Conociendo a Alisa Parte 12

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Entonces el señor Black hizo que llamaran a su pequeña

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Entonces el señor Black hizo que llamaran a su pequeña.

Cuando esta llegó a la sala, era una niña de cuatro años adorable, de piel blanca, cabello negro y ojos azules como su padre. Se notaba en sus buenos modales al saludarme. Y por lo que podía notar de su carácter, era una niña dulce y no malcriada como fueron mis hermanas y hermanos.

Sí me contrataban, este trabajo sería fácil para mí.

La miré y le sonreí, se veía como una niña feliz, si bien le faltaba la madre era obvio que su padre suplía todo el amor que necesitaba. Eso se puede notar en un niño, cuándo es amado y cuándo es maltratado.

Miré largamente a Alisa y en el fondo envidiaba su suerte.

No conocía nada al Señor Black, pero él solo ver la sonrisa amplia de la pequeña, me daba entender que él la trataba bien.

Y el parecer la pequeña era tan intuitiva, que me dio la impresión que pudo notar mi tristeza y espontáneamente se acercó a abrazarme, como si quisiera consolarme.

Yo respondí el abrazo, disfrutando de ese cariño espontáneo que tan pocas veces tuve. Y sonreí.

—Al parecer las dos congenian muy bien, normalmente mi niña es un poco más tímida — dijo el señor Black luego la mandó a que siguiera jugando.

— cuénteme un poco más de usted, tiene más familia? — continúa preguntando

— mi madre murió al dar a luz a una hermana y mi padre con el resto de mis hermanos estaban en la zona de la peste, trabajando. Por desgracia ninguno sobrevivió — le respondí

— vaya, ha tenido una vida difícil, no tiene a nadie en este mundo entonces — dijo pensativo

— bueno creo que todavía me quedan años de vida para formar nuevas amistades — comenté

— en medio de todo, todavía conserva las esperanzas entonces — comentó

— sí, podría decir que estoy empezando desde cero — y definitivamente así era, estaba dejando toda mi vida atrás, hasta con una nueva identidad.

— está bien, si puede traer sus cosas mañana, probaremos un par de meses para ver cómo funciona todo — dijo el señor Black

— muchas gracias por la oportunidad señor, mañana estaré aquí con mis cosas. Y me despedí del señor Black.

Saliendo por el portón, me di cuenta, que se habría una nueva oportunidad para mí. Trabajar cuidando un solo niño más aún si era una niña educada y dulce sería un gran cambio.

El señor Black se veía serio pero educado y amable. Y la casa en general, de lo poco que pude ver a la entrada, era un lugar amplio, a los cuales yo ya estaba acostumbrada. Solo restaba, adaptarme bien a mi nuevo trabajo y a lo que sería mi nueva vida.

Por suerte no fui criada entre lujos como mis hermanas y desde joven aprendí lo dura que podía ser la vida.

Cualquier cosa que me esperara en la casa del señor Black, no podía ser peor de lo que ya había vivido.

Y como desde hace mucho tiempo, mi corazón pudo sentir un descanso, de saber que tenía un lugar seguro para refugiarme y perderme para siempre de ese desastroso pasado.

Al recordar el abrazo que me dio la pequeña, no pude evitar llorar.

Y me preguntaba, porque mi padre tenía esos sentimientos abominables conmigo, porque no había sido lo mismo con el resto de mis hermanas. Pensaba si acaso había algo malo en mí, algo inconsciente que yo hacía para atraer tanta desgracia a mi vida.

Si mis tres hermanas eran más bellas, porque solo yo generé ese sentimiento maligno, que jamás se debió haber generado en el corazón de quién fue mi padre.

O si acaso, solo era una excusa, y solo era un monstruo que se aprovechó de mi debilidad y mi soledad, que viéndome que era sumisa y trabajaba sin descanso, en lugar de valorarlo me hizo una presa más fácil ante sus ojos.

Porque Elizabeth, por ejemplo, siento más bella que yo, se le concedieron todos sus caprichos y el jamás la maltrató, o a Ana la mas bella de todas. Pensaba que, si acaso él era un hombre desviado, porque solo me maltrataba a mí.

Por más que analizaba las cosas no podía entender.

Y el ver a la pequeña de cuatro años, mi realidad y la realidad de la pequeña parecían estar en dos mundos distintos, como si no pisáramos el mismo planeta. Cómo era posible, que algunos padres podían amar a sus pequeñas mientras que otros solo querían destruirlas.

Y después de todo lo que viví, ni siquiera tenía la edad necesaria para poder rehacer mi vida casándome con un hombre que me ame, pues por mi edad, ya había pasado mi hora.

Henry fue la prueba viviente de eso, no dudó un instante en cambiarme por mi hermana de veintitrés años, golpearme la noche que se suponía sería la más feliz de mi vida. Ensañándose, al hacerme escuchar y ser testigo de cómo disfrutaba con mi propia hermana.

No había más que decir, que yo no merecía ni siquiera que me llevara a una habitación más lejana, para no acrecentar mi dolor. Como mujer había caducado, y la sociedad pensaba que ya ni merecía piedad.

Y en este preciso momento mi hermana estaría feliz esperando el hijo que le engendró el hombre que prometió serme fiel ante el altar. Y, por si fuera poco, que este hombre le perdonará que no llegará virgen a la noche de bodas que era mía.

Llegué a mi habitación humilde y saqué todo lo de valor que podía vender para tener dinero en manos.

Por lo menos con lo que me dio el infame de Henry, tenía para sobrevivir unos meses. Y debería ahorrar toda moneda ganada en casa del señor Black. Pues debía estar alerta si acaso tenía la menor sospecha de que el conde estaba cerca. Debía nuevamente estar preparada para partir con lo puesto.

Y mientras terminaba de ofrecer y vender lo que tenía de valor me senté en una plaza a observar a la gente.

Pasaban personas en sus carruajes, sirvientes llevando encomiendas a paso rápido, niños en sus bicicletas y por primera vez vi a esas mujeres que venden sus cuerpos en las calles.

Su ropa se veía sucia y en sus rostros creo que se tallaba todo el dolor de tener que vivir de esa manera. Hasta su piel parecía enferma. Lejos de condenarlas como lo hacía toda la sociedad me daban demasiada pena.

Someter sus cuerpos a hombres por obligación debía ser terrible, estar completamente desnuda y dejar que tocasen sus cuerpos.

Recordaba a Elizabeth completamente desnuda con las piernas abiertas, no sabía si solo sentía placer o también dolor, pero por lo menos ella estaba más que interesada en Henry. Hacer lo mismo con un completo desconocido debía ser seguramente otra cosa.

El último trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora