13| El primer error del año

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Noah

La primera semana del año ha transcurrido bien. Demasiado bien, diría yo. He pasado casi todos los días con Shelley. Fuimos a ver una película en el cine, ha comido en casa con mamá, mi hermana—parecen haber conectado demasiado bien porque Lily la invitó a ver una película con ella. ¡Y yo no podía entrar!— y conmigo.

Estoy sentado en una mesa del fondo en La Mano Púrpura. Es la celebración de año nuevo y Shelley ha dicho que tenía una presentación especial.

Muero por verla bailar.

No puedo imaginar lo grandiosa que se verá, porque cada que lo hago, siempre me sorprende. Podría venir a verla mil veces, y las mil veces provocaría que la piel se me erizara.

Las luces rojas y doradas, junto a los letreros brillantes con el número 2023 se apagan. Y mi corazón comienza a latir con fuerza porque sé que no falta mucho para que ella salga.

El presentador sale y se coloca en la tarima. Dice el mismo discurso de siempre, sobre la estrella de la noche, Annelise, pero esta vez agrega un segundo nombre.

El de un chico.

Frunzo el ceño y me levanto del asiento para ir hasta una mesa de enfrente, cruzar los brazos y esperar a que la pareja del show salga.

Pasan unos segundos, y Shelley aparece en una esquina. El conjunto que lleva puesto me hace tragar saliva, o abrir la boca para que la baba me caiga, no lo sé. Simplemente puedo pensar en lo bien que luce, en lo mucho que quiero ir y sacarla de ahí para que nadie más la mire o en unir mis labios con los suyos.

Lleva puesto un top con flores bordadas de color rojo ajustado a su cintura, es transparente y deja a la vista su sujetador blanco. Y en la parte de abajo viste un short del mismo color que su sujetador. El cabello cobrizo le cae en ondas sobre sus hombros, sus ojos claros brillan detrás del antifaz blanco con diamantes de fantasía, la forma del accesorio provoca que tenga una mirada más felina, más seductora.

Cuando creo en que no puede lucir más bonita de lo que ya es, me calla la boca.

Antes de que la música comience a sonar en los altavoces, noto que me busca con la mirada. Enfoca la vista en todos los presentes y cuando me ubica, sonríe y comienza a bailar.

No identifico la canción, además de que solo estoy absorto en ella. En sus movimientos. No puedo pensar en nada más.

Comienza con un andar lento. Moviendo las caderas, la cabeza y las manos, ondeando su caminar. Se detiene detrás del tubo de metal, tomándolo con una mano, mientras vuelve a mover las caderas al ritmo de la música. Es un ritmo lento que hace el baile más sensual de lo que ya es.

Baja hasta el suelo y sube, ondeando las rodillas de un lado a otro. Se sujeta de la barra con ambas manos, y escala hasta arriba para después solo mantenerse con la parte de atrás de su rodilla mientras que con el resto de su cuerpo suelto, gira.

Ya lo había mencionado otras veces. Cuando veo bailar a Shelley notata dos personas distintas en ella, la que baila y la que muestra la mayor parte del tiempo, sin embargo, ahora que siento que soy un poco más cercana a ella me doy cuenta de que estoy equivocado. Son la misma persona, pero ella trata de ocultarla. No entiendo la razón, pero como he dicho otras veces, tiene un don. No creo que nadie más logre transmitir tantas emociones como lo hace ella, ni que alguien más cumpla el objetivo de que cuando baila, no puedes prestar atención a otra cosa que no sea ella.

Para cuando está de nuevo, con los pies en la tierra, el chico de la otra esquina —es atractivo y eso me molesta de sobre manera, su cabello castaño ondulado se mueve con los pasos que da, viste solo un pantalón negro sin nada que le cubra el torso y no quita esa sonrisa estúpida ni la mirada en mi chica— comienza a caminar hasta llegar al centro de la tarima, donde se coloca de rodillas. Shelley hace lo mismo, de espaldas a él y con las manos en los muslos.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora