𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟣

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Todavía no amanecía cuando una pesadilla logró despertarme. En ella mi padre moría dejándome en completa soledad. La luz de la lámpara aún en la penumbra conseguía iluminar parte de mi alcoba. Debí contemplarla un par de segundos antes de recordar que tal pesadilla era en realidad la verdad.

Y es que los recuerdos pueden ser la tortura más tenebrosa que uno puede poseer en esta vida. Debí detestar en esos momentos a mi perfecta memoria por no permitirme olvidar ningún detalle albergado dentro de mi mente a mi familia.

Supongo que sí alguien me hubiera dicho tiempo atrás que perdería a toda mi familia en un plazo de seis meses no lo habría creído. Una parte mía deseó tanto poder borrar mi dolor uniéndome a ellos, pero más allá de creerme cobarde o no, o muy absurda para llevarlo en acción, sentí que debía honrarlos o en su defecto, vengarlos.

Fue por ello que me puse en pie con todo y el dolor que me estrujaba el pecho entero, lista para enfrentarme a una pelea de armas con tan solo un cuchillo en mano ¿El resultado? supongo que era obvio, no tenía posibilidad alguna, pero al menos moriría intentándolo. Después de todo, ya no tenía más que perder.

Debían ser apenas poco más de las 6 de la mañana, sin embargo, escuché afuera el suficiente ruido como para saber que se estaba llevando a cabo los preparativos del funeral del rey de Victoria. La noticia había afligido a toda la nación la noche anterior, por lo que esa mañana el perpetuó luto de la pérdida del Claudio Tamos ya era sabida en toda la nación.

"Que hice para merecer esto"

Me dije egocéntricamente como si el mundo girara alrededor mío, aunque para aquel instante todo se sentía así: ruin y personal.

Fue entonces que me encontré con mi reflejo a través de aquel espejo que me contemplaba. Avancé hasta él, odiando mi reflejo como tantas veces en el pasado, así como el atuendo del día anterior cubierto de sangre seca. La sangre de mi padre. La sangre que le hizo perder la vida.

Estaba dispuesta a destrozarlo con la lámpara que tomé del tocador de no ser que en ese mismo momento la puerta fue tocada abriéndose casi de inmediato mostrando en la antesala a Magnolia, quién dejo muy atrás sus acostumbrados vestidos purpuras y violetas intercambiado por uno gris de luto con una faja azul oscuro honrando los colores de la nación por la pérdida de mi padre.

Su mirada me hizo saber que le sorprendía verme de pie, aunque sus ojos se destinaron por completo en aquel objeto empuñado en mi mano como si temiera lo peor de mí.

—Me parece que ya no tendrás que correr las cortinas para despertarme —le explayé después de su silencio pese que mi mirada se conservaba en el espejo.

—Ya lo veo, mi niña.

Ella y otros más intentaron visitarme la noche anterior, pero fingí seguir dormida de tal modo que las visitas jamás cruzaron más allá del marco de mi alcoba principal para no molestar mi soledad.

—Magnolia —giré para mirarla a los ojos.

—Si.

—No vuelvas a llamarme de ese modo, quieres, porque ya no lo soy.

Ella solo asentó mientras miré como dejaba algo de comer para mí en la mesita del recibidor.

—Tu abuela, la reina madre, ha autorizado que la ceremonia ceda a las 3 después de que se ofrezca oficialmente el anuncio a las 7:30.

—No lo haré —le espeté—. Dile  mi abuela que puede asistir con toda esa gente falta ella sola. Y ahora márchate y déjame en paz.

Magnolia solo le restó avanzar hacía la salida, observando como mis pensamientos se hundían a través de aquel espejo.

I. EN LOS OJOS DE LA REINA ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora