XXIII. De vuelta al escenario.

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—Eres un obsequio de los dioses...—Sus ojos comenzaron a brillar con intensidad mientras me miraba dulcemente.

—Tú también lo eres, llenas mi vida de tanto equilibro, que no sabría como continuar sin ti.

—Ahora, ven, vamos a tener una gran noche juntos...—Me sonrió.

Cabalgamos hacia una farmacia, compré unos preservativos y luego de unas horas, volvimos a casa.

Sin embargo, en el trayecto de vuelta a casa, mis sentidos fantasmales se activaron. Observé a lo lejos una sombra.

Me fui acercando lentamente, el caballo se asustó tanto que me tiró de la silla y huyó corriendo.

—¿Quién eres?

Le pregunté al ver como esa sombra se volvía una mujer envuelta por un velo, pero, no podía ser la llorona, estamos tan lejos de México. Al verme, salió huyendo.

Comencé a perseguirla volando por varias partes del pueblo, sin embargo, era demasiado rápida.

Seguí persiguiéndola hasta un enorme bosque frondoso, me había alejado demasiado de casa.

— ¿Dónde estás? —Pregunté tímidamente.

Comencé a seguirla a pie por el bosque.

Mientras más me adentraba en aquel lugar, sentía una combinación de frío y miedo.

— ¡Puedes confiar en mí!

Sentí una brisa en mi espalda mientras encontraba el claro del bosque.

Me acerqué a la figura poco a poco.

—¿Qué haces aquí? —Le pregunté tímidamente.

—Eh, yo... necesito tu ayuda, dios de la muerte...—me respondió aquella joven.

—No soy dios de la muerte, solo soy yo, Bright Apple, o, lobito, como me dice mi novia. —Le comenté mientras sonreía.

—Esos poderes que tienes dicen otra cosa, tranquilo, ángel de la muerte y de la luna, pronto descubrirás tu propósito, sin embargo, necesito tu ayuda...

Me senté a su lado y lo medité por un momento.

—¿Qué sucede? —Le pregunté.

—Hace unos años, protagonicé una obra de teatro con mi novio quien también se volvió en un fantasma, al igual que yo, pero necesito que salves nuestras almas...

Me pidió mientras oía unos pasos detrás de un árbol.

—Puedes salir, Bruce...—Dijo en una voz calmada.

Detrás de un árbol apareció un hombre de aspecto triste, lleno de arrugas y heridas que saltaban a la vista.

—¿Quién te hizo eso? —Le pregunté lleno de temor

—Cuando un muerto lleva tiempo sin encontrar la paz, su espíritu se empieza a agrietar, y poco a poco esa víctima, muere por completo, es como si nunca hubiera existido...—Me explicó.

—Es triste oír eso...—Le confesé.

Accedí a ayudarlos.

—¿Cuándo es la obra? —Le pregunté mientras observaba con asombro la luz de la luna filtrándose en el claro.

—Pasado mañana, gracias por ayudarnos, no sabríamos que hacer sin ti...

—Cuídense mucho, ambos, por cierto, ¿Dónde nos podremos establecer? —Le pregunté.

Tengo Miedo a PerderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora