18| Hola, primito

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Noah

No sé por qué sigo viéndome al espejo cuando lo que tengo puesto es lo que uso siempre. Pantalones holgados, playeras anchas y tenis.

Me paso una mano por el cabello, quitándolo de mi frente. Está creciendo, es tiempo de que vaya a que me lo corten un poco. Igual tengo que quitarme la poca barba que me está saliendo y tengo que hacer algo para disimular los barritos de mi frente.

Casi nunca me preocupaba mi aspecto, lo digo en serio, pero cuando tienes a alguien tan bonita como a Shelley a tu lado, es normal cuestionarse al verse al espejo.

Cierro la puerta y salgo de la habitación. Bajo las escaleras mientras silbo una canción que acabo de inventar, tomo las llaves del auto y meto el celular a la bolsa de mi pantalón.

Mamá está en la cocina sentada junto a Lily quien come un plato lleno de cereal con leche. Tiene las mejillas como una ardilla y vuelve a llevar el pelo en dos coletas.

—Me voy —informo, señalando la puerta.

—Espera —me habla mamá—. Tengo que hablar de algo contigo.

Lily, como la niña chismosa que es, detiene la cuchara antes de que entre a su boca y presta toda su atención a nuestra progenitora. Mamá luce cansada y casi, como si no quisiera decirme lo que tiene que decirme.

— ¿Qué pasa? —pregunto sin preocuparme.

—Siéntate —señala un lugar frente a ella.

— ¿Tiene que ser ahora? Quedé con Shelley, debe estar esperándome.

—Será rápido.

Como no siento que tenga la actitud para dejarme ir solo así, obedezco. Me siento donde indica y de los nervios, repiqueteo los dedos en la mesa. Volteo a ver a mi hermana con la intención de que me brinde una pista que indique de qué se trata, sin embargo, parece tan confundida como yo pues se encoge de hombros y sigue comiendo su cereal.

— ¿Qué pasa?

—No vayas a molestarte —suelta muy rápido.

-—No estoy entendiendo —arrugo las cejas, confundido—. ¿Por qué me molestaría?

—Scott va a quedarse un tiempo aquí, en casa.

Y esa es la forma perfecta para arruinarme un día que pintaba ser perfecto. Mañana y tarde habían transcurrido con tanta calma y tranquilidad, emoción también, y ahora siento que no quiero ni salir. Que quiero ir a encerrarme a mi habitación y no volver a salir hasta que Scott se vaya. O hasta que me digan que es una mentira.

— ¿Por qué tiene que hacerlo? —Escupo—. ¿Por qué siquiera dijiste que si?

—No tuve de otra. Tu tía está enferma y van a trasladarla aquí, pero hay cambios necesarios que Scott tiene que hacer en casa y mientras eso pasa va a estar aquí.

—No puedes hacerme esto.

—Es mi hermana. Y mi sobrino, entiendo lo que te hizo y estoy muy molesta con él, pero al final de cuentas somos familia. Tienes que superarlo.

La forma en la que me habla me hace sentir tonto. Siento que está dando a entender que estoy exagerando las cosas, que lo que pasó no fue para tanto y que es por mi culpa que no he podido avanzar. Que no hemos podido.

— ¿En serio? —frunzo el ceño, molesto—. ¿Tengo que superarlo? ¿Así de fácil? ¿Si quieras sabes todo lo que pase?

—Noah...

—No —interrumpo—. ¿Recuerdas todas las veces que regresé borracho a casa y tú me sermoneabas? Pues bien, mamá, me empinaba todo el alcohol que encontraba porque era la única forma en la que podía olvidar que la chica que amaba se acostó con mi primo. Mi primo, que por cierto, consideraba como un hermano.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora