𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟣

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Desperté lentamente. Mis ojos poco a poco se abrieron al ritmo del resplandeciente recuerdo de aquel rebelde acechándome. Su ligeramente rasgada y profundo oscura mirada se mezcló con su nariz aguileña y mentón afilado en contraste a sus delgados labios que sin expresión alguna anunciaban querer habitar mis futuras pesadillas.

Lamí mis agrietados labios con ansiedad, mientras las dolencias en mi cuerpo se emparejaban al mismo ritmo de mis respiraciones sin poder todavía comprender como era que continuaba con vida. Traté de asimilar el sitio en donde me encontraba, considerando que la habitación no era lujosa ni amplia, aunque su decoración era tan exquisita como sus sabanas suaves y almohadas acogedoras. Aquel lugar no era la enfermería sino los aposentos de un alto mando.

La forma en que la luz iluminaba el interior de la sala anunciaba que ya era una tardía mañana o una muy prematura tarde pese que una silueta aposada en una de las ventanas mirando el exterior oscurecía mi perspectiva y el cual giró tras escuchar mi despierte revelando el rostro de Damián.

Lo miré un par de segundos antes de asimilar los sucesos tanto pasados como presentes, mientras fallé terriblemente tras intentar reincorporarme, ya que un crecido quejido emergió de mi garganta. De forma inmediata, Damián se destinó a mí para tranquilizarme, pero no fue necesario porque mi esfuerzo me causó un agonizante dolor que estremeció cada parte de mi cuerpo retorciéndome en un lamento que me hizo volver a recostar mi cabeza a los almohadones.

Una costilla rota, una sutura en la espalda, un labio partido, una ceja abierta y un brazo vendado a mi pecho por una flecha fue lo que gané aquella noche. Y créanme que todo, pero todo, dolía mucho más al día siguiente.

—Aguarde Tamos —sus manos se colocaron frente a mis hombros sin tocarme para que no volviera a insistir y así, no estirar la intravenosa clavada en mi brazo que me mantenía hidratada—. Ha estado inconsciente por más de 24 horas, no debería moverse. Traeré atención médica.

—No, esperé —apenas conseguí murmurar con el poco aliento tenido suplicándole que se quedara estirando mi brazo sano hacia él. Pudiera que todavía yaciera un tanto aturdida, pero poseía algo muy claro en mi mente—. Magnolia —pronuncié su nombre, pues pese que mis últimos minutos consciente continuaban difusos, no olvidaba aquel segundo que dos balas le atravesaron—. Ella... murió ¿no es así?

Su silencio y mirada esquiva sirvieron como detonantes para saber que me encontraba en lo cierto. Que ella murió en mis brazos. Dejé caer inevitablemente mis lágrimas a la almohada con mi rabia superando el dolor.

—No debí aceptar —me reprendí de inmediato girando el rostro al contrario de la presencia de Marven—. Ella insistió en acompañarme y aunque algo en mi interior me dijo que lo mejor era que se quedara no lo hice. Dije que si.

—No se culpe. Hemos sido nosotros quienes le fallamos a usted, Tamos. Permitimos que ingresaran e invadieran el sitio. Que tomaran control y dañaran a tanto pudieran en el camino. No fue usted sino nosotros.

Fue entonces que volví la mirada a él con detenimiento. Los estragos de aquella batalla en Hidal se dispersaban por igual en su rostro reflejaba todavía su pómulo derecho amoratado y su brazo derecho rígido y aposado a su abdomen que anunciaba una herida sanando en cualquier parte de su torso. Sentí envidia por él y su fuerza por un segundo, siendo que pese a ello se mantenía en pie debido a su condición la cual le permitía sanar con velocidad a diferencia de mí que yacía totalmente exhausta y postrada en una cama.

—En ese caso, temo que todos aquí fallamos, Damián. Todos le fallamos.

Él no hizo nada para retirar ni aliviar las culpas y, a decir verdad, nada espetado por él lo hubiera conseguido. Aquellos rebeldes me habían terminado por quitar lo poco que me quedaba y acto tras acto suyo me estaban dejando sola y una persona solitaria puede convertirse en alguien peligroso. Y es que no importaba cuanto me esforzaba nunca podía salvarlos. Ellos siempre iban un paso delante de mí pero se acabaría, porque desde ese día comenzaría a pensar como ellos. Sin misericordia ni perdón. Yo, me condenaría tal como ellos.

I. EN LOS OJOS DE LA REINA ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora