25| La verdad

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Shelley

Ha pasado un rato desde que recibí la foto. No he dejado de llorar desde entonces.

Quizá solo estoy malinterpretando las cosas, al final de cuentas, ¿no se supone que Melissa y yo firmamos un tratado de paz? ¿No se supone que ahora somos amigas porque me ha acompañado a tomar y me ha escuchado llorar?

Mi yo del pasado ha de estar riéndose de mí. Yo, que tanto desconfiaba de ella, y fue ella quien terminó siendo mi compañera de bebidas y me escuchó quejarme una y otra vez en el bar, por ser descubierta. Que, ahora que lo recuerdo, ella no terminó tan borracha como yo. Estoy segura que ella si recuerda todo lo que pasó ese día. Por eso necesito tanto hablar con ella.

Pero ahora que lo pienso, que hiciera todo eso no la convierte en mi amiga. No podría ser amiga de ella. Y, posiblemente ella piense lo mismo. Tal vez ahora que tiene el camino, de cierta manera, descubierto y libre, quiera volver a recuperar a Noah. Porque Noah es un chico increíble.

Y Noah siempre la quiso mucho.

Aunque hay una gran diferencia entre ella y yo. Ella le hizo daño conscientemente y yo, bueno yo...

El timbre de mi casa interrumpe mis pensamientos. Aparte de Ryan—que está dormido en el sofá de mi habitación. Tiene una pierna estirada en el largo del sillón y la otra en el piso, la boca abierta y con el rastro de saliva adornando su quijada y la playera medio arriba, dejando ver su ombligo—no hay nadie más en casa. Me levanto a duras penas y bajo hasta la puerta principal, sin mucho ánimo la abro.

El corazón se me detiene de golpe al ver a Noah frente a mí. Ya no está borracho, eso es seguro. Pero sigue luciendo como lo vi antes; agotado y triste. Sin embargo, me está sonriendo. Es una sonrisa de oreja a oreja, yo no puedo estar más confundida.

—Lo lamento tanto —me toma de los hombros y me envuelve entre sus brazos. Su abrazo me reconstruye de formas inimaginables, y solo por un segundo siento que todo se pondrá bien—. Lo siento, Shelley, lo siento, lo siento, lo siento.

— ¿Noah? —la voz me sale en un susurro, no importa, está tan cerca que me oye perfectamente—. ¿Qué es lo que sientes? ¿No soy yo la que debe pedir disculpas?

—Debí haberlo visto venir, el idiota siempre amenazaba con eso y debí haberlo visto venir —habla tan rápido que no logro entender nada de lo que dice ni de lo que está pasando—. Yo soy el idiota por permitirlo. Perdóname, Shelley.

Me alejo porque estoy tan confundida, mucho más al ver a Melissa detrás de él. Tiene una cara indescriptible. Tiene una expresión arrepentida y tiene los ojos hinchados, como si estuviese llorando demasiado.

—No estoy entendiendo —alterno la vista entre ambos.

—Melissa tiene mucho que contarte.

Y antes de que lo pregunten, me hago un lado para dejarlos pasar. Se adentran sin más. Una sensación extraña me invade el cuerpo y aterriza en mi estómago. Trago saliva y cierro la puerta para luego ir detrás de ellos.

Para cuando, después de que tomáramos asiento y Melissa explotara en llanto y terminara contándome todo, no sé cómo me siento. ¿Triste? Si porque no puedo creer que ella y Scott tengan la mente tan podrida como para organizar algo así, ¿alegre? ¡También! Me alegra saber y confirmar que no engañé a Noah. ¿Furiosa? Por supuesto, tengo ganas de darle un puñetazo a Melissa—pese a que me considero 100% pacifica— y otro más leve a Noah, aunque también abrazarlo y decirle gracias, porque siempre esperó a que confirmara o negara todo, antes de cualquier cosa.

Resulta que el que Melissa entrara a La mano purpura siempre había sido un plan. Un plan ideado, en su mayor parte, por Scott. Quería que Melissa se ganara mi confianza, para que en el momento adecuado, me ofreciera beber con ella y ella pudiera echar alguna droga —escopolamina, según ella— en mi bebida y así poder manipularme a su antojo. El día que estaba llore y llore porque "habían revelado mi identidad" fue el momento perfecto para que ejecutaran su plan.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora