16| Al final del día

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Shelley

El coche de Noah se ha quedado varado. Cuando solo falta media hora para llegar.

Ryan—sí, se coló—asomó la cabeza en medio de los asientos. Palmeó sin delicadeza el hombro de Noah y soltó un chasquido.

—Tu plan para quitarme la tristeza te ha salido mal, corazón.

—No era un plan para ti. Tú te colaste —gruñó, se quitó el cinturón de seguridad y bajó del coche.

Aprovechando el espacio que tenemos, donde Noah no puede escucharnos porque está muy ocupado verificando el estado de su auto. Y que, por la cara que pone al abrir el capó y humo saliera de este, supongo que noticias buenas no se aproximan, me volteo para ver de frente a Ryan. Su cabello rubio está más corto ahora, sonríe pero sé que esa astilla que me ha contado se le ha enterrado en el corazón le molesta todavía.

—No era un plan para ti. Sin embargo, que bueno que viniste. Te servirá para distraerte un poco.

Su sonrisa se decae por un segundo, pero se recupera al siguiente.

— ¡Claro que voy a distraerme! —se acerca a mi oído para susurrar—. ¿Sabes cuántos chicos en traje de baño habrán? ¡Cientos! Y mucho más guapos que ese tonto, idiota, imbécil, estúpido, de sonrisa preciosa, labios que muero por besar, cejas tupidas y guapísimo que tiene nombre raro pero que no importa, yo le quiero igual. Todos tenemos defectos. Prosigo, maldito, desgraciado, infeliz, precioso, con un trasero que parece esculpi...

—Vale —me alejo, interrumpiendo—. Lo pillo. Muchos más guapos que él.

—Ten —saca unos lentes de sol de su chaqueta deportiva y me los avienta.

— ¿Para qué es?

—Para que te los pongas y puedas echar ojo a los buenorros como es debido y Noah no lo note y te deje.

—No los necesito —dejo los lentes en la guantera del coche, sacando a su vez una botella de agua—. Ya tengo un buenorro que admirar ¿no crees?

Termino de preguntar y ambos dirigimos la vista hacia la persona de la cuál hablo. El capó está cerrado de nuevo. Está de perfil, hablando por teléfono. Más bien... gritando. Su ceño se frunce, su nariz parece más arqueada ante ese gesto, su cabello se mueve de aquí para allá y da pisotones en el suelo como si de un niño chiquito se tratase. A parte de que se ha manchado la cara. Tiene algo negro cubriéndole las mejillas y parte de la barbilla.

—Bueeeno, si de buenorros a buenorros hablamos Noah ganaría si compitiera contra... Nadie. Pero ganar contra nadie ya es un avance, Shelley. Hay personas que ni contra nadie ganan.

—Ryan.

—No te preocupes —me palmea el hombro—, el amor es ciego. Cuando vienes a ver, el hijo de Dobby es tu novio.

—Noah es guapo —le recrimino—. ¿Crees que no me ha contado que querías con él y por eso se conocieron?

—Bueno, algún defecto debía de tener.

— ¿Cuál? ¿El que sea chismoso y me haya contado?

—No, hablo de mí. Mi defecto fue fijarme en él.

Las palabras que iba a usar para responderle mueren al notar que Noah abre la puerta. Me dirige una mirada apenada y molesta. No se sube al carro, solo lo apaga por completo, quita sus llaves y aleja de un manotazo la mano de Ryan que seguía en mi hombro.

—Lo siento, Shelley. Lo he arruinado.

— ¡Hola! —Ryan agita la mano—. Se supone que este era un plan para...

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora