𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣

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Me encuentro dentro de una de las tantas habitaciones del piso cero de este palacio. La vista se recubre en paredes de azulejos grises que invaden cada centímetro de la sala del interrogatorio en el que me han aposado. Aquí, no existe nada excepto aquel espejo que refleja mi decadente y difuso aspecto, una mesa y dos sillas enfrentadas la una a la otra. Supongo que bien me he ganado este sitio por lo ingenua que he llegado a ser a lo largo de estos meses, sin embargo, me niego a tal destino.

Espero sentada al borde de la desesperación, ansiosa de que aquella maldita puerta se abra y así, poder destruir a cada uno de los hombres que me lo han arrebatado todo, sin embargo, después de un largo tiempo aquello no sucede.

Mis nervios como rabia se acrecientan en semejante proporcionalidad, causando que termine por recurrir a mi olvidada y de nuevo adquirida, manía de tronarme los dedos.

De pronto, mi visión se cumple. La manija gira y tal como esperaba, el joven General de Victoria, la nación a la que sirvo, aparece. Espero ver en Damián Marven Farfán una reacción de decepción, sin embargo, su rostro es capaz de reflejar nada más que imperturbable serenidad.

—Comprendes porque estás aquí o no, Ofelia.

No me atrevo a dirigirle la mirada ni hablarle siquiera o temo perder el control. Escucho el resonar de sus botas avanzar y rodear la mesa hasta llegar a un costado mío.

—¿Serás capaz de responder o continuarás mirando la mesa? —sigo sin inmutarme—. Sabes que si quisieras, podrías convencerme justo ahora de dejarte ir y desaparecer tal como lo hizo el resto de tu familia.

Sus palabras evocan que mis venas hiervan hasta estremecer cada centímetro cúbico de mí ser, pues ambos conocemos el significado de ello, así como lo que busca provocar, siendo que desea que todos aquí contemplen por si mismos lo que él cree por verdad. Lo que mis constantes mentiras provocaron para que de ese modo, no exista duda alguna de los delitos que me imputan a una sentencia a muerte.

No lo pienso más y me levanto con brusquedad, tirando la silla en el profeso y de la nada, repliego a Damián hasta la pared con mi antebrazo posado sobre su cuello, consiguiendo que sus ojos se claven en los míos.

—¿Quieres besarme? —murmura apenas en un susurro audible y cómplice.

—Quisiera matarte —le afirmo con la mirada hecha furia sin poder creer lo que le exclamo de vuelta. Debo ser una buena mentirosa, porque pese a todo, sé que no tendría el valor de hacerle tal cosa.

Los guardias corren para abrir la puerta con prontitud y someterme, por lo que retiro las manos del General, yendo a la esquina del cuarto. Consigo percibir en los rostros de aquellos hombres que no desean hacerme daño. No sabiendo que no hace mucho me protegían.

Damián no es un hombre al que la palabra ingenuidad le describa y con un ademán de manos, pide a sus hombres que no crucen más allá de los pasos ofrecidos del marco de la sala de interrogación. Me ofrece la espalda tan pronto que no soy capaz de verle el rostro cubierto de satisfacción por lo logrado, ya que cierra la puerta en un azote simultaneó al de mis ojos.

No me queda nada más que levantar la silla con la poca dignidad que aún me resta y sentarme de nuevo. Sin esperanza alguna, coloco mis dedos índices sobre las sienes, cuestionándome cómo carajos es que llegué hasta este punto de mi vida.

Pero claro que lo recuerdas, Ofelia.

Poseía 13 ciclos cuando algo extraño sucedió en mi vida y es que como era de costumbre, mi hermano mayor Benjamín me molestaba. Él era un fuerte. El más poderoso fuerte de todos los de su edad, pues no en vano algún día sería nuestro rey.

I. EN LOS OJOS DE LA REINA ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora