Estuve tres terribles días con dolores agónicos que Nana trataba de disminuir con sus remedios caseros.
Entonces llegó uno de los sirvientes a traer las noticias de que a la ciudad había llegado una rara peste.
De inmediato se cerraron las ventanas y se taparon todos los accesos porque se desconocía cómo se transmitía la enfermedad.
Sin que hubiese ningún muerto todavía mis hermanas estaban de luto, ya que, debido a esto, toda visita de sus pretendientes estaba más que cancelada.
Y comenzaron a pasar los días entre la incertidumbre. Los únicos que salían eran los sirvientes a comprar los víveres y era por obligación.
En cuanto pude pararme, el conde me mandó purificar el ambiente con inciensos que se pensaban mataban la peste y hasta lo que comíamos lo hacíamos con desconfianza.
Solo se escuchaba el rumor de que la peste traía una gran fiebre y se formaban ampollas sobre la piel que dolían. Finalmente, el cuerpo sucumbía sin determinarse porqué exactamente.
Los médicos eran pocos y no daban abasto, es más, los señores de más rango los acaparaban para sus castillos y cada quien se atendía como podía.
No supimos en qué momento con exactitud entró la peste al castillo. Tenía el presentimiento, qué fue una carta, que enviaron los padres de las prometidas de mis hermanos. Indicando que debían declinar el compromiso, debido a que las pequeñas se habrían contagiado. Y tras varios días de lucha, sus pequeños cuerpos estaban sucumbiendo a la muerte.
Mis hermanos varones, aún sin conocerlas, tenían en el corazón amargado. Si no me equivoco, en añoranza por sus jóvenes prometidas sentenciadas a la muerte, tocaron el sello del mensaje. Y sospecho que ahí la muerte tomó contacto con ellos. Porque el día siguiente, los tres, comenzaron su batalla con la peste. Cayeron en cama, y sus cuerpos ardían debido al contagio.
El Conde estaba desesperado, pero se retuvo de liberar su furia conmigo, porque necesitaba más manos para atender a quiénes eran el futuro de su apellido. Y con Nana casino no dormíamos, aplicando compresas, dándoles distintos brebajes y haciendo todo lo que en nuestra ignorancia podíamos hacer.
Incluso nos obsesionamos en lavar con jabon todo lo que era posible lavar, pero una vez entrada la peste al cuerpo todo esfuerzo era en vano.
Y rezábamos sin descanso al lado de sus camas, para que alguna providencia pudiera salvar sus vidas. Tras una semana de batalla, mis tres hermanos menores, se durmieron una noche y no volvieron a despertar.
Esa mañana, el primero en entrar a su cuarto fue el Conde, quién cayó inconsciente en el suelo debido a la impresión con el suceso. Jamás en su mente imaginó, que, de un solo golpe, los tres varones en los que depositaba su futuro, les fueran arrebatados sin que el pudiera hacer nada.
Mandaron a los sirvientes a traer tres ataúdes y pusieron dentro de ellos los tres jóvenes cuerpos. Luego de sellar muy bien las urnas, y tras un breve velorio, fueron sepultados, en el cementerio familiar, que se encontraba en el fondo de los amplios terrenos que correspondían al castillo.
Mientras se oficiada la sepultura de mis hermanos, mi mente no podía quitar las imágenes de sus cuerpos. Y cómo quedaron tras la infección. Por las ventanas del castillo veíamos en la calle cómo pasaban los carretones con distintos cuerpos apilados. Pero jamás nos imaginamos que la muerte llegara hasta nosotros. Y mucho menos que se llevaría a los más jóvenes de la familia.
Aún con mi trato injusto sentía mucha pena en mi corazón. Porque si bien no se me trataba como una hermana, a mi mente venían los momentos en que los crie a todos como si fueran mis hijos. Me era imposible no recordar sus tiernas sonrisas cuando eran unos bebés, sus primeras comidas, sus primeros pasos. Incluso antes de que muriera mi madre, yo era participe con ella, de toda la crianza de mis hermanos. Y tras su muerte, aun cuando ellos no me trataban con respeto ni con amor, por alguna razón sentía que era mi deber terminar de cumplir aquella función que mi madre ya no podía por estar muerta.
Entonces sentía la pérdida, casi como el dolor que siente una madre. Que por más maldadoso sea el hijo, no deja de sentir pena ante su infortunio. La casa entera se vistió de luto, en memoria de los tres jóvenes. Se cambiaron las cortinas, los manteles y las ropas. El castillo entero fue invadido por el color negro del dolor.
La única que al parecer no entendía que toda la ciudad y quizás el reino estaba pasando por una gran tragedia era Elizabeth. Quién no hacía sino pensar, de qué forma retomaría su compromiso. Pareció que ni la vida de sus hermanos le importaba, solo lo veía como el estorbo que se interponía en sus ambiciones.
Y comenzó a presionar a los sirvientes para enviarles notas a la casa de sus pretendientes. Estos se negaban, no querían salir más de lo que fuera necesario, pues con cada salida exponían sus vidas. Pero ella que era un ave rapaz, tenía forma de doblegar sus decisiones. Y los chantajeo todavía no sé de qué manera, hasta que consiguió que una nota suya llegara hasta manos de los tres jóvenes que estaban comprometidos.
Al día siguiente tuvieron respuesta. Por el momento ellos se encontraban bien y enviaron joyas de regalo, a cada una de mis hermanas. Eso era una buena noticia. Al menos sus pretendientes estaban sanos y suponíamos que si nos cuidábamos no habría más enfermos.
Elizabeth guardó su regalo, así como acumulada todo lo de valor que tenía, no porque le interesara lo afectuoso del presente sino su valor. En cambio, Helena y Ana si usaron las joyas, porque para ellas sí significaban una muestra de afecto.
Pero al parecer, la forma más sensible de su alma, sería también su sentencia. Poco después que las dos hermanas menores utilizaran orgullosas las joyas de sus pretendientes, comenzaron a experimentar los mismos síntomas de mis hermanos. Excepto Elizabeth. Ahí nos dimos cuenta, que lo que tocaban las personas enfermas, antes incluso de que presentaran los síntomas, de alguna forma contaminaban el objeto.
Y nuevamente, tras una semana incansable de lucha, las dos hermosas jóvenes, amanecieron en su cama sin su belleza y sin vida. El día antes, tuvimos la noticia, de que los tres pretendientes de ellas de igual forma cayeron en las garras de la muerte.
Esta vez el Conde, no tuvo fuerzas para levantarse de su cama, y solo yo con Nana y los sirvientes oficiamos el funeral. Ni siquiera se presentó Elizabeth, la principal causante de sus muertes. No sé si porque no le importaba, o porque no podía ocultar bien su culpa.
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El último tren
WerewolfKate West es la hija mayor del conde Thomas West, hombre cruel y machista que obligó a parir siete hijos a su mujer hasta tener herederos varones que perpetúen su apellido. Las cuatro primeras fueron mujeres y los tres últimos varones. Pero tras la...