Shelley
Estaba enamorada de un chico gay.
Al principio, cuando lo conocí, lo único que sentí por él fue atracción. Era un simple platónico que creía que pasaría con el tiempo. Era guapo, bueno, es porque no se ha muerto. Ojalá se muriera.
Pero por mí.
Es que yo si lo hago por él.
El punto es que ese cabello rubio, esos ojos cafés, ese cuerpo que tenía tonificado cada músculo existente en él presumiendo todo el esfuerzo que había hecho en el gimnasio provocando que cada prenda vestida se ciñera a su cuerpo dejándote con las ganas de pasar la lengua por ahí... de nuevo, volvemos al punto, no sé qué me pasa hoy, perdón.
Prosigo. Solo me gustaba y ya. Pero tuve la estúpida idea de acercarme, ser su amiga y darme cuenta de que él era más que una cara bonita o un simple cuerpo atractivo.
Hablar con él se sentía bien. Siempre terminaba riendo a carcajadas hasta el punto de que me doliera el estómago, o en casos más extremos, hasta el punto de querer hacer pis. Y es que un chico guapo acumula más puntos si sabe ser divertido, si lo puedes pasar genial con él.
Conocerlo fue como, no solo querer que me parta como crayola de kínder, sino también querer pasar madrugadas juntos compartiendo más risas a la vez que estamos acurrucados protegiéndonos del frío con una sábana mientras tomamos chocolate caliente.
Sí. Me ilusioné. Llegué hasta el punto de confundir lo que él sentía por mí. Dijo que le gustaba pasar tiempo conmigo y yo creí que le gustaba de la forma que quería gustarle, entonces, traté de besarlo.
De hecho, lo besé. Cuando mis labios tocaron los suyos sentí que había entrado al cielo, descubriendo lo que sentía. Me había enamorado.
Luego, se alejó con una mueca entre la pena, la lástima, y el asco. Me dijo que no sentía lo mismo y que nunca en su vida iba sentirlo. Pero que descuidara, que no era por mí, que simplemente no era su tipo.
Sí, me sentí mal, sin embargo muy en el fondo tenía la vaga ilusión de que en algún momento eso cambiaría. Que equivocada estaba.
Imagino que ya se sentía arto de mis acercamientos buscando al menos una respuesta, porque prácticamente, me gritó «Soy gay ¿sí? Me van más los miembros masculinos»
Pasé la tarde llorando, una por ingenua y otra porque ya estaba más que claro que mis ilusiones solo quedarían en eso, en ilusiones. ¿Qué hacía yo con mis sentimientos? No es como si pudiera, simplemente, botarlos a la basura.
Si fuera así mucha gente sería más feliz en su vida. No habrían corazones rotos, o llantos en la madrugada, o cosas más trágicas de las que no quiero hablar.
Pero como no nacimos con esa capacidad de poder borrar lo que sentimos, y porque a veces, enamorados, cometemos cosas que nos hacen ver más estúpidos de lo que ya estamos, comencé a llenarme la cabeza de ideas algo... locas.
Una vez me comentó que si él hubiera sido heterosexual, se habría fijado mucho en las chicas que tenían la pinta de ser unas totales nerds porque esas eran las que cosas más sorprendentes escondían.
¿Ya sabes por dónde va la cosa? Comencé a tener ese estilo que olvidé como era el mío. Me perdí por querer ganarlo a él.
Y me quedé sin nada.
Yo me lo había buscado, y con el tiempo, me fui acostumbrando a la ropa que usaba, a la manera en que me comportaba. ¡Incluso me puse a estudiar cuando ni siquiera me gustaba! El lado bueno de eso es que al menos mis calificaciones subieron, junto a mi coeficiente intelectual que mejoró.
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El último baile ©
Teen Fiction«Suena sorprendente como un bar homosexual me ha dado lo mejor que pudo pasarme en la vida siendo yo hetero» *** Shelley es una nerd. Sí. Como leíste. Es la típica chica que vive encerrada en la biblioteca leyendo historias que amaría por experiment...