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Era tarde cuando Sasuke subió la escalera que conducía a su dormitorio. Junto con sus hermanos, se habían pasado gran parte de la noche planeando cómo iban a proceder a partir de ese momento, y por la mañana él y su esposa partirían rumbo al castillo Hyuga para ocupar el cargo de Laird del clan.

Como era de esperar, Hiashi Hyuga ya se había ido, llevándose consigo una docena de sus mejores hombres; hombres que Sasuke no podía permitirse el lujo de perder.

El hasta entonces Laird se había escabullido en mitad de la noche como un cobarde y ni siquiera se había despedido de su hija. Claro que Sasuke no quería que volviese a acercarse a Hinata.

Sí, el cambio iba a ser positivo para el clan Hyuga. La cuestión era si ellos lo sabían y si iban a darle la bienvenida a Sasuke. Por supuesto que no. Tal vez unos pocos sí lo harían, pero él sólo Tenía que imaginarse cómo se sentiría si le presentasen un Laird nuevo de la noche a la mañana.

Sasuke nunca se había planteado convertirse en Laird. Esa responsabilidad siempre había recaído en los hombros de Shisui y en los de sus herederos. Él era el tercer hijo y su deber siempre había sido estar al lado de su hermano, serle fiel y leal e incluso sacrificar su vida por la suya, o la de su esposa y sus hijos.

Ahora tenía que hacer frente a una gran labor y no sabía si sería capaz ¿Y si le fallaba no sólo a su nuevo clan sino también a su hermano y al rey? Por no mencionar a su esposa.

Sasuke odiaba sentirse inseguro y jamás lo reconocería ante nadie excepto sí mismo. Tal vez él dudase sobre si era el mejor candidato para liderar el clan Hyuga, pero ellos jamás lo sabrían. Si les mostraba el menor signo de debilidad, lo interpretarían como que no era digno de ser su Laird, y prefería morir antes que permitir que sucediera tal cosa.

No, tenía que ser fuerte. Tenía que dejar claro desde el principio que no iba a tener piedad. Si quería convertirlos en un ejército tan asombroso como el clan Uchiha, era imperativo que se ganase su respeto.

Para su sorpresa, cuando abrió la puerta de su dormitorio se encontró con que Hinata estaba esperándolo despierta. Se hallaba sentada junto al fuego, con la melena suelta cayéndole hasta la cintura. Los mechones reflejaban la luz de la chimenea y brillaban como si fueran de zafiro.

Él había dado por hecho que se habría escondido en sus aposentos y que lo evitaría a toda costa.

Hinata no lo oyó entrar y Sasuke aprovechó para estudiar su figura. Sonrió al ver que había vuelto a vendarse los pechos. Era impresionante lo bien que conseguía disimularlos, a pesar de que era un pecado intentar ocultar unos senos tan bellos.

Como si notara que la estaba observando, ella se dio media vuelta despacio y el pelo le resbaló por el hombro.

-Tendrías que estar dormida -le dijo él tras carraspear-. Es tarde y partiremos mañana por la mañana.

-¿Tan pronto?

-Sí, tenemos que darnos prisa.

-Está nevando. La tormenta ya está aquí.

Sasuke asintió y se sentó en el borde de la cama. Tiró de las botas y las lanzó al suelo.

-Probablemente nevará toda la noche. Avanzaremos despacio, pero si nos quedamos y esperamos a que pare, no llegaremos hasta la próxima primavera.

Hinata se quedó en silencio. La confusión se instaló en su mirada. Dudó unos instantes y movió los labios indecisa, sin emitir ningún sonido.

Sasuke esperó porque no quería hacer ni decir nada que pudiese empeorar todavía más las cosas entre ellos. Al parecer, tenía la extraña costumbre de meter la pata siempre que estaba con su esposa.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora