Epílogo

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Noah

Suelto un suspiro al ver que traen a Scott esposado. Otro cuando se acerca, le quitan las esposas y se sienta frente a mí.

Me ha tomado alrededor de medio año para poder venir y hablar con él. Sabía que tenía que hacerlo en algún momento, pero todo este transcurso del tiempo que dejé pasar me ha servido a mí, a Shelley y a mi familia para poder arreglar todo lo que él ocasionó.

A Scott lo arrestaron ya que lo que le hizo a Shelley es considerado un delito grave, más aun, el cargo por posesión de drogas, pues era él quien guardaba toda la escopolamina que utilizaba. Si él era quien las tenía bajo su mando, no quiero ni pensar de todo lo que ha hecho con eso. Esa droga es mayormente conocida por ser utilizada en fiestas, drogar a mujeres y posteriormente cometer agresiones sexuales.

Cuando me hice sabedor de esto, el terror me inmovilizó de solo imaginar todo lo que le pudo hacer a Shelley solo porque yo no estuve más al pendiente de ella. Ni anduve con cuidado pese a las advertencias que él hacía. Melissa nos aseguró que siempre verificó que Scott no pasara más allá de las fotos que me mandó al celular, que por cierto, también fue agregado a su condena pues tener fotos íntimas sin la autorización de la otra persona está penado por la ley.

— ¿Me vas a quedar mirando como idiota todo el rato? —la voz de mi primo me saca de mi estupor. Lo observo, pese a que mantiene la misma actitud que siempre, luce más acabado; está más delgado, tiene el pelo rapado y una barba de hace días. Tiene un moretón en la mejilla izquierda y tiene rojizos los nudillos de las manos—. Pude mandarte una foto si eso es lo que querías hacer.

—Mamá me dijo que tenía que venir para avanzar, sin embargo, pienso que es una pérdida de tiempo.

—Porque sigues haciendo lo que tu mami dice ¿verdad?

—Y vine porque tu mamá me terminó de convencer —al escucharme, borra la sonrisa engreída de golpe.

— ¿Cómo está? —desvía la mirada.

—Mejor, físicamente hablando. Se ha recuperado un poco, pero está triste. Aunque admite que es lo mejor.

— ¿Lo mejor de qué?

—Lo mejor para ella, para el mundo, para ti, que estés aquí.

—No me vengas con cursilerías baratas. Estoy en la cárcel, tu mierda de flores, terapia y una mierda te las puedes meter por el culo.

— ¿Te duele que no haya venido a verte?

Mi intención no es hacerlo sentir mal. Suficiente tiene ya con el lugar en donde está. Quién sabe qué es lo que tiene que aguantar allá adentro. Pero él se lo ha buscado. Él se lo ha ganado. No puede justificarse con nada porque su madre ha intentado siempre que su hijo sea feliz.

Hay mejores y más sanas maneras de llenar un vacío.

—Los sentimientos son para los débiles, primito. ¿Vuelvo a repetirte dónde estoy?

—Me dijo que va a venir a darte las cosas que necesitas aquí pero que va a seguir sin verte.

Algo oscuro se apodera de su rostro, más bien, creo que se trata de esa debilidad que dice no tener. Trata de no demostrar nada pues aprieta la mandíbula y se pasa la mano por el cabello.

— ¿Tú tienes algo que decirme? —Vuelve a sonreír de esa manera idiota suya—, que necesito arreglarme para mi visita conyugal.

Doy un repaso al lugar. Es sombrío, triste y existe un olor que provoca náuseas y tristeza. Todos mantienen expresiones desoladas y, me imagino que, detrás de las paredes cosas horribles pasan. Comparo todo lo que él tenía antes, ese cariño de su familia y que por mucho que yo me pregunte por qué se comportó de la manera en que lo hizo, y no tenga respuestas, sé que va a dolerle. Cuando se dé cuenta de todo.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora