capítulo 4

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A Jisung siempre le inculcaron que cada que quisiera limpiar sus males, debía ir a la iglesia y hablarlo con el ente poderoso, arbitrario y benevolente que todos conocían como Dios, Dios aquel que veía todo, que todo perdonaba, que todo identificaba, Dios, aquel que siempre quería, que nunca odiaba, perfeccionista, aquel que todo mundo debía querer; Jisung estaba ahí, ante él, tratando de pedir que sus males sean saldados.

De esa forma se despojaba de la culpa, limpiaba sus pecados y se liberaba del peso que cargaba en la espalda, todo esto se lograba si y solo si iba realmente arrepentido; el problema de aquel pelinegro, es que por más que quisiera sentir culpa, no lo hacía en lo absoluto. No se sentía culpable de besar a aquel castaño de sonrisa tan bonita, trataba de sentirse culpable, sí, y trato de convencerse muchas veces de que sentía la culpa carcomerle, que sinceramente sí le pesaba haber cometido tales actos, realmente se había castigado pensando en que había cometido un pecado, un error irremediable, la peor de sus condenas.

Había besado a un hombre y eso merecía el peor de los castigos, pero... es que no había besado a un hombre común y corriente, simple y poco especial, no, nada de eso, lo había besado a él... A Minho, y era casi como besar a un ángel, era imposible que él se sintiera realmente culpable de hacerlo, ¿A quién lograba mentirle diciendo que se arrepentía? A absolutamente nadie, ni a él mismo, él no lo hacía en lo absoluto y ese era su problema, su problema era que por más que quisiera, no se arrepentiría nunca de besar a Lee Minho. No sé arrepentiría porque a pesar de que anteriormente había besado alguna que otra boca, nunca había besado de tal forma, nunca había sentido esa tremenda descarga de energía que sintió la noche del viernes, nunca antes se había sentido tan libre, tan liberado, nunca se había sentido salvado y al estar con él lo sintió, se sintió salvado, era tal vez por eso, o porque realmente Minho le atraía demasiado como para admitirlo, pero por alguna de esas razones es que jamás se borraría de aquella noche.

Aquél domingo lo pasaría junto a Amanda, iría a la iglesia junto a toda la familia de la pelirroja, comerían el desayuno en familia y luego la tarde se la dedicaría a su prometida, quizá irían de paseo o a comprar nuevos listones para la chica, Amanda amaba comprar listones para el pelo, realmente era su pasatiempo favorito, sería un plan tranquilo ¿No? Era algo que hacía desde hace más de dos años, acompañar a la familia Castle a misa, ir a desayunar, algunos días montaba acaballo con el hermano de su prometida, otros simplemente se la pasaba conversando alegremente con Amanda y luego iba a comer en la casa del presidente, un Domingo familiar, un domingo que estaba condenado a pasar el resto de la vida, no se sentía muy cómodo con ello, pero debía hacerlo, estaba resignado.

Aunque realmente antes no tenía ningún pecado que Dios pudiera perdonarle al ir a misa, realmente no era muy religioso, solo un simple creyente por simple tradición y costumbre, Jisung antes ni siquiera sentía la necesidad de ir a misa todos los domingos, solo se resignaba e iba sin rechistar porque así lo dictaba la regla de ser un buen hombre; una vida tan aburrida como la suya no necesitaba que le perdonarán ningún pecado, porque jamás había pecado antes, ni siquiera con la mirada. Hasta ahora, ahora hasta estaba nervioso e inquieto por ir a la iglesia, estaba abrumado y no sabía como sacar su aventura del día viernes de su cabeza y sus pensamientos, esperaba realmente hablarlo con el ser imaginario en el que creía, se supone que de eso se trataba ¿No?, esto de hablarlo se trataba de fe, y la fe era lo único que lo podía salvar de caer nuevamente con Minho, a ese sentimiento prohibido que lo atacaba desde que probó sus labios, o desde antes de eso, desde que lo conoció.

Se encontraba en el atrio de la iglesia, había llegado demasiado temprano esperando encontrar al cura, estaba decidido a hablar del tema cuando salió de su casa, lo hablaría con el padre en confesión, le contaría desde lo que pensó cuando conoció a Minho hasta la noche del viernes en que bailaron tomados de la mano y en que él de forma atrevida beso al otro hombre, se escudaba que era por pura curiosidad y los tragos, no le diría que pensó en él la semana antes de besarlo, o que muchas noches pensó en besarlo y lo soñó incluso, no diría nada de ello, era un secreto, uno muy íntimo, y luego de hablar eso con él cura, listo, le daría alguna penitencia y sus pecados estarían eliminados, su cuenta estaba saldada; pero al llegar a la iglesia se arrepintió, no podía hacerlo, ¿Qué dirían de él? No, No, nadie más podría saberlo, Minho sería su secreto, se llevaría esto a la tumba, de todos modos ¿Que tenía que confesar si no se arrepentía de nada para hacerlo?, tal vez y debía volverse más descarado, de esta forma el peso de un pecado no sería demasiado y menos si aquel pecado lo había disfrutado demasiado.

El baile de las mariposas (Minsung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora