01| El venao, el venao

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Noah

Tenía un mejor amigo gay.

Y eso era un desastre en toda la extensión de la palabra.

Por fuera, no parecía ser un chico que volteaba para el otro lado. De hecho, hace no mucho tenía a tanta chica detrás que pensé que era de esos chicos mujeriegos que tienen aventuras con una mujer diferente cada día.

Y equivocado no estaba. Si tenía aventurillas la mayor parte del tiempo, sin embargo, con hombres. Siempre que llegaba a su residencia lo encontraba con el bóxer como única prenda puesta mientras hacía panqueques para su diversión para la noche anterior. Después, se los entregaba al chico que estuviera sentado en la mesa de su comedor diciéndoles «Ha sido un buen sexo, ten panqueques como premio» y obviamente estos indignados lo insultaban hasta en su vida anterior, al menos, después de acabarse lo que él había preparado.

Era un idiota, sí, pero buen cocinero.

¿Cómo es que éramos amigos, entonces? No tenía una respuesta. Nos conocimos de pequeños en el jardín de infantes y yo creía que quería con mi hermana cuando en realidad yo fui el primer chico que le gustó en su vida. Por eso se la pasaba pegado a mí en todo momento y llegaba a ser asfixiante de cierta forma.

Con el paso del tiempo toda esa relación de me gustas pero no debes de saberlo así que finjo ser tu amigo se convirtió en una amistad solida e irremplazable. Mi mejor amigo.

Y como mi buen amigo, tenía el deber de animarme en uno de los peores dolores que he podido experimentar en mi corta vida.

Me fueron infiel. Me pusieron los cachos como él dice, y como es tan estúpido para algunas cosas, Ryan no deja de cantar una y otra vez la canción de los cantantes titulada el venao.

—Y que no te digan en la esquina —mueve la cabeza absurdamente mientras ve su celular, sentando en la orilla de mi cama mientras recarga la espalda en la pared—, el venao, el venao.

—Juro por dios que como no te calles llamaré al último tipo con el que te acostaste y le diré que tienes sida —ruedo los ojos al cansarme de que no se calle con esa estúpida canción.

Cuando me ha explicado el significado, me dieron ganas de sumergirle la cabeza en el inodoro después de que yo haya ha ido a hacer mis santos excrementos.

—Fuiste tú —me guiña un ojo—. Eso a ti te mortifica, el venao, el venao.

— ¿Cómo que yo? —frunzo el ceño. De verdad que no soy un amargado pero no puedo evitar sentirme triste y que él solo lo tome a chiste llega a ser fastidioso.

—Sí, en mis sueños. ¿Ya te confesé que por ti me di cuenta de que era gay?

—Sí Ryan, me cuentas eso cada vez que tienes oportunidad —ruedo los ojos.

—No estés amargado, hombre. Vida solo hay una y mujeres un chingo. También podría haber hombres pero dices que no.

—Lo siento, no soy heteroflexible. Y perdón si no puedo evitar sentirme mal si mi novia con la cual llevaba saliendo un año me engañó con mi primo, te sorprenderás pero no todos tenemos un corazón de acero como tú.

—Son un par de idiotas, los dos.

—Creía que el par era de tres —menciono con sarcasmo debido a su pleonasmo.

—Como sea —niega—. El karma les llegará duro, como si les dieran por atrás sin antes estimularlos y relajar...

—Basta —lo interrumpo—. No estoy de ánimo para escuchar tus guarradas.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora