Capítulo 13

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Cuando las dos horas pasaron con escrupulosa exactitud, llamaron a la puerta de mi casa.

Abrí con toda la alegría que me permitían las circunstancias.

— He supuesto que mal de amores no era, porque tú no tienes de eso pero...- con sólo una mirada a mi cara, su rostro cambió por completo de alegría a consternación. - Lucía...

Me mordí el carrillo, reprimiendo la sensación de llanto que empezaba a invadirme.

—¿Qué ha pasado?

No dije nada. Me arrojé a sus brazos y hundí la cabeza en su hombro.

Sólo necesité que me abrazase para sentir las mejillas mojadas.

— Todo va a ir bien, preciosa. - prometía, pero nada me sonaba más falso en este momento. - Todo va a ir bien... Te lo prometo. Te ayudaré, como sea...

Le estaba dejando la camiseta pringada de lágrimas mientras me acariciaba la cabeza.

— Pero no sabes cuál es el problema...

— El que sea.

Jo.

Me sequé los ojos con el dorso de las manos y me retiré para poder mirarle de forma directa.

— Te quie...eeh...- me corté a mi misma a mitad. - ¿te quieres venir al cuarto?

— Claro.

Me dedicó un breve asentimiento de cabeza y un gesto de paso para que le guiase a un camino que se sabía de memoria.

Una vez llegados a mi habitación, nos quedamos parados a los pies de la cama con la mirada fija el uno en el otro.

A pesar de encontrarnos a escasos centímetros, la distancia me parecía infinita.

¿Por qué empezaba a darme miedo acortarla?

Gonzalo tomó la iniciativa y dio un paso al frente, estirando los brazos hasta llegar a mí.

Agarró mis manos y les dio un breve apretón antes de abandonarlas para ir a acariciar el resto del cuerpo.

Me recorría de abajo arriba: los dedos, el dorso de la mano, antebrazo, hombros... ascendía al cuello, llegaba a mis labios y volvía a bajar, deshaciendo el recorrido trazado una y otra vez. Con un ritmo cada vez más calmado.

No llegaba a comprenderlo: sus caricias eran lo más reconfortante que podía imaginar en el mundo.

Cuando conseguí hablar, se me había olvidado qué era lo que tanto me preocupaba, y sólo tenía la certeza de que quería que me besara.

—Gon, yo...

No me atreví a decírselo.

En su lugar, di dos pasos hacia atrás y me senté en el borde de la cama, con la cabeza mirando a sus pies y una sensación de calor en las mejillas.

Observé cómo sus zapatos avanzaban con paso firme hacia mí y su mano entraba en mi campo de visión.

Sus dedos me tomaron del mentón, obligándome a recuperar el contacto visual.

— Ey... ¿estás bien?

Tragué saliva y asentí varias veces, en silencio.

— ¿Segura?

Ladeó la cabeza, como queriendo leer mis verdaderas intenciones, y entornó los ojos, acompañando el gesto de una sonrisa sutil.

Se agachó hasta colocar cada una de sus manos a ambos lados de mi cadera, sobre la cama, e inclinó el cuerpo hacia delante, con un movimiento que le permitió quedar razonablemente cerca de mi cara.

Las Leyes de La Luz: ¿Quién soy? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora