persona justa y r...