23| Sufrimiento

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Shelley

Abro los ojos.

La cabeza me duele mucho. Siento que en cualquier momento va a explotar. Un escalofrío me recorre encima e inmediatamente me pone la piel de gallina.

Me levanto de golpe. Una sábana me cubre pero no hay nada más allá de mi ropa interior. Y hasta eso, los tirantes de mi sostén no están en su lugar.

No entiendo nada.

Recorro con la vista el espacio en donde estoy. Sé que no es mi habitación y también sé que no se trata de la habitación de Noah. Nunca había estado aquí. Es un cuarto completamente blanco, el piso, las paredes, el techo e incluso los muebles. Si hay existencia de otros colores, son tonos muy bajos que tratan de pasar desapercibidos.

Me pongo de pie, envolviendo la sábana en mi cuerpo. Al principio me cuesta encontrar la fuerza para ponerme de pie y me tambaleo un poco. El corazón me late con una velocidad anormal porque hay algo en mí que me dice que esto no está bien. Que es incorrecto. Suspiro, porque trato de calmarme pero solo termino agitándome más.

Quiero gritar.

Camino hasta el escritorio de la esquina y observo todo. Una computadora, unos cuadernos, lapiceros, un bote abierto de pastillas regadas por toda la mesa. Y, en el fondo, el marco de una foto boca abajo. Inmediatamente llevo la mano hasta él y le doy la vuelta. El cristal que protege la imagen está roto. En la fotografía hay dos niños, están en la escuela porque comparten el uniforme rojo, el niño más alto sonríe mostrando los dientes y sus hoyuelos, tiene los ojos cafés y grandes y el sol le resalta el cabello. Se trata de Noah, pese a saberlo, no me calmo ni siquiera un poco.

El niño a su lado es más moreno. Más bajo que él pero este no sonríe. Está de brazos cruzados y su cuerpo trata de alejarse del abrazo de Noah. Mi vista se dirige a los suéteres que tienen tejidos los nombres de cada uno en el pecho, de lado izquierdo. Como pensaba es Noah y... Scott.

—Que la bella durmiente ha despertado —la voz detrás de mí hace que de un respingo y tire el cuadro al suelo. El vidrio termina de romperse y se desperdiga por todo el suelo—. ¿Habrá sido también por mis besos?

Algo se agolpa en mi estómago antes de darme la vuelta. Ya había escuchado esa voz y al confirmar que si es de quien creía que se trata, me dan ganas de vomitar. Scott está de pie en el umbral de la puerta y de fondo reconozco los colores, los cuadros y las decoraciones de la casa de Noah.

No puede ser.

Me echo hacia atrás cuando él se adentra pero sin cerrar. Quiero cubrirme toda pero sé que si muevo los brazos, la sábana dejará más piel descubierta. Aun así, trato de abrazar mi cuerpo.

—Por favor —rueda los ojos—, no es nada que no haya visto ya. ¿Qué no sales con menos ropa cuando bailas?

— ¿Qué estás haciendo aquí?

— ¿Me estás preguntado eso ? —ladea la cabeza, divertido—. Si eres quien está en mi habitación.

— ¿Por qué estoy en tu habitación? —no puedo evitar que mi voz salga aguda, de los nervios. Y quizás un poco temblorosa.

— ¿Ya no lo recuerdas? —Sonríe de tal forma que las ganas de vomitar aumentan—. Te pusiste a tomar con Melissa, y no lo sé, quiero creer que entre iguales se entienden porque resultaste ser igual que ella.

— ¿De qué estás hablando? Yo no soy igual que ella. Nunca sería como ella.

—Oh, querida. No creo que Noah piense lo mismo en este momento, es más, estoy seguro que debe estar como loco al darse cuenta de que su querida noviecita le ha hecho lo mismo que le hizo su novia anterior. Preferir a su primo.

El último baile ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora