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Hinata se despertó envuelta en una agradable calidez. Estaba rodeada de calor. Flexionó los dedos de los pies y suspiró cuando se hundieron en las pieles. Abrió perezosa los ojos y vio que en la chimenea ardía un gran fuego. Despertarse con fuego al lado era un lujo al que no estaba acostumbrada y decidió que no le costaría nada habituarse.

Miró a su lado y sólo encontró la cama vacía. No había nada que delatase que Sasuke había dormido con ella, con las piernas y los brazos entrelazados durante casi toda la noche.

Alargó una mano y tocó las pieles donde él había estado y después acarició la almohada donde había descansado la cabeza.

Hinata sentía los efectos de la posesión de Sasuke. Cada vez que se movía notaba una sensación entre las piernas y le dolían los músculos como cuando se pasaba horas practicando con la espada.

No tenía ningunas ganas de salir de la cama.

Sí, estaba dolorida, pero era una sensación maravillosa. Una que estaba dispuesta a sentir una vez tras otra. Y otra. Cerró los ojos y se desperezó mientras en su mente volvía a verlo encima de ella, dentro de ella, acariciándola, haciéndole el amor con los labios.

Un ruido en la puerta la obligó a abrir los ojos y vio que Natsu asomaba la cabeza en el dormitorio.

—Ah, veo que estás despierta —le dijo, entrando ya del todo antes de cerrar a su espalda.

—Y yo veo que sigues tan observadora como siempre —contestó Hinata sarcástica. Natsu se rió y puso los ojos en blanco.

—El Laird ha pensado que te apetecería bañarte antes de que empiecen tus clases. He pedido que calienten agua para llenar la bañera.

—¿La bañera? ¿Qué bañera?

Hinata se sentó en la cama y tiró de las pieles para taparse. Se frotó los ojos y vio que frente a la chimenea había una enorme bañera de madera. Antes se le había pasado por alto. ¿Cuándo la había llevado Sasuke al dormitorio? Probablemente la noche anterior, antes de trasladarla a ella.

Entonces asimiló otra cosa que la anciana había dicho.

—¿Clases? ¿Qué clases?

Colgó los pies por el lateral de la cama sin soltar las pieles que cubrían su cuerpo desnudo. Natsu sonrió.

—El Laird nos ha pedido, a mí y al  resto de las mujeres, que te enseñemos los deberes de la señora del castillo. Ha dicho que es obvio que no sabes en qué consisten y que dado que eres la esposa  del Laird ya va siendo hora de que aprendas a ocupar el lugar que te corresponde.

Hinata se quedó sentada en la bañera, con el agua cubriéndola hasta las orejas. Estaba furiosa. Después de una noche maravillosa, de una noche tan increíble que había dado por hecho que Sasuke y ella iban a empezar de nuevo, que él sentía algo por ella, su esposo había salido de la cama y había decretado que tenía que empezar a comportarse como una mujercita obediente.

Para empeorar las cosas, Natsu estaba sentada junto a la bañera, repasando la lista de instrucciones que Sasuke le había dejado.

Hinata no podía vestirse como un hombre. No podía llevar a cabo actividades impropias de una dama, como por ejemplo —había tenido la desfachatez de detallarlas— practicar con la espada, pelear o hacer cualquiera de las cosas que hacían los guerreros. No podía vendarse los pechos.

Ese último punto hizo que se sonrojase de pies a cabeza. De hecho, las mejillas le quemaron tanto que temió que el agua a su alrededor echase a hervir. ¿Por qué tenía que humillarla de esa manera?

—Oh, vamos, niña, no pongas esa cara —la tranquilizó Natsu—. Sasuke no lo ha dicho delante de todo el mundo. Me ha llevado a un lado y me ha dejado claro que no podía contárselo a nadie.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora