𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟤

160 40 102
                                    

Inhala. Vas a ser Reina. Exhala. Intentarán matarte. Eso fue lo que me dije una vez que caminaba por los pasillos del menester en Lorde flaqueada por cinco guardias apresurando mi paso que comenzó a disminuir tras sentir que estaba a dos metros de presentarme ante mi nación para ser ascendida al trono.

Una mano se deslizo por mi espalda. Era mi abuela que insistía que apresurará el paso, pero era imposible. Me faltaba el aire. Si bien, por los nervios que habitaba dentro mi ser también lo era por el corsé cuello y mangas del vestido plateado con incrustaciones y terminaciones azules que estaban un tanto ajustadas a mi figura y el cual no se notaba por la ancha banda azul oscuro que rodeaba mi cintura con un gran moño por detrás. Mi cabello no portaba nada más allá que un arduo cepillado, ya que este debía estar suelto, pues en minutos una corona se instalaría en mi cabeza.

—Bien —me dirigió la palabra mi abuela por primera vez desde aquel terrible día envuelto en un asentamiento fugaz con sus manos unidas en una aceptación tras ver terminado mi arreglo—. Con suerte y hoy los hombres de esta corte olvidarán tus fallas y tomen el valor requerido para casarse contigo.

Me pareció que estaba de más el querer agradarle, responder a su agravio o enfurecerme con ella, considerando que hacía mucho tiempo consideré su amor una batalla perdida.

Damián llegó a ser lo bastante amable para asegurarme antes de salir de la sala del menester otorgada, que me miraba resplandeciente. Mi sonrisa de cortesía se dibujó en mi rostro, mientras la vergüenza me recorría la sangre por haber tenido él que presenciar aquellas pasadas palabras de mi abuela hacia su nieta.

Sinceramente no me sentí resplandeciente aquel día, sin embargo, aprecié su gesto y la manera de fingir que no había escuchado nada también.

Desde aquel momento, Damián se convirtió en uno de mis guardias reales personales. Le tenía suma confianza a pesar de que era la persona a la que le mentía más seguido. No sé porque, pero el que cuidara mi espalda me hizo sentir segura, pues el temor me recorría el cuerpo entero. Apenas y logré salir de la habitación sin tropezarme. Levanté la pesada falda que me asemejaba a una novia y en cierto punto era de esa forma, pues aquel día me casaba con Victoria. Ellos serían míos, así como yo suya, aunque ninguno de los dos lo deseáramos.

No estoy lista para esto —le confesé a Magnolia aun estando en la palacio, minutos de subirme al móvil, ya que me aterrorizada subir a un jet recordando que mi familia subió a uno antes de que se me fueran arrebatados y aunque mi padre salió con vida de él, no olvidaba aquella sensación de sentirlo perdido cuando le vi aterrizar—. Yo... cómo se supone que debo cuidar de Victoria ¿cómo?

Mientras avanzaba por el corredor del menester no dejé de repetirme que aquello no debió terminar de esa manera. Mi padre no debería estar muerto. Y que de haber sabido yo...

Temo que ya no tenía caso pensarlo pues "Hubiera" es una palabra inexistente. Él hubiera es un sueño, un recordatorio, un atormentador que nos decía que nuestras elecciones fueron erróneas y que no podíamos cambiarlas excepto cargar con ello. Solo me quedaba seguir y aceptar lo que vendría.

Y es que pese que poseía la edad para ser considerada una adulta, 17 ciclos parecían ser muy prematuros considerando que, dentro de mi educación, el regir está nación jamás fue una contemplación, convirtiéndome no solo en la primera mujer reinante sino en la gobernante más joven en Victoria, robándole aquel trofeo a Leroden Tamos, hijo noveno de Victoria con 19 ciclos. Su gobierno había sido un desastre la primera década, pero no se preocupó en mejorar los daños hechos tiempo después puesto que por él, las leyes a los seguidores fueron escasas y descuidadas y ahora pagaban el precio con el olvido o por lo menos eso contaban los libros.

I. EN LOS OJOS DE LA REINA ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora