08| Me usaste

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Shelley

Es divertido ver al erizo que Noah bautizó como el señor Espinosa jugar con todo lo que tiene en casa. En su casa.

Cuando regresamos de comer, Noah abrió la cochera de su carro y sacó una enorme caja blanca. La abrimos en mi habitación y se trataba de un terrario para nuestra mascota. El erizo se la pasaba jugando con la rueda giratoria, metiéndose a su cama en forma de hongo y comiendo el alimento—no vivo—los últimos días.

Me parecía muy tierno el hecho de que se preocupara tanto por el animal panzón que lo único que hace es mostrarnos los dientes y erizar las púas cuando se siente amenazado.

No había podido agradecerle correctamente porque no lo había visto. Quedamos con que nuestra cita sería una semana después porque me dijo que iría a visitar a su hermana y que regresaría hasta el otro viernes.

Este día es el otro viernes.

La semana había pasado tranquila porque no tener su presencia revoloteando en mi espacio era más pacífico después de todo. Aunque aburrido también.

Pero ahora, que estamos a menos de media hora por tener una cita, tranquilidad es lo último que siento. No puedo evitar sentirme nerviosa y ansiosa por saber a dónde iremos, qué haremos, de qué hablaremos y sobre todo, cómo voy a arreglarme. No creo que sea lo adecuado ir en pijama o en ropa que parece de abuelita, como él había mencionado antes, sin embargo, no me siento cómoda con la idea de utilizar algo... diferente.

Abro el armario y luego saco la bolsa negra que tiene la ropa que solía utilizar antes, esa que parecía más de mi estilo. Veo los jeans ajustados, las faldas, los vestidos y las blusas que dejan ver más parte de mi cuello, en la zona de las clavículas.

No. No creo poder usarlo. Porque no me siento cómoda y prefiero la comodidad antes de verme bien.

Pero... Él siempre se ve bien. No se viste de la gran manera pero tiene ese estúpido don que lo hace ver bien con cualquier cosa puesta. Y me daría pena estar tan fuera de lugar a su lado.

Así que tomo los pantalones holgados en color celeste, una playera blanca y un cardigan enorme de color blanco y puntos de colores. Es lo más decente que puedo usar. Me veo frente al espejo y recuerdo la manera en que mi piel se erizo cuando Noah decidió quitarme la dona que sujetaba mi cabello, diciéndome que se me veía mejor suelto. Entonces, lo dejo así. Y por primera vez en mucho tiempo, me gusta cómo me veo.

El tiempo pasa tan rápido que, justo cuando me coloco las gafas y tomo algo de dinero, el timbre de la casa suena.

Mamá no se encuentra así que, después de verificar que no olvide nada, bajo para abrir la puerta. Noah se da la vuelta y por unos segundos, mantiene la vista fija en la mía. Sus ojos tienen un color tan básico en el mundo, pero que en él se ven especiales.

Carraspeo y entonces baja la vista, repasándome. Trato de encogerme porque no sé cómo me veo a su parecer.

—Te ves bien —suena como si quisiera decir otra cosa.

—Gracias —lo repaso de reojo. Viste unos jeans azules, una playera blanca y una chamarra de color verde oscuro, junto a sus vans negras —. Tú también te ves bien.

—Debajo de esas prendas, escondes algo espectacular.

—Dejemos los comentarios para después.

— ¡Me refiero a tu gran belleza interior!

—Si cómo no—no lo invito a pasar porque eso no es lo que tenemos planeado. En realidad, yo no tengo planeado nada por lo que decido preguntarle—. ¿A dónde iremos?

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora