𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟨

119 34 111
                                    

Unos dedos dibujando sobre la palma de mi mano en forma de un par de circulos despues un zizag y ondas al final me despertaron tras causarme cosquillas. Al abrir los ojos, observé que se trataba de Faustino y aunque no tuve la energía de pronunciar su nombre, me recibió con una cálida sonrisa.

—Creí que no despertarías jamás —las palabras de mi amigo me hicieron girar la cabeza hacia la ventana y notar o un creciente amanecer o desvanecido atardecer.

—Aún es de día —intenté descifrar la hora yaciendo ya más despierta mientras me reincorporaba.

—Del día siguiente —me aclaró.

—¿Cómo? —su respuesta me hizo querer levantarme, pero desistí ante sentir que todo giraba.

—Tranquila, te diste un buen golpe en la cabeza. Lamento no haberte salvado de eso —me sobé la zona al tiempo que palpé una protuberancia en ella.

—No duele tanto, pero tú... tú recibiste toda la explosión y estás... luces bien.

—Gracias, olvidaste agregar fuerte, inteligente y extremadamente apuesto también —reí ante su característico sentido del humor—. En realidad no fueron más que unas cortadas en la espalda por los vidrios, pero ya no duele como antes. Supongo que tantos desolados días en los sembradíos me hicieron resistente. He tenido peores momentos, créeme.

Asentí con cortesía, mientras retiraba la sábana de mis pies para plantarlos en el suelo de madera que combinaba en perfección con la construcción en dónde me encontraba.

—Dime que no me has estado cuidando todo este tiempo.

—Siento decepcionarte An, pero no, aunque Hozer sí que lo hizo. No durmió ni un poco. Lamentará haberme dejado aquí a tu cuidado cuando justo despertaste. Anda, preparé esto para ti.

Se levantó de la silla donde se sentaba y tomó una taza de la mesa escritorio que poseía aquel pequeño cuarto.

—¿Qué es?

—Solo tómalo, te hará bien —lo hice permaneciendo sentada en la cama. La cual era pequeña y un tanto incómoda, ya que emergía un ruidito debido a los resortes. La bebida era amarga e insípida, por lo que hice gestos causando que Faustino sonriera.

—Debo irme.

—No hasta que te acabes eso.

En realidad moría de sed, así que lo debí con rapidez hasta llegar al último trago. Seguido de acabarlo, pensé en que debía ir al palacio junto con todas esas responsabilidades que regresaban a mí y de las cuáles no podía escapar considerando que de hecho, llevaba un día fuera del palacio. Me conservé en silencio pensando en todos los posibles problemas en los que me enfrentaría de no ser que mi amigo decidió romperlo.

—¿Quién te lo dio? —su mano señaló mi pie donde se encontraba la pulsera roja que con fervor todavía mantenía.

Era claro que no podía llevar conmigo el collar de mi madre pues, aunque no fuera muy ostentoso, no me arriesgaría a perderlo, por lo que dejarlo en mi alhajero era lo más prudente al igual que el reloj de mi padre obsequiado antes de morir. Ambos eran demasiados antiguos y correspondían a un afecto sentimental que no me arriesgaría a perder. Ahora que lo pienso, solo porto uno de ellos en este preciso momento que yazco confinada en este frio interrogatorio, observando cómo transcurre el tiempo. El mismo tiempo que se me agota al igual que la vida misma.

—Siempre lo llevas contigo. Acaso nos los dio nuestro amigo el mudo.

—No, es un obsequio de mis hermanos.

—Oh —dijo pensativo—. ¿Qué se siente?

—¿Sentir qué?

—Tener hermanos.

I. EN LOS OJOS DE LA REINA ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora