Capítulo 1: Acantilado

1.2K 40 5
                                    

Y claro, hay que empezar desde el dichoso día en que empeoraron las cosas... aún más.

- Whisky- le dije al chico del grill, este me miro desconfiado.

-Identificación- rodé los ojos, si tan sólo supiera...

-Tráeme un whisky- El chico simplemente se dio la vuelta y tomó la botella y un vaso.

El lugar estaba casi desierto, me agradaba el hecho de que era nuevo y, por ende, no muchas personas lo conocían, las pocas que había allí se encontraban completamente ebrias.

Cuando termine el trago me sentía más relajada, si bien no quitaba mi sed hacía que no me... concentrara en ella.

Subí a mi auto: Ferrari, último modelo,  rojo escarlata, ... algo sencillo y discreto. Sonreí con ironía ante ese pensamiento. A esas horas no había gente por las calles y, a pesar de que aún era de noche, no faltaba mucho para que el sol hiciera su majestuosa aparición.

Tomé la carretera y en el punto exacto de esta, aquella desviación que pasaba completamente desapercibida para los conductores y para el GPS.

Había despertado con un extraño sentimiento, no podría definirlo, pero sabía que algo iba a pasar, algo importante. Es por ello que me había dirigido, sin pensarlo, por aquella desviación que terminaba en un hermoso lugar donde la mano del hombre no había intervenido, no del todo al menos.

Al llegar al punto en donde el camino acababa, por lo menos para mi auto, comencé el recorrido a pie. Después de unos segundos me encontré corriendo, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, anhelando llegar... y cuando lo hice me detuve en seco.

Hacía ya bastante tiempo que no iba allí, tanto tiempo en que los recuerdos no se sentían tan vívidos. Observé detenidamente cada detalle. Me encontraba en el claro de un bosque, los árboles a mi alrededor eran altos y viejos, reconocía a cada uno de los que rodeaban el claro. Nada había cambiado, seguía exactamente igual que aquella noche, un lugar estancado en el tiempo. Mire al frente, detrás de cuatro árboles se encontraba un inmenso acantilado, si, la vista era asombrosa, capaz de quitar el aliento a cualquiera y llenarlo de felicidad al poder observar lo asombrosa que es la naturaleza... siempre y cuando no la desviara hacia abajo. Me senté en el borde de este, después de todo, ya no tenía nada que temer.

El horizonte se empezaba a teñir de colores rojos y naranjas, anunciando la llegada del sol, bufé.

Miré hacia abajo, en el fondo, varios kilómetros a partir de donde estaba el borde, el agua se chocaba lentamente contra la rocosa pared. Contrario a otros acantilados que dan al mar, en el fondo de este no había piedras con las que te pudieras matar si te lanzabas, aunque claro, para cualquier mortal caer de tal altura no le garantizaba la vida. Una sonrisa cargada de emoción cruzó mi rostro por que yo... ya no era mortal desde hacía mucho tiempo atrás.

Me levanté, las puntas de mis pies estaban tentativamente más allá del borde, acechando el peligro, el poco viento provocaba que algunos cabellos se pegaran a mi rostro, los retire ágilmente con mis dedos, pasándolos detrás de mi oreja. Comencé a caminar hacia atrás, esperando no tropezar, hasta que choque con un viejo árbol, un viejo amigo, lo toque con mis manos y fije mis ojos en el horizonte, poco más arriba del borde del acantilado. Dejé escapar una risa tonta y entonces corrí.

En el momento en que mi pie derecho dejo de sentir el piso debajo de él, un grito de emoción, de adrenalina y a la vez un poco de miedo se fue formando en mi estómago y salió cuando iba cayendo, reí fuertemente. El viento azotaba mi cara pero no me importó ni un poco por que por primera vez, en mucho tiempo, me sentí viva.

Traté de no cerrar los ojos en la caída pero cuando estaba a punto de entrar en el agua me fue imposible contenerme e inmediatamente los cerré con fuerza.

El agua se sentía tibia, cuando estuve sumergida abrí los ojos, el mar estaba limpio, si bien el salado líquido no era del todo cristalino, tampoco era opaco ni verdoso. Algunos peces nadaban a lo lejos, en esa zona parecía no haber muchos. Abajo de mi, a unos cuantos kilómetros había algas y parte de un arrecife, entonces entendí, mi entrada al agua había ahuyentado a los vertebrados y vaya que habían tenido suerte pues al parecer no había golpeado a ninguno. La vista era magnífica, el coral, los animales marinos, y el sol que cada vez se veía más, sonreí dejando escapar unas pequeñas burbujas de aire. ¿Por qué no podía ser una sirena?

Al salir del agua mire el gran pedazo de piedra, de derecha a izquierda y solté una palabrota.

Al saltar había dejado mi mente blanco, no pensé en nada... incluyendo la manera en la que iba a volver a subir. La pared frente a la que había caído era prácticamente lisa, imposible de escalar. Miré a mi alrededor, mi vista se detuvo más allá, en un risco con las suficientes salientes como para ascender. Dejé caer mi cabeza hacia atrás y luego me dispuse a nadar. ¿Por qué siempre que algo va bien se interpone otra cosa que arruina el momento?

Llegué a mi auto, el agua escurriendo de mi cabello y de mi ropa, evalúe la idea de subirme así y después eche un vistazo alrededor. Bah ¿qué más daba? Cuando vives tanto tiempo te das cuenta de que lo material realmente no posee valor.

Así que escurriendo subí y tome asiento. Además, me secaría un poco en el camino, con la ayuda del viento... y claro, un buen pisotón al acelerador.

¿Vampira?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora