Cuando las dos horas pasaron con escrupulosa exactitud, llamaron a la puerta de mi casa.
Abrí con toda la alegría que me permitían las circunstancias.
— He supuesto que mal de amores no era, porque tú no tienes de eso pero...- con sólo una mirada a mi cara, su rostro cambió por completo de alegría a consternación. - Lucía...
Me mordí el carrillo, reprimiendo la sensación de llanto que empezaba a invadirme.
—¿Qué ha pasado?
No dije nada. Me arrojé a sus brazos y hundí la cabeza en su hombro.
Sólo necesité que me abrazase para sentir las mejillas mojadas.
— Todo va a ir bien, preciosa. - prometía, pero nada me sonaba más falso en este momento. - Todo va a ir bien... Te lo prometo. Te ayudaré, como sea...
Le estaba dejando la camiseta pringada de lágrimas mientras me acariciaba la cabeza.
— Pero no sabes cuál es el problema...
— El que sea.
Jo.
Me sequé los ojos con el dorso de las manos y me retiré para poder mirarle de forma directa.
— Te quie...eeh...- me corté a mi misma a mitad. - ¿te quieres venir al cuarto?
— Claro.
Me dedicó un breve asentimiento de cabeza y un gesto de paso para que le guiase a un camino que se sabía de memoria.
Una vez llegados a mi habitación, nos quedamos parados a los pies de la cama con la mirada fija el uno en el otro.
A pesar de encontrarnos a escasos centímetros, la distancia me parecía infinita.
¿Por qué empezaba a darme miedo acortarla?
Gonzalo tomó la iniciativa y dio un paso al frente, estirando los brazos hasta llegar a mí.
Agarró mis manos y les dio un breve apretón antes de abandonarlas para ir a acariciar el resto del cuerpo.
Me recorría de abajo arriba: los dedos, el dorso de la mano, antebrazo, hombros... ascendía al cuello, llegaba a mis labios y volvía a bajar, deshaciendo el recorrido trazado una y otra vez. Con un ritmo cada vez más calmado.
No llegaba a comprenderlo: sus caricias eran lo más reconfortante que podía imaginar en el mundo.
Cuando conseguí hablar, se me había olvidado qué era lo que tanto me preocupaba, y sólo tenía la certeza de que quería que me besara.
—Gon, yo...
No me atreví a decírselo.
En su lugar, di dos pasos hacia atrás y me senté en el borde de la cama, con la cabeza mirando a sus pies y una sensación de calor en las mejillas.
Observé cómo sus zapatos avanzaban con paso firme hacia mí y su mano entraba en mi campo de visión.
Sus dedos me tomaron del mentón, obligándome a recuperar el contacto visual.
— Ey... ¿estás bien?
Tragué saliva y asentí varias veces, en silencio.
— ¿Segura?
Ladeó la cabeza, como queriendo leer mis verdaderas intenciones, y entornó los ojos, acompañando el gesto de una sonrisa sutil.
Se agachó hasta colocar cada una de sus manos a ambos lados de mi cadera, sobre la cama, e inclinó el cuerpo hacia delante, con un movimiento que le permitió quedar razonablemente cerca de mi cara.
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Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy?
RomanceQue se puedan cumplir tus sueños sólo con pasar a través de una puerta, ¿es un don o un castigo? ¿Y si dependiera de ti que las fantasías de otros se volviesen realidad? ¿Las cumplirías? Siempre me había gustado pensar que era una persona justa y r...